Así comenzó su carrera de asesino. Mataba por matar, sólo por placer. Hasta que un día un comisario sentado en un sillón de hamaca lo bajó del caballo de un tiro.
Billy había hecho marcas en su revólver, una por cada hombre muerto, y en el momento de morir había llegado a veintiuna "sin contar mejicanos".
Lo anterior es noticia vieja: Billy murió en 1880. Otra noticia, de hoy, me hace pensar en lo que llamaré la fuerza oculta de las tradiciones. Este, un siglo después, no es William sino modestamente, John. Su apellido es Holloway y nada tiene, físicamente, de la difunta alimaña rojiza. Los informes que nos llegan los describen ancho de espaldas, robusto de mandíbula y su aire es desafiante. Tiene grado de Teniente pero auguro que pronto será ascendido. Actualmente anda por las costas del Líbano en misión pacificadora junto con militares compatriotas (de él), con franceses, italianos y judíos. Todos ellos pacifican matando y tienen la bendición de la ya entristecedora I.N.U., cuyo nombre nuevo o sigla significa, según diplomáticos amigos que no se atreverán a desmentirme, inútil. Porque es lastimosamente cierto que cualquiera de los gobiernos que la integran y subvencionan puede cometer la barbaridad que se le ocurra y la hasta ayer llamada Organización de las Naciones Unidas se encrespa y ordena "el cese del fuego". Y ya sabemos que nadie le hace caso.
Pues sí; en el Líbano se mata sin discriminar. Con preferencia a sirios y palestinos. Y de vez en cuando los acosados liquidan marines y soldaditos franceses que tal vez sean punta de lanza de una atroz colonización semejante a la que impuso París en África, si creemos en el escalofriante informe de André Gide.
Vuelvo a la implacable fatalidad del atavismo que al recordar a Billy me hace pensar en el Teniente John. Por supuesto el Teniente ya no tiene catorce años, edad en que el mencionado inició su carrera. Ni tampoco mata por gusto sino cumpliendo órdenes. Y el sutil atavismo aflora cuando declara a un periodista que cada vez que sus marines logran pulverizar una plataforma bélica de sus enemigos, manda que la hazaña sea recordada mediante una franja de pintura en un costado de su barco. El día de la entrevista llevaba señaladas seis. Tal vez llegue a veintiuna; pero surge un enigma: Billy desdeñaba marcar en su arma las muertes de mejicanos. ¿A quiénes desdeña el Teniente Johnny? Si es que lo hace.
Y, como dicen que dicen los locutores, siguen las noticias.
En el Washington Post, cuyos reporteros supieron hace un tiempo iluminar algunos recovecos sombríos y malolientes del alma humana originando un escándalo inolvidado y tal vez querido, nos hace saber ahora que el ejército norteamericano no le basta, para el improbable caso de guerras llamadas convencionales. Con las bombas bacteriológicas, las de napalm, las paralizantes y tantas delicias que ignoro o no recuerdo.
Claro esta que los rusos también disponen de esos juguetes aunque no los divulguen porque no ven la necesidad de conquistar un electorado inexistente o que se compone del 99,5 por ciento que de vez en cuando es llamado a votar una lista única.
Todas las armas bestiales que ya existen y se siguen inventando y haciendo, poca tarea gloriosa tendrán después que vuele el primer cohete nuclear. Pero basta con mirar láminas de los ingeniosos aparatos de tortura que aplicaba a rajatablas la Inquisición, o pensar en la cama de Procusto, o evocar la sagrada imposición de una determinada fe a pueblos indios, que ya tenían la suya, pueblos de alta y diferente cultura que tenían numerosos dioses y respetaban sus insuperables leyendas. Para sintetizar: "mi lecho no es de rosas".
En todo el mundo, hoy, se continúa matando y torturando. Hasta existen Academias de Tortura con muchas asignaturas.
Pero hoy el Washington Post nos hace saber que se agregó una guinda como refinada coronación a la inmensa tarta de vileza y asco. El tan temido y mentado rayo láser ha entrado en el macabro juego; no para detener motores, como se nos dijo, sino, simplemente, para cegar ojos.
La nueva cosa procede así: los soldados de los enemigos, es decir, los malos, recibirán de los buenos un chorrito de rayos láser que les producirá una hemorragia inmediatamente después de la liquidación del nervio óptico; la sangre cubrirá el ojo y sus resultados son para siempre jamás. Por ahora no está aprobada su aplicación porque hay pacifistas o traidores que consideran inmoral el uso de esta arma. Pero hay quienes afirman que se trata de un arma piadosa puesto que impedirá a sus víctimas, las sobrevivientes, contemplar las desolaciones que ofrecerá el mundo "al día siguiente". Esperemos para ver, o para dejar ver.
Y hasta se puede imaginar una batalla, con armas convencionales por supuesto, entre dos ejércitos de soldados, totalmente ciegos y con máscaras naturales de sangre coagulada repartiendo sin puntería probables muertes ajenas y recibiendo la propia por capricho del azar. Lástima que murió Buñuel.
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