13 abril 2013

Clorindo Testa


Arquitecto, autor de la Biblioteca Nacional, el Banco de Londres y el Centro Cultural Recoleta, habla sin reparos sobre algunas de sus obras, las ideologías y el gusto de los argentinos por los edificios afrancesadosHay un acuerdo general de que este hombre de más de 80 años es el más artista de los arquitectos consagrados de la Argentina, que marcó tendencia con sus obras, y que para muchos tiene ese carácter que logran los muy respetados: "Estar más allá del bien y el mal".





Me recibió en su estudio, en Santa Fe y Callao, un edificio centenario y como tal, amplio y de techos muy altos. Ya al ingresar todo sorprende, empezando por el mismo Clorindo Testa. Pensándolo detenidamente, me resultó una conversación árida, ya que creo que está más acostumbrado a monologar que a dialogar. Todo a su alrededor es poco convencional, entre un tanto desprolijo y un poco caótico, las pinturas en el piso desparramadas por el estudio y sus falsos puntales a modo de instalaciones a un costado. Jóvenes que entran y salen continuamente. No es un hombre coqueto: traje gris con algunas millas recorridas, corbata finita y los anteojos sostenidos en la frente. No habla si no formulo una pregunta. Sostiene el silencio. Por momentos parece un niño caprichoso.

-Tanto Mario Roberto Alvarez como Justo Solsona y usted viven en edificios centenarios. ¿Por qué no lo hacen en casas construidas por ustedes?

-Porque eso no importa nada. Este edificio es de 1912. Va a cumplir cien años, lo cual no tiene ninguna importancia. Si estuviera en Roma, posiblemente viviría en un edificio de hace trescientos años.

-Pero uno es también el lugar donde vive...

-Si a lo mejor alguien me hubiera encargado un edificio donde yo hubiera podido quedarme hasta hoy, allí estaría.

-Frank Lloyd Wright vivía en Los Angeles, en una casa hecha por él. Dicen que usted es más artista que arquitecto.

-Eso es muy lindo. Alguien me lo dijo de otra manera hace tiempo, y desgraciadamente con el tiempo se te borran los nombres. Fue hacia finales de los años 50. Hubo una exposición en Gath & Chaves, en la calle Florida -ya no existe-, exposición que era de pintura, arquitectura, urbanismo y muchas más cosas. Era un concurso para la construcción de un lugar llamado Castel Defense, una de las primeras urbanizaciones que se hacían, al estilo de ese horror que es ahora la Costa del Sol. Con edificios como el de la avenida Figueroa Alcorta. Entonces, un señor que era crítico, pero también pintor o intelectual, no recuerdo, me dijo: "Vea, Testa, usted cuando pinta parece arquitecto, y cuando hace arquitectura parece pintor".

-¿Pero es bueno o malo?

-Para mí, es bueno. Si vos mirás mis cuadros no se sabe si es una pintura o es un plano. Además, el tema es la ciudad, las manzanas, los cuadriculados. Las dos cosas están unidas.


-Ahora bien, cuando los artistas llevan a la práctica sus obras, ¿cómo se vive, después, en un edificio que es en parte ficción, o un poco incómodo?

-Lo que yo sé es que los edificios que hago son siempre muy racionales. Digámoslo así: no son caprichosos.

-Yo conozco una casa que hizo Bonet donde la dueña, que era una señora voluminosa, no podía subir por la escalera.

-Se ve que le chingaron [usa el plural impersonal para no quedar como criticando a nadie en particular]. Esos son errores. Recuerdo que un muy buen arquitecto español, Ramón Vázquez Molezún, a quien yo había conocido en Roma en los años 50, me contó que había ido un cliente a protestar porque la casa se llovía. Y él le respondió: "¡Coño, las casas se llueven!" Y se fue. Aquí, podría haber dicho: "¡Coño, hay que subir de costado!"

-A veces no coincide la propuesta artística con el confort.

-Cuando uno proyecta una casa, nunca lo hace para uno. Supongamos que la que va a vivir en la casa sos vos. Entonces, yo tengo que preguntarte cómo te gustaría la cocina, cómo te gustaría el baño, si lo querés al lado o no. Si fuera para mí, por ejemplo, no me importa tener que caminar por el pasillo para ir al baño. Al contrario, es como una llegada al baño. Me parece horrible abrir la puerta del dormitorio y meterte en el baño.

-No le gusta el concepto de suite.

-No, para nada. Me gusta salir del dormitorio y caminar.

-Cuando hoy usted pasa por la Biblioteca Nacional, ¿le gusta?

-A mí me gusta. Además, se le van agregando cosas. Por ejemplo, me gusta la escalera circular que da a Austria. Por esa escalera desembocás en un espacio cubierto que es muy lindo. Por otra parte, es el único edificio en el cual uno puede ver, desde la calle Austria, la calle Agüero, es decir, ves la transparencia de la manzana, porque no está construida, o dicho de otro modo, lo que está construido está en alto. Podría haber estado toda la estructura apoyada en el piso.

-O sea que sí resistió el paso del tiempo.

-Por lo menos en ese aspecto, yo creo que sí. Además, los edificios tienen que aguantar a la fuerza el paso del tiempo. Cuando hicimos el proyecto de ese edificio, tanto como el del Banco de Londres, no había, como hoy, salas de cómputos, no había computadoras, sino tipos que escribían a máquina.

-¿Usted ha ido a estudiar o a leer a la Biblioteca? ¿Ha usado la Biblioteca Nacional?

-Para nada. No la usé nunca.

-¿Nunca le preguntó a alguien que la usaba si es cómoda o no?

-No lo sé.

-¿Es un tema menor?

-No. Es un tema que, para los que van a la Biblioteca, será importante. Yo no diseñé las sillas, y tienen que ser cómodas.

-¿Cuál es la obra que le da más orgullo haber hecho?

-Todas. Pero me gusta mucho una casita verde que se hizo en el campo, en las afueras de Pilar. El recuerdo agradable e imborrable que tengo es que en el dibujo, en la perspectiva, había hecho la cabeza de un caballo y luego, en la fotografía, aparece un caballo vivo. Las dos cosas coincidieron. Siempre recuerdo eso. A uno le gusta esa casa, así como la Biblioteca, el Banco de Londres y el Hospital Naval, con las ventanas que giran.

-Sin embargo, la Biblioteca Nacional es un punto de referencia.

-Sí, pero nunca se me ocurre pensar si lo que voy a hacer será un punto de referencia. Eso es algo que ni se te ocurre cuando hacés un proyecto.

-Pero uno tampoco trabaja para pasar inadvertido.

-No, tampoco.

-¿Hay lugares de Buenos Aires que están, en su opinión, bien logrados?

-Buenos Aires es la ciudad que a mí me gusta. Porque, por ejemplo, aquí estamos en Callao y Santa Fe y tenemos una luz estupenda en este cuarto, la medianera más próxima está a setenta metros de distancia, te asomás al balcón y ves el Hotel Intercontinental, que está del otro lado de la ciudad. Esto es por el solo hecho de que Buenos Aires tiene lotes chiquitos, algunos construidos y otros no; entonces, tenés una suerte de desfiladeros. El espacio que hay es enorme. Es una ciudad alegre: tiene luz. Aquí ves la esquina de Santa Fe y Callao, pero en 1898. Se ven los tranvías a caballo.

-¿A usted le hubiese gustado hacer torres?

-No lo sé: nadie me pidió una. Pero estoy seguro de que si me la pidieran, me gustaría muchísimo hacerla. Las torres forman parte de la arquitectura del año 2000; empezaron a formar parte de las ciudades hace cincuenta años y van a seguir. Forman parte de tu ciudad.

-¿Cuál es el edificio mejor pensado de Buenos Aires?

-Tampoco se me ocurrió pensar eso. Pero todos los edificios tienen siempre algo que está bien pensado, y que es lindo. Por ejemplo, el edificio de La Prensa, que ahora es municipal. El acceso es lindo. Es agradable entrar en ese edificio. Otro caso es el Teatro Colón: vos entrás, y es lindo.

-¿Cómo es, para un arquitecto consagrado, trabajar por encargue?

-¿A qué le llamás encargue?

-Viene un señor con dinero y le dice lo que quiere.

-Nunca nadie vino a decirme "hágame un château".

-¿Lo hubiese hecho?

-No, por supuesto que no.

-Los usos y costumbres dicen que uno puede contratar a un arquitecto y pedirle algunas cosas. Volviendo a la ideología de la arquitectura, si usted tuviese que confrontarla con su obra, ¿usted es un hombre de derecha, de izquierda, de centro? ¿Se acerca a lo popular? ¿Por dónde ronda su ideología?

-Mis simpatías son para la gente que es de izquierda; no me refiero al comunismo, sino a una izquierda moderada.

-¿Hay algo de lo popular que le es afín?

-Cuando yo era chico fui a uno de los colegios mantenidos por el gobierno italiano, y por una sociedad que había acá llamada Pro Scola. Como estaban sostenidos por el gobierno italiano, eran gratis para los hijos de inmigrantes de la ciudad de Buenos Aires y el Gran Buenos Aires.

-O sea, que hizo la escuela primaria en una escuela fascista.

-Sí. Pero, por ejemplo, nunca tuvieron contacto con ningún colegio alemán. Era como si la cuestión fascista no existiera.

-¿Se puede decir que la arquitectura argentina tiene que ver con el neorrealismo italiano, en el sentido de ser una arquitectura pobre con ideas?

-En la Argentina no podés hacer el museo de Ghery, con los techos de titanio. No podés ni pensarlo. Podés hacer la Biblioteca Nacional con hormigón armado. De hecho, en la Argentina siempre hubo una tradición muy fuerte del hormigón armado, que comenzó hace muchos años: cuando todavía se hacían edificios con estructura de hierro, acá ya se hacían con hormigón.

-¿Qué pasó, para que en la Argentina en general "lo francés sea el símbolo del lujo?

-Porque no son cultos. Es un error de cultura. O mejor dicho, son cultos en otro sentido: pueden leer todos los libros, estar al tanto de todo, hablar francés e inglés, y tener automóviles último modelo, pero en estas cuestiones -arquitectura, pintura, etcétera, es como si estuvieran cien años atrás.

-¿Usted piensa que hay una arquitectura distinta para cada clase social?

-No, yo creo que no; nunca se me ocurrió pensar eso. Acabamos de ganar este año un concurso, justamente, para hacer viviendas del Banco Hipotecario en las distintas regiones del país. Se construyen con los créditos del banco. Son viviendas mínimas. En estas casitas, por ejemplo, hicimos un lugar para el aparador de la abuela, porque todos tienen uno, así como un dormitorio con una salida al exterior, tal como lo pedían, porque a lo mejor ahí trabaja un sastre o una costurera. Así está pensado todo. Está pensado igual que si vos pensás la Biblioteca Nacional.

-Dígame Clorindo, ¿qué les dice a los jóvenes que vienen a su estudio?

-Yo no les digo nada.

-Algo les tiene que decir.

-"Buen día".

Por Any Ventura
Para LA NACION



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Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”