23 diciembre 2010

Yo soy responsable...

Entonces apareció el zorro:
-¡Buenos días! -dijo el zorro.
-¡Buenos días! -respondió cortésmente el principito que se volvió pero no vio nada.
-Estoy aquí, bajo el manzano -dijo la voz.
-¿Quién eres tú? -preguntó el principito-. ¡Qué bonito eres!
-Soy un zorro -dijo el zorro.
-Ven a jugar conmigo -le propuso el principito-, ¡estoy tan triste!
-No puedo jugar contigo -dijo el zorro-, no estoy domesticado.
-¡Ah, perdón! -dijo el principito.
Pero después de una breve reflexión, añadió:
-¿Qué significa "domesticar?”
-Tú no eres de aquí -dijo el zorro- ¿qué buscas?
-Busco a los hombres -le respondió el principito-. ¿Qué significa "domesticar?”
-Los hombres -dijo el zorro- tienen escopetas y cazan. ¡Es muy molesto! Pero también crían gallinas. Es lo único que les interesa. ¿Tú buscas gallinas?
-No -dijo el principito-. Busco amigos. ¿Qué significa "domesticar?” -volvió a preguntar el principito.
-Es una cosa ya olvidada -dijo el zorro-, significa "crear vínculos... "
-¿Crear vínculos?
-Efectivamente, verás -dijo el zorro-. Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos y no te necesito para nada. Tampoco tú tienes necesidad de mí y no soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si tú me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...
-Comienzo a comprender -dijo el principito-. Hay una flor... creo que ella me ha domesticado...
-Es posible -concedió el zorro-, en la Tierra se ven todo tipo de cosas.
-¡OH, no es en la Tierra! -exclamó el principito.
El zorro pareció intrigado:
-¿En otro planeta?
-Sí.
-¿Hay cazadores en ese planeta?
-No.
-¡Qué interesante! ¿Y gallinas?
-No.
-Nada es perfecto -suspiró el zorro.
Y después volviendo a su idea:
-Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música. Y además, ¡mira! ¿Ves allá abajo los campos de trigo? Yo no como pan y por lo tanto el trigo es para mí algo inútil. Los campos de trigo no me recuerdan nada y eso me pone triste. ¡Pero tú tienes los cabellos dorados y será algo maravilloso cuando me domestiques! El trigo, que es dorado también, será un recuerdo de ti. Y amaré el ruido del viento en el trigo.
El zorro se calló y miró un buen rato al principito:
-Por favor... domestícame -le dijo.
-Bien quisiera -le respondió el principito pero no tengo mucho tiempo. He de buscar amigos y conocer muchas cosas.
-Sólo se conocen bien las cosas que se domestican -dijo el zorro-. Los hombres ya no tienen tiempo de conocer nada. Lo compran todo hecho en las tiendas. Y como no hay tiendas donde vendan amigos, Ios hombres no tienen ya amigos. ¡Si quieres un amigo, domestícame!
-¿Qué debo hacer? -preguntó el príncipito.
-Debes tener mucha paciencia -respondió el zorro-. Te sentarás al principio un poco lejos de mí, así, en el suelo; yo te miraré con el rabillo del ojo y tú no me dirás nada. El lenguaje es fuente de malos entendidos. Pero cada día podrás sentarte un poco más cerca...
El principito volvió al día siguiente.
-Hubiera sido mejor -dijo el zorro- que vinieras a la misma hora. Si vienes, por ejemplo, a las cuatro de la tarde; desde las tres yo empezaría a ser dichoso. Cuanto más avance la hora, más feliz me sentiré. A las cuatro me sentiré agitado e inquieto, descubriré así lo que vale la felicidad. Pero si tú vienes a cualquier hora, nunca sabré cuándo preparar mi corazón... Los ritos son necesarios.
-¿Qué es un rito? -inquirió el principito.
-Es también algo demasiado olvidado -dijo el zorro-. Es lo que hace que un día no se parezca a otro día y que una hora sea diferente a otra. Entre los cazadores, por ejemplo, hay un rito. Los jueves bailan con las muchachas del pueblo. Los jueves entonces son días maravillosos en los que puedo ir de paseo hasta la viña. Si los cazadores no bailaran en día fijo, todos los días se parecerían y yo no tendría vacaciones.
De esta manera el principito domesticó al zorro. Y cuando se fue acercando eI día de la partida:
-¡Ah! -dijo el zorro-, lloraré.
-Tuya es la culpa -le dijo el principito-, yo no quería hacerte daño, pero tú has querido que te domestique...
-Ciertamente -dijo el zorro.
- Y vas a llorar!, -dijo él principito.
-¡Seguro!
-No ganas nada.
-Gano -dijo el zorro- he ganado a causa del color del trigo.
Y luego añadió:
-Vete a ver las rosas; Comprenderás que la tuya es única en el mundo. Volverás a decirme adiós y yo te regalaré un secreto.
El principito se fue a ver las rosas a las que dijo:
-No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.
Las rosas se sentían molestas oyendo al principito, que continuó diciéndoles:
-Son muy bellas, pero están vacías y nadie daría la vida por ustedes. Cualquiera que las vea podrá creer indudablemente que mí rosa es igual que cualquiera de ustedes. Pero ella se sabe más importante que todas, porque yo la he regado, porque ha sido a ella a la que abrigué con el fanal, porque yo le maté los gusanos (salvo dos o tres que se hicieron mariposas ) y es a ella a la que yo he oído quejarse, alabarse y algunas veces hasta callarse. Porque es mi rosa, en fin.
Y volvió con el zorro.
-Adiós -le dijo.
-Adiós -dijo el zorro-. He aquí mi secreto, que no puede ser más simple: sólo con el corazón se puede ver bien; Lo esencial es invisible para los ojos.
-Lo esencial es invisible para los ojos -repitió el principito para acordarse.
-Lo que hace más importante a tu rosa, es el tiempo que tú has perdido con ella.
-Es el tiempo que yo he perdido con ella... -repitió el principito para recordarlo.
-Los hombres han olvidado esta verdad -dijo el zorro-, pero tú no debes olvidarla. Eres responsable para siempre de lo que has domesticado. Tú eres responsable de tu rosa...
-Yo soy responsable de mi rosa... -repitió el principito a fin de recordarlo.

Capitulo XXI – El principito – Antoine Saint Exùpery

15 diciembre 2010

Martin Heidegger y Hannah Arendt

Una historia de amor comenzó en el otoño de 1924 entre un filósofo alemán en pleno ascenso, de treinta y cinco años, casado, con dos hijos, y la estudiante Hannah Arendt, judía, soltera y de dieciocho. De las 166 cartas que perduraron, cerca de las tres cuartas partes fueron escritas por Heidegger. Heidegger, miembro del partido y pro Hitler, y Hannah Arendt, que trabajó para distintas organizaciones judías y participó cuando el establecimiento del Estado de Israel en el sionismo, mantuvieron una cercanía afectiva que sus cartas testimonian en el presente.


¡Queridísima! Gracias por tu carta. Si solamente pudiera decirte cómo soy feliz contigo acompáñándote mientras tu vida y mundo se abren de nuevo. Y puedo ver apenas cuánto has entendido y cómo todo es providencial. Qué nadie aprecia jamás es cómo la experimentación consigo mismo, por esa circusntancia, todos los compromisos, técnicas, moralización, escapismo, y cerrando su crecimiento puede inhibir y torcer la providencia de Ser. Y esta distorsión gira en torno a cómo, a pesar de todos nuestros sustitutos para la "fe," no tenemos ninguna fe genuina en la existencia en sí misma y no entendemos cómo sostener cualquier cosa como esa por nosotros mismos. Esta fe en la providencia no excusa nada, y no es un escape que me permitirá terminar conmigo de una manera fácil. Solamente esa fe que como fe en en el otro es amor-puede realmente aceptar al "otro" totalmente. Cuando vi que mi alegría en tí es grande y en crecimiento, eso significa que también tengo fe en todo lo que sea tu historia. No estoy erigiendo un ideal-aún menos sería tentado jamás a educarte, o a cualquier cosa que se asemeja a eso. Por suerte, a tí, como eres y seguirás siendo con tu historia, así es cómo te quiero. Sólo así es el amor fuerte para el futuro, y no sólo el placer efímero de un momento, sólo entonces es el potencial del otro también movido y consolidado para las crisis y las luchas que siempre se presentan.

Pero tal fe también se guarda de emplear mal la confianza del otro en el amor. Amor que pueda ser feliz en el futuro ha echado raíz. El efecto de la mujer y su ser es mucho más cercano a los orígenes para nosotros, menos transparentes, por lo tanto providencial pero más fundamental. Tenemos un efecto solamente en cuanto somos capaces de dar si el regalo es aceptado siempre inmediatamente, o en su total, es una cuestión de poca importancia. Y nosotros, cuanto mucho, sólo tenemos el derecho de existir si somos capaces de que nos importe. Nosotros podemos dar solamente lo que pedimos de nosotros mismos. Y es la profundidad con la cual yo mismo puedo buscar mi propio Ser, que determina la naturaleza de mi ser hacia otros. Y ese amor es la herencia gratificante de la existencia, que puede ser. Y así es que la nueva paz se desprende de tu rostro, el reflejo no de una felicidad que flota libremente, pero sí de la resolución y la bondad en las cuales tú eres enteramente tú.


Tu Martin

___

1929

Querido Martin,

Habrás oído hablar probablemente ya de mí por otras fuentes al azar. Esto toma la ingenuidad del mensaje mío, pero no la confianza de nuestra reunión pasada en Heidelberg, una vez más nuevamente y gratificantemente consolidada. Entonces vuelvo a tí hoy con la misma seguridad y con la misma petición: no te olvides de mí, y no te olvides de cuánto y cuán profundamente nuestro amor se ha convertido en la bendición de mi vida. Este conocimiento no se puede sacudir, no hoy, cuando, como salida de mi falta de inquietud, he encontrado un hogar y un sentido de pertenecer con alguien sobre quién usted puede ser que lo entienda mejor que todos. Oigo a menudo cosas sobre usted, pero siempre con esa reserva peculiar e indirectamente, que da simplemente hablar sobre un famoso nombre-que es algo que puedo reconocer apenas. Y quisiera de hecho saber -casi tormentosamente, cómo estás, en qué estás trabajando, y cómo Freiburg te está tratando.
Beso en la frente y los ojos

Tu Hannah

___

Fuente: Hannah Arendt y Martin Heidegger, Briefe. 1925-1975, de Vittorio Klotermann. Frankfurt.

11 diciembre 2010

La voz invicta de Carlos Gardel

Me ocurrió hace cuarenta años en Rojas (provincia de Buenos Aires), mi pueblo natal: iba a "hacer los deberes" a la casa de un pibe amigo cuanto atravesó corriendo la plaza un canillita que venía de la estación y gritaba: «¡Llegó la "Crítica", con la muerte de Gardel!».

Me ocurrió hace quince años en Mayagüez, una pequeña ciudad del interior de Puerto Rico: asistía a un Simposio de Energía Nuclear, cuando escuché tararear "Volver" a uno de los mozos que nos servía café. Lo interrogué y me contestó que era admirador de Gardel y que en Mayagüez todos lo eran, porque allí «había cantado por última vez, antes de ir a morir a Medellín». Más aún: me invitó a ir a visitar el teatro donde había cantado.
Fuimos, y no sólo me mostró el teatro sino también el hotel, desde cuyo balcón, a medianoche, Gardel cantó para el público congregado en la plaza.

Lo más sorprendente es que el mozo tenía apenas 25 años pero «sabía todo porque me lo contó mi padre, que estuvo esa noche en la plaza». Y un último detalle: la radio local de Mayagüez, transmitía diariamente, en 1960, una hora de discos de Gardel.

Me ocurrió hace nueve años, en un cine de la calle 42 de Nueva York: entré a ver "Cuesta abajo" y me encontré con la sala llena de hispano-parlantes (portorriqueños, cubanos, dominicanos, colombianos, españoles, peruanos, mexicanos y hasta argentinos) que seguían como en misa las andanzas del Morocho en la pantalla y se estremecían cuando oían sus tangos.

Me ocurrió apenas hace cinco semanas en Caracas (Venezuela): uno de los grandes matutinos publicó, en primera página de la segunda sección, a dos columnas y con fotografías, una crónica detallada de lo que había sido el debut triunfal de Gardel en esa ciudad, episodio que había ocurrido hacía varias décadas y que se describía con el entusiasmo de algo que estaba todavía vivo.

Son, claro está, cuatro episodios intrascendentes, pero también son cuatro expresiones significativas de un mito que no cesa. Seguro que todos pueden narrar anécdotas semejantes, porque ya sabemos que Gardel es una presencia cotidiana, algo que forma parte del orden natural de las cosas. Pero, ¿por qué en Buenos Aires y en Chivilcoy, en Tucumán y en Bariloche, en Quito y en La Habana, en Medellín y en Santiago de Chile, en Lima y en Los Ángeles? Y sobre todo, ¿por qué todavía, cuándo sólo nos quedan borrosas copias de aquellas películas tan primarias y discos obtenidos de fatigadas matrices que no fueron técnicamente buenas ni en su nacimiento?

No estoy calificado para explicar enigma tan complejo, que ha convocado a ensayistas y antropólogos, historiadores y sociólogos, poetas y prosistas, eruditos y charlatanes. Desde una antigua militancia gardeliana sólo quiero arrimar a la discusión un par de sospechas y también afirmar una cierta certeza.

Sospecho, en primer lugar, que su éxito en el resto de América Latina, entonces y ahora, tiene mucho que ver con el hecho de que sea Gardel al primer latinoamericano que conquista el mundo, gracias a que esos tres inventos mágicos -la radio a galena, la victrola a cuerda y el cine "sonoro, hablado y cantado"- lo llevan por todas las latitudes.

Sospecho en seguida que su éxito entre nosotros, entonces y ahora, está vinculado a que él es el Hombre de Buenos Aires, por lo que el porteño que busca su autenticidad que se acerca a si mismo, encuentra irremediablemente a Gardel, el protagonista central del tango, que es la expresión popular más auténtica a la soledad del hombre de la ciudad.

Tras estas sospechas, la certeza, que es por cierto una trivialidad, aunque olvidada por muchos en sus sesudos análisis socio-político-económicos: la de que su éxito, aquí y en todas partes, se fundamenta primordialmente en su voz. Y no me refiero tanto a sus características estrictamente musicales, condición necesaria pero no suficiente, como a la forma en que Gardel utiliza instrumento tan admirable. Como él le pone voz al tango, es uno de sus más legítimos padres, y entonces verdaderamente lo recrea, a un nivel muchas veces superior al de los que le pusieron letra y música.

Esto se prueba de manera terminante, no en los grandes tangos -que se defienden solos-, sino en aquellos cuya cursilería y ramplonería los condenarían irremediablemente al más definitivo de los olvidos si no fuera por Gardel que, hipnotizando a su audiencia, los hace pasar por buenos cuando estrictamente no son más que basura.

Los ejemplos sobran, pero vayan dos que Gardel interpreta admirablemente y que son lamentables:

"Arrésteme sargento
y póngame cadenas,
si soy un delincuente
que me perdone Dios."

y

"Como tose la obrerita,
por las noches tose y sufre
por el cruel presentimiento."

En el sentido más estricto, tangos como éstos sólo existen cuando los canta Gardel.

Por eso, ante tanta maestría, Enrico Caruso, que algo entendía de este asunto, le dijo alguna vez: "Usted tiene una lágrima en la garganta".

Es esa voz, esa voz invicta, la que sustenta legítimamente su triunfo de siempre.

Jorge Alberto Sabato/Publicado en La Opinión, Buenos Aires, 24/6/1975.

10 diciembre 2010

Nocturno/Oliverio Girondo

Frescor de los vidrios al apoyar la frente en la ventana. Luces trasnochadas que al apagarse nos dejan todavía más solos. Telaraña que los alambres tejen sobre las azoteas. Trote hueco de los jamelgos que pasan y nos emocionan sin razón. ¿A qué nos hace recordar el aullido de los gatos en celo, y cuál será la intención de los papeles que se arrastran en los patios vacíos? Hora en que los muebles viejos aprovechan para sacarse las mentiras, y en que las cañerías tienen gritos estrangulados, como si se asfixiaran dentro de las paredes. A veces se piensa, al dar vuelta la llave de la electricidad, en el espanto que sentirán las sombras, y quisiéramos avisarles para que tuvieran tiempo de acurrucarse en los rincones. Y a veces las cruces de los postes telefónicos, sobre las azoteas, tienen algo de siniestro y uno quisiera rozarse a las paeredes, como un gato o como un ladrón. Noches en las que desearíamos que nos pasaran la mano por el lomo, y en las que súbitamente se comprende que no hay ternura comparable a la de acariciar algo que duerme.

03 diciembre 2010

"El Penúltimo Tren"/Gira 2011


Rosario, 26 de marzo 2011
Salón Metropolitano

01 diciembre 2010

Con los versos del placer y el dolor/Serrat en Rosario

Los lacerantes versos del natural de Orihuela, que falleció a los 31 años en una prisión franquista en Alicante, fueron el centro del show de anoche de Joan Manuel Serrat en Metropolitano de Rosario. Tanto las viejas canciones de su primer LP en que musicalizó un puñado de poesías de Miguel Hernández en 1972 -un disco desnudo, simple y con versos tan dolorosos como transparentes- como los nuevos temas inspirados en la misma fuente, "Hijos de la luz y de la sombra", editado este año, un álbum también de lírica desgarrante pero con una musicalidad llena de matices y arreglos.

Estas dos eras del mismo universo poético terminan unificándose en un recital donde el placer de escuchar nuevamente a Serrat se da la mano con el dolor de las palabras del poeta del hambre y la miseria en el centenario de su nacimiento. El tono del encuentro del catalán con su público, su garganta sexagenaria, temblorosa pero aún potente, pusieron canciones del pasado como las insuperables "Nanas de la cebolla", "Para la libertad" y "Elegía a Ramón Sijé" en la misma cosmovisión de nuevos temas como "La palmera levantina" y "El hambre".

En definitiva, y a pesar de no ser un concierto monográfico sobre Hernández como los que dio en España este 2010, el recital que trajo al Nano esta vez a Rosario fue profundamente conceptual: no llegó acompañado por su alter ego descarado Tarrés (salvo un monólogo de cinco minutos) sino por su poeta de cabecera al que, si bien retomó este año, nunca abandonó en los 38 años que pasaron entre disco y disco. Después hubo tiempo para otra hora de algunos clásicos y varios temas casi olvidados de su repertorio y no desentonaron en el clima intimista del reencuentro.

El show comenzó a la hora prevista, 21.40, a pesar de la fuerte tormenta de viento, relámpagos y lluvia que desató sobre Rosario. Dos teclados, del histórico Ricard Miralles y de Josep Mas "Kitflus", el bajo y el contrabajo de Víctor Merlo, la batería de Vicente Climent, las guitarras de Israel Sandoval y el violín de Olvido Lanza arrancaronjunto a la voz de Serrat entre bambalinas recitando "Me llamo barro, aunque Miguel me llamo/ barro es mi profesión y mi destino...". Tras cartón, sonaron las notas de "Tres heridas", una de las canciones del primer álbum dedicado a Hernández,y uno de sus mejores discos, y el protagonista hizo su aparición en escena de jean desteñidos, camisa oscura y saco negro ante un Metropolitano repleto.

Del nuevo disco se destacaron “Las abarcas desiertas”, con un estremecedor acompañamiento de violín y “Dale que dale”, con aires de rumba.

Luego de un intermedio con la banda haciendo una jam en torno a “Vagabundear”, Serrat se despachó con “Soy sinceramente tuyo”, una muy buena versión de “La bella y el metro”, “Princesa”, las olvidadas “Los recuerdos” y “Disculpe el señor”, además de “Mediterráneo” y, en los bises, clásicos como “Penélope” “Señora”, “No hago otra cosa que pensar en ti”, “Palabra de amor” en catalán y como cierre “Fiesta”. El segundo round llega esta noche a la misma hora y en el mismo lugar.
Jose L. Cavazza/La Capital

27 noviembre 2010

Roberto Fontanarrosa

"De mí se dirá posiblemente que soy un escritor cómico, a lo sumo. Y será cierto. No me interesa demasiado la definición que se haga de mí. No aspiro al Nobel de Literatura. Yo me doy por muy bien pagado cuando alguien se me acerca y me dice: me cagué de risa con tu libro"

Roberto Fontanarrosa
Rosario, 26/11/1944 – Rosario, 19/7/2007

26 noviembre 2010

El Cervantes premia la imaginación y fantasía de Ana María Matute

La autora de 'Olvidado Rey Gudú' y 'Los soldados lloran de noche' recibe a sus 85 años un premio que reconoce una trayectoria literaria intachable.

Tras sonar durante años en las quinielas del galardón más prestigioso de las Letras en español, Ana María Matute se alzó ayer, por mayoría, con el Premio Cervantes 2010 por el magisterio demostrado como “escritora realista con proyección a lo fantástico”. “La conjunción de esas cualidades es sorprendente”, explicó Juan Marsé, miembro del jurado y Premio Cervantes 2008, después de que la ministra de Cultura, Ángeles González-Sinde, hiciera público el fallo.

Matute, miembro de la Real Academia Española (RAE) y genial novelista y cuentista, se convierte así en la tercera mujer que gana este galardón, que en sus 35 años de trayectoria sólo había distinguido a María Zambrano y a Dulce María Loynaz.

Gregorio Salvador, otro miembro de la RAE y presidente del jurado, subrayó que “los méritos y valores de Ana María Matute son evidentes, y más cuando este premio reconoce una trayectoria completa”. De todas las facetas desarrolladas por Matute, Salvador se centró en su producción de literatura infantil y juvenil, “una autora verdaderamente genial y que tiene un público fiel en esas edades”, una cualidad que quizá no posean otros autores galardonados con el Cervantes.

Matute recibió la noticia en su casa, que actualmente se encuentra en obras. Eran las 14.15 horas cuando la titular de Cultura le informó que el ansiado premio era suyo. La autora de novelas como Los hijos muertos o Los soldados lloran de noche no alcanzaba a creerse la noticia y le preguntaba a González-Sinde: “De veras que soy yo? ¿Pero seguro? ¿Pero de verdad que no es un error, que no os equivocáis?”.

Premio a una vida
Una vez repuesta de la emoción, la flamante ganadora del Premio Cervantes 2010 expresó su alegría y explicó que este reconocimiento “es una especie de premio a todo lo que ha pasado durante una vida”, en referencia a su larga trayectoria literaria. A sus 85 años, Matute se mostraba encantada de ser la ganadora de esta edición. “Me hacía mucha ilusión y esta noche no he dormido nada pensando si me lo darían o no me lo darían y ahora me siento muy feliz”.

La novelista inició su celebración, según explicó a la agencia Efe, “abriendo dos botellas de cava. Luego seguiré celebrándolo escribiendo un nuevo libro que comenzaré en Navidad y que haré con toda la ilusión e ímpetu”.

Para Ana María Matute, hay algunos que “escriben para que les den premios, pero otros escribimos porque es nuestra forma de estar en la vida. De todos modos sienta estupendamente que te premien”.

La niña grande que cree en las hadas
Por Carmen Méndez
Cuando Ana María Matute era niña, a veces le castigaban en un cuarto oscuro, porque era muy traviesa. No le importaba demasiado, siempre se sentía acompañada por las hadas y otros seres extraordinarios que viven en los cuentos y que a sus 85 años le siguen haciendo compañía. La imaginación nunca ha abandonado a esta escritora que se confiesa escandalosamente tímida e insegura.

Su buen humor y una ternura barnizada de picardía e ironía hacen de la Matute una mujer prodigiosa, que sabe que las hadas existen, igual que sabe que el dolor y la desesperación muerden a todos. La escritura siempre ha sido su leal compañera. A la autora de ‘Primera memoria’ y ‘Olvidado Rey Gudú’, escribir le ha salvado la vida muchas veces, como reconocía en una entrevista a ‘EXPANSIÓN’.

La niña Matute tiene 85 años, y el Cervantes le encuentra con las palabras y la imaginación a cuestas. Es su forma de estar en el mundo. Desde que en 1948 escribió ‘Los Abel’, hasta el recopilatorio de sus cuentos ‘La puerta de la luna’, que acaba de publicar en Destino; del neorrealismo de ‘Primera memoria’ al mundo mágico de ‘Olvidado Rey Gudú’… qué hada es la Matute.

Ocho días después de que estallara la Guerra Civil, Ana María cumplía 11 años. Descubrió entonces que la vida, como los cuentos, era cruel. Los bombardeos en su Barcelona natal le asustaban, pero también disfrutaba mucho. “No había colegio, y los niños que nunca habíamos salido solos, de repente íbamos a las colas del pan, convivíamos con golfillos –¡lo que aprendimos de los golfillos–, y vivimos con una libertad tremenda. Fue espantoso y a la vez divertido. La vida es así”, reconocía.

Así es la vida, y esta mujer sabia lo sabe, porque ha caminado de igual modo por los senderos de lo mágico y de lo real. Hasta las hadas sufren depresiones y ella pasó por una terrible que la alejó quince años de la escritura. Pero la vida siempre puede más que todo, y ella ha vivido intensa, apasionadamente. “He sufrido mucho, pero he disfrutado mucho también. La vida me parece una maravilla”.

Ana María Matute, que no se enfada porque le da pereza, ha escrito para adultos y para niños cuando escribir literatura infantil se consideraba la segunda división de las letras. Domina los terrenos de lo real y de lo imaginario, que en ella son el mismo mundo, porque sabe que “puedes encontrarte un hada hasta en los semáforos”. Y si le cuentan que las hadas no existen, aléjese: “No hay que fiarse nunca de las personas que no tienen imaginación”.

Fuente: expansión.com

22 noviembre 2010

Ángel González, poeta libre, sencillo y comprometido

Las letras españolas se cubrían de nuevo de luto por la inesperada muerte de Ángel González. El poeta, académico y premio Príncipe de Asturias de las Letras, una de las voces más lúcidas, claras y comprometidas de la poesía española del siglo XX, murió a los 82 años en la madrugada del sábado Madrid, apenas 24 horas de ser hospitalizado en la Clínica Moncloa a causa de una crisis respiratoria y horas después del fallecimiento de Pepín Bello. Solidario poeta del compromiso, maestro de la generación del 50, mago de la sencillez y la naturalidad, los restos de gran poeta asturiano serán incinerados hoy domingo en el madrileño cementerio de la Almudena. Sus cenizas serán posteriormente trasladadas a su Oviedo natal.

En el tanatorio de San Isidro se instaló ayer sábado una capilla ardiente en la que se sucedieron las muestras de condolencia y admiración para con uno de los poetas más queridos y respetados de su tiempo. Por allí desfilaron, entre muchos otros, amigos muy próximos como Luis García Montero, Joquín Sabina, Almudena Grandes, Luis Antonio de Villena o Pilar Bardem. También el ministro de Cultura, César Antonio Molina, viejo amigo del poeta.

«No confundo la poesía con la realidad; son cosas distintas», afirmaba este grande de la poesía española y uno de los más reconocidos de la denominada generación del medio siglo. «Mi poesía aspira a reflejar la realidad y ser una reflexión sobre ella» solía precisar el académico y laureado poeta cuya salud fue siempre frágil y «muy mejorable», sin que hiciera temer por su vida.

La solidaridad y la libertad son temas recurrentes de una poética que, en su primera andadura, estuvo marcada por su clara toma de postura en lo que se denominó 'poesía social'. Unos poemas objetivos y narrativos fundamentados en un lenguaje coloquial, muy natural, salpicado con un tono irónico y a veces corrosivo. Con temas eminentemente cotidianos, en la poesía de González juegan un papel primordial las vivencias personales y los acontecimientos que le tocó vivir. Una poesía apegada a la realidad a la que incorporó la ironía como un rico y decisivo recurso expresivo que le permitía «decir que sí y que no al mismo tiempo».

Directa

El compromiso, la libertad y el amor fueron así puntales de la franca, directa y aparentemente sencilla poesía de González, quizá el más reconocido de una brillante generación de 'poetas sociales' llamados José Ángel Valente, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez o José Manuel Caballero Bonald, renovadores como González de la maltrecha poesía española de posguerra.

Insportable grisura

Se aliaron con la palabra para luchar contra la dura realidad social y la insoportable grisura de la dictadura franquista. Su visión desgarrada del compromiso, la desolación y la desesperanza daría paso a una serena y lúcida madurez en la que el filtro de la ironía lo hacia todo más tolerable. Era factible expresar el fracaso desde una postura crítica y escéptica.

Muy reconocido en su madurez, Ángel González obtuvo en 1985 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Se lo otorgó un jurado que destacaba cómo su poesía «sobrevive con paradójica ternura al escepticismo de esta época».

Una década después recibía el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el máximo galardón del género. También en 1996 se convertía en miembro de la Real Academia Española (RAE), institución que antes le había rechazado en dos ocasiones, y en la que ocuparía el sillón 'P' que perteneciera a Julio Caro Baroja. En marzo de 1997 leería su discurso de ingreso, 'Las otras soledades de Antonio Machado'.

Marcado por la guerra civil

Nacido en Oviedo el 16 de septiembre de 1925 en una familia de clase media, la infancia de Ángel González Muñiz quedó marcada por la temprana muerte de su padre republicano y su adolescencia por la guerra civil, cruciales episodios ambos que dejaron una profunda huella en su obra y en su vida. Un hermano del poeta, Manuel, sería fusilado en León por los falangistas, el otro, Pedro, tomaría el camino del exilio y su hermana sufriría las represalias de los vencedores.

Como a Gil de Biedma, la tuberculosis que colocaría al joven Ángel González al borde de la muerte sería su puerta hacia la poesía. Mientras se recuperaba en Páramo de Sil, en la montaña leonesa en la que estuvo tres años, escribió sus primeros poemas a mediados de los cuarenta, antes de trasladarse a Madrid, ya recuperado, en 1950. Licenciado en Derecho, estudiante de magisterio y periodismo, se ganó la vida como funcionario de Obras Públicas, ministerio en el que ingresó a principios de la misma década. En excedencia a mediados de los 50, tras una estancia en Sevilla se instala en Barcelona para trabajar como corrector de estilo en varias editoriales y trabar amistad con los poetas de 'Grupo de Barcelona'.

Su primer poemario 'Áspero mundo' (1956) fue accésit del premio Adonais. De regreso a Madrid, retoma su trabajo como funcionario y da a la imprenta poemarios como 'Sin esperanza, con convencimiento' (1960), 'Grado elemental' (1962) 'Palabra sobre palabra' (1965) o 'Tratado de urbanismo' (1967). Para entonces ha establecido fuertes lazos de amistad poética y literaria con coetáneos como Juan García Hortelano, Gabriel Celaya o Caballero Bonald.

En 1972 se estableció en Alburquerque como profesor de Literatura Española en la Universidad de Nuevo México de la que había sido antes profesor invitado. El ambiente en aquella España era aún «irrespirable» para González.

En 1979 viaja a Cuba para integrarse en el jurado del premio Casa de las Américas y conoce a Susana Rivera, con quien contraería matrimonio tras una larga convivencia.

Regresaba a España con frecuencia, pero no se instalaría definitivamente de nuevo en nuestro país hasta su jubilación universitaria en 1993. Había publicado antes del regreso 'A todo amor' (1988) y aparecerían después 'Lecciones de cosas y otros poemas' (1998), '101+19=120' (2000). 'Otoño y otras luces', aparecido 2001, fue su último poemario, publicado tras un largo silencio de casi una década. Fue también autor varios ensayos sobre 'Juan Ramón Jiménez' (1973), 'Gabriel Celaya' (1977), 'Antonio Machado' (1979), o 'El grupo poético del 27' (1976) . También publicó estudios sobre arte dedicado a pintores como Tiziano, Velázquez o Picasso, figuras recurrentes en sus artículos y conferencias.

Activo en sus últimos años, colaboró con el cantautor Pedro Guerra en el libro-disco 'La palabra en el aire' (2003). También colaboró en el álbum 'Voz que soledad sonando' (2004) junto al tenor Joaquín Pixán, el pianista Alejandro Zabala y el acordeonista Salvador Prada.

Hacía sólo un mes había sido investido como doctor 'Honoris Causa' por la Universidad de Oviedo junto al escritor Juan José Millás.

Veladas en la UIMP

Su vinculación con Santander fue más estrecha en la última decáda con comparecencias regulares en La Magdalena: la Tribuna literaria y las Veladas Poéticas de la UIMP. El espíritu crítico se mantuvo vivo y presente en un poeta que nunca perdió de vista el rastro de la música y que se mostraba convencido de que actualmente por exceso «se publica una poesía muy mala». Entre el recuerdo y la memoria revisitó en Santander el 'grupo de los 50, medio siglo después', junto al poeta cántabro y premio Cervantes José Hierro y Francisco Brines.

En La Magdalena confesó: «sigo escribiendo, pero con menos esperanza y también con menos convencimiento». El autor de 'Aspero mundo' durante su última intervención en la capital cántabra manifestó: «no he llegado a ninguna cumbre, más bien creo que ha llegado el final».

Fuente: eldiariomontanes.es/MIGUEL LORENCI

20 noviembre 2010

20 de noviembre, Día Universal del Niño

En 1954 la Asamblea General recomendó (resolución 836(IX)) que todos los países instituyeran el Día Universal del Niño, fecha que se dedicaría a la fraternidad y a la comprensión entre los niños del mundo entero y se destinaría a actividades propias para promover el bienestar de los niños del mundo. La Asamblea sugirió a los gobiernos que celebraran el Día en la fecha que cada uno de ellos estimara conveniente. El día 20 de noviembre marca la fecha en que la Asamblea aprobó la Declaración de los Derechos del Niño en 1959 y la Convención sobre los Derechos del Niño en 1989.

En septiembre de 2000, durante la Cumbre del Milenio, los líderes mundiales elaboraron los ocho objetivos de desarrollo del Milenio (ODM), que abarcan desde la reducción a la mitad de la pobreza extrema hasta la detención de la propagación del VIH/SIDA y la consecución de la enseñanza primaria universal para el año 2015. Aunque los objetivos del Milenio están dirigidos a toda la humanidad, se refieren principalmente a la infancia. El UNICEF nota que seis de los ocho objetivos incumben directamente a la infancia y que la realización de los dos últimos también traerá mejoras fundamentales a las vidas de los niños y niñas. (Objetivos de Desarrollo del Milenio, UNICEF.)

13 noviembre 2010

Susan Sontag

"Escribo porque creo en el proyecto de la literatura. No escribo para expresarme aunque de hecho me expreso porque soy la única herramienta de la que dispongo en la escritura, pero definitivamente no es ése el propósito ni la justificación. En medio de los lenguajes degradados de los medios masivos, las burocracias y las jergas técnicas, ¿se imagina qué sería de nosotros si no existiera esta especie de antídoto, de contra-ejemplo de cómo sentir y pensar? La literatura amplía el mundo. /.../ La literatura es una educación del corazón y de la mente: entendemos mejor las posibilidades humanas, ejercitamos nuestra capacidad de compasión, de identificación. Amo las artes visuales y la música, no podría imaginar el mundo sin la pintura o la música, pero el efecto no es el mismo. La pintura y la música son puro placer. También la literatura puede serlo pero es sobre todo un espacio en el que yo misma y el mundo que me rodea se extienden y se amplían".

08 noviembre 2010

Jorge Luis Borges, eterno y desconocido

Desafiante en sus poemas y cuentos, una avanzada de la literatura argentina del siglo XX y entre las plumas más prominentes del universo literario, fue Jorge Luis Borges, que nació un 24 de agosto de 1899. Estudió en Ginebra y pasó un tiempo en España hasta 1921 cuando regresó a la Argentina donde inspiró varias publicaciones de corte literario y filosófico como Prisma (1921-1922), Proa (1922-1926) y Martín Fierro en la que publicó esporádicamente.

Dedicó su poesía lírica a temas históricos de la Argentina, parte de su obra que fue recopilada en volúmenes como Fervor de Buenos Aires (1923), Luna de enfrente (1925) y Cuaderno San Martín (1929). De ese tiempo son sus lazos con nombres insignes como Ricardo Güiraldes, Macedonio Fernández, Alfonso Reyes y Oliveiro Girondo.

En la década de 1930, debido a una enfermedad hereditaria, comenzó a perder la visión hasta quedar completamente ciego. A pesar de ello, trabajó en la Biblioteca Nacional (1938-1947) y, más tarde, llegó a convertirse en su director (1955-1973).

Cuando conoce a Adolfo Bioy Casares comienza a escribir con él la Antología de la literatura fantástica (1940). Una década más tarde comienza sus relatos breves que le ganaran la fama; aunque sus inicios fueron ensayos filosóficos y literarios.

Los cuentos también le dieron celebridad, por ejemplo “La historia universal de la infamia” (1935) es una colección de cuentos basados en criminales reales. Desde 1960 llegarán los premios, como el “Fomentor” con Samuel Beckett y el más notado, el Premio Cervantes en 1980.

Cuestionado políticamente, sus posturas fueron cambiantes, evolutivas; fueron desde la izquierda en su juventud hasta el acendrado nacionalismo hasta recalar en un escepticismo de corte liberal opuesto a todo facismo, lo cual, lógicamente, lo enfrentará con el peronismo. Más tarde, cuando los militares se hicieron con el gobierno, lo criticaron por permanecer en el país a pesar de que jamás apoyó a la Junta Militar.

El retorno a la democracia en 1983 lo encontró en el mayor escepticismo que plasmó en sus obras de tono fantástico, metafísico y subjetivo. “No soy ni un pensador ni un moralista, sino sencillamente un hombre de letras que refleja en sus escritos su propia confusión y el respetado sistema de confusiones que llamamos filosofía, en forma de literatura”; con esa frase definía su sistema de pensamiento y su literatura.

La ficción fue el mundo que más trabajó, presentada en forma de cuento donde cada palabra adquiere un valor en sí mismo hasta hacer de cada pieza una “diminuta obra maestra”, donde el hilo conductor lleva al lector en la esperanza de llegar a un final que nunca encontrará como tal. Los libros seguramente más conocidos de ese género son El Aleph (1949) y El hacedor (1960).

La posteridad lo recuerda por sus célebres frases, tales como:

Siempre imaginé que el Paraíso sería algún tipo de biblioteca.

Todas las teorías son legítimas y ninguna tiene importancia. Lo que importa es lo que se hace con ellas.

Hay que tener cuidado al elegir a los enemigos porque uno termina pareciéndose a ellos.

Y la más conocida quizás: He cometido el peor pecado que uno puede cometer. No he sido feliz.

Falleció en Ginebra el 14 de junio de 1986.

31 octubre 2010

Del otro lado

Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.

No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.

Ocurre lo de siempre.

Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada
tenía que ver con la certeza, ni
con el muslo de la bataclana. No
intervinieron traiciones; no es
una vulgar historia de fervores o de mantenidas.

Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También
aquella vez (siempre aquella vez) apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.

Nos apretamos las manos en la sala impenetrable, temblamos
ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.

Estábamos perdidos en aquel
cine y él no era como el redentor; su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros queridos finados.

Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos.

Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias,
con los muertos que no aceptan su desdichada condición, no
sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.

Hubo muchas anécdotas como ésta ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien contó la historia.

Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentará olvidar que estuvimos tristes o asustados.

Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:
tendrás ganas de llorar, y nada más.

Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la
espesura de la sala?

Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo.

29 octubre 2010

DOS POETAS CHILENOS Y DE LA LENGUA ESPAÑOLA: NICANOR PARRA Y GONZALO ROJAS

El terremoto que afectó dramática y catastróficamente a Chile la madrugada del sábado 27 de febrero de 2010, días previos a la celebración del V Congreso Internacional de la Lengua Española en la ciudad-puerto de Valparaíso, llevó a suspender definitivamente dicho importante acontecimiento académico. Y a echar también por tierra los respectivos sendos homenajes a los poetas chilenos Nicanor Para (Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, 2001) y Gonzalo Rojas (Premio Cervantes, 2003) programados durante el desarrollo de las actividades culturales del evento.

Sin embargo, el poeta chileno Jaime Quezada, quiso mantener literariamente presente ese homenaje en el dar testimonio de reconocimiento y admiración a estos dos grandes poetas vivos de nuestra lengua, cuya poderosa capacidad innovadora –cada uno en la reinvención de lo suyo- hace trascendente y actual la poesía iberoamericana de nuestro tiempo.

NICANOR PARRA
NI MUY LISTO NI TONTO DE REMATE

Poeta y antipoeta, académico y antiacadémico, docto y popular, dialéctico y contradictorio, francotirador y de temperamento fragmentario y díscolo. Criollo por naturaleza. Campesino chillanejo educado en Oxford. Shakespeariano de lectura adentro (“La sensación que tengo es que yo nací para traducir El Rey Lear. No me imagino a mí mismo ahora sin El Rey Lear”). También: ser o no ser, en una permanente oposición locura-razón. Lacónico las menos de las veces, sobre todo cuando su interlocutor pestañea o pierde el vuelo del diálogo. Conversador a carta cabal, sobre todo cuando ese mismo interlocutor está atento al desarrollo de sus relatos. Directo en el decir las cosas por su nombre, sin tapujos, francamente, pan pan, vino vino: “A eso vine a este mundo, a decir verdades del porte de un buque”.

Tal era -y es- Nicanor Parra: retrato y antirretrato. Siempre el mismo, ayer como hoy. Ayer: “Si me hacen un reportaje no tengo más remedio que ponerme en pose”. Hoy: “No más entrevistas, me distorsionan todo lo que digo”. Todo el siglo veinte (con los vicios y prodigios del mundo moderno), y la primera década de este veintiuno, pasa por su vida y por su obra. Esa obra de resuelta escritura, con humor y con lenguaje muy chilensis y americano. Y esa vida llena de visionarios años de lúcida existencia. Cuando cumplió sus ochenta, en 1994, un periodista le preguntó, muy suelto de lengua: ¿Piensa llegar al año 2000, Nicanor? Y la respuesta: “¡Cómo va a ser tanta la mala suerte!” Por fortuna, la mala suerte no va con él. Nicanor Parra ha pasado con creces el siglo XX para entrar en el XXI, y nada menos que en sus noventa y cinco de edad.

Nicanor Parra nació un 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico, una aldea de la provincia chilena cercana a la ciudad de Chillán, 400 kilómetros al sur de Santiago de Chile. Hijo mayor de un profesor primario y de una modista de trastienda. La Lira Popular, unas volanderas hojitas callejeras con sucesos del cielo y del infierno, será su silabario en el leer y aprender. Durante varios años enseña matemáticas y física en un Liceo oscuro, después de haber estudiado en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Andando el tiempo volverá a esta misma Universidad a ocupar la cátedra de Física y Mecánica Racional que le llevará medio siglo de docencia.

Con Cancionero sin nombre, una obra publicada en 1937, y de marcado acento, ritmo y romance garcialorquiano, Parra entra en el escenario literario chileno. Aunque dejará pasar algunos años para acercarse a su obra cabalmente representativa de sus Poemas y Antipoemas (1954). Tiempo suficiente para que el lector pudiera recuperarse del golpe antipoético. Y después La cueca larga (1958), Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), Hojas de Parra (1985) y sigue, sigue. Cada libro lo ha hecho ganar o perder amigos. Lo salvan y lo condenan. Estos últimos, no tienen pelos en la lengua: “Desconfíe del antimundo, del antimono, del antihombre o anti no sé qué, verdadera epidemia que cae y vuelve a caer en la simple retórica de sí misma”. Y los otros –los más- lo señalan como “el gran poeta vivo de nuestra lengua, cuya poesía es la expresión más justa del gran drama del que todos somos actores: la existencia contemporánea”.

Y Nicanor se abanica. Ni los Vientos contrarios (título de un libro de Huidobro) ni los Plenos poderes (título de un libro de Neruda) le hacen mella. La antipoesía es su mejor coraza, porque puede ser, efectivamente, un atentado contra la poesía. O bien señalar un rechazo a moldes estereotipados y una apertura a nuevas formas que ensanchan el lenguaje poético: “En la antipoesía se permite todo, cualquier cosa, uno puede estar hablando de manzanas y perfectamente puede salir con peras, aunque el cielo se caiga a pedazos porque este es el fin último de la poesía”.

Al publicar Poemas y Antipoemas (1954), Nicanor Parra -ni muy listo ni tonto de remate, como se define a sí mismo nada menos que en un epitafio- viene a romper con todo un ordenamiento generacional y continuo de la poesía chilena y latinoamericana del siglo veinte. Y con una manera de escribir esa poesía. Todo el derrumbe de un alquímico lenguaje de pequeño dios en beneficio de la exaltación de un lenguaje nuevo o recuperado de lo cotidiano, dejando en evidencia que el poeta –homo sapiens, homo faber- es un hombre como todos: “Se acabó el engolamiento”.

Así, los temas de Parra (contar y cantar las cosas por su nombre) vienen del diario vivir o del llamado lenguaje de la tribu en un recuperar hablas y lenguas desde sus raíces e invenciones creativas, con todas las tablas lecturales y trampas y vicios del mundo moderno. A través de sus endecasílabos, Parra puede llegar a la risa más destemplada como a la compasión por el ser humano o la autocompasión. Sentimientos de humanidad y dramaticidad que revelan sus antipoemas, a pesar de su carga de humor y gracia e ironía. Contrasentidos y circunstancias en los cuales radica la alteración gestual y dialogante del antipoeta a través de una escritura rupturista y transgresora. Un embestir contra lo absoluto y lo sagrado en una especie de desacralización y desmitificación del mundo y del hombre.

De ahí, también, que el lenguaje antipoético llega, a veces, a una “herejía” contra el lenguaje convencional, en una constante dialéctica de las contradicciones. “A decir verdad, la antipoesía es una lucha libre con los elementos. El antipoeta se concede a sí mismo el derecho a decirlo todo, sin cuidarse para nada de las posibles consecuencias prácticas que puedan acarrearle sus formulaciones teóricas. Resultado: el antipoeta es declarado persona no grata”, dice Nicanor.

Con la llamada antipoesía, y de acuerdo con el alfabeto parriano, su autor busca precisamente anticiparse al poema mismo como forma de imponer un nuevo tratamiento en la escritura poética, es decir, un torcerle el cuello al cisne del lenguaje. O en un acto inaugural de reinventar nuestros decires. ¿Cómo quemar las naves tradicionales, entonces? Partiendo de la misma tradición en un decir las cosas como son, sin retórica o alegoría alguna, aunque este decir haga poner el grito en el cielo. El alma chilena, del mar a la montaña (Carlos Pezoa Véliz, Diego Dublé Urrutia), anda en las lecturas genealógicas de Parra, junto a aquellas otras de lenguas diversas en sus vertientes nutricias: “En la época que yo escribí algunos de los antipoemas , leí con mucha atención a Kafka, también a los ingleses. Es una mezcla de todo y de muchas cosas más. Tampoco pueden estar ausentes Aristófanes, Chaucer, por ejemplo”.

La verdad es que Nicanor Parra rompe de golpe con toda una tradición literaria, con todo un tono, un decir, una forma alambicada para el quehacer poético. El poema o antipoema de Parra es una auténtica y sincera advertencia al lector. Las palabras arcoiris, dolor, torcuato no aparecen por ninguna parte en sus textos. Sillas y mesas sí que figuran a granel. Ataúdes, utiles de escritorio, tumbas que parecen fuentes de soda. De esta manera, el lector pasará a ser un lector cómplice, comprometido en medio de un cúmulo de contradicciones y en un mundo que se recompone a través de un método rápido de preguntas y respuestas. No hay, pues, lector pasivo, aunque este lector ignore de dónde vienen esas voces que lo hacen temblar.

La antipoesía se vuelve cotidiana. El antipoeta es un hombre más, un albañil que construye un muro, un constructor de puertas y ventanas, un hombre capaz, incluso, de ironizar su propia existencia. Parra ha expresado muchas veces que no hace literatura, que sólo cuenta cosas: “Los poemas son como secreciones glandulares. ¡Ay del poeta que siga haciendo el quite a los giros del lenguaje cotidiano, combinando palabras que suenen más o menos bien, como nos enseñaban en la escuela! La unidad fundamental de la poesía es el giro idiomático y no la palabra”.

Pero no todo es paradoja, vicios del mundo moderno, sueños absurdos. También cierto dramatismo estremece la interioridad de esta antipoesía hasta hacerse evocadora y casi nostálgica en un recuperar días felices o reconstruir memorialmente recuerdos de juventud. Así, lo neorromántico y lo posmodernista y lo expresionista –ismos visibles y reconocibles (incluso por el autor) como líneas centrales de su obra- constituyen vitalizadores vasos comunicantes hacia lo cotidiano y, en definitiva, hacia lo humano de esta poesía. Poesía o antipoesía de la claridad.

Con la aparición de Poemas y antipoemas, en 1954, se inauguraba no una nueva forma de crepúsculo, sino un nuevo tipo de amanecer poético: Durante medio siglo / La poesía fue el paraíso del tonto solemne / Hasta que vine yo / Y me instalé con mi montaña rusa.

*

GONZALO ROJAS
Y LA POESÍA DE LO NUMINOSO

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Desde la publicación misma de Contra la muerte (1964), uno de sus libros visionarios, Gonzalo Rojas –“este animal larvario que soy”- marcó de inmediato un hito de trascendencia en el proceso poético chileno del siglo veinte. Puso en vigencia y proyección a un autor que desde entonces, y aun antes, había adquirido un compromiso de vida y de conducta con el oficio intenso de la poesía: aire en su invención alucinadora y creadora, pero también en su realidad viva, en el instante terrible de cada cosa. “Un aire, un aire nuevo –dirá el poeta-, no para respirarlo, sino para vivirlo”. Animal larvario, entonces, y en permanente crecimiento tenaz, este chileno en las alturas mayores de la poesía iberoamericana de hoy y en lo mejor de una lucidez relampagueante de sus 92 años.

Gonzalo Rojas nació un 20 de diciembre de 1917 en Lebu, un pueblo minero, pescador y araucano de una sureña provincia de Chile, el país andino y marítimo en la australidad del mundo. Será ese mar y sus tormentas -“leo en la nebulosa mi suerte cuando pasan las estrellas veloces y oscurísimas”- el universo que marcará su infancia y a la cual volverá permanentemente en su poesía: “Alumbrado de mí, doy un salto hacia atrás y entro por un instante en el destello de la infancia. Voy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu tormentoso y oigo, tan claro, la palabra relámpago”.

No en vano, y muy suyas, son esas palabras amadas en el esdrujulamiento y lo sensitivo del rehallazgo, del zumbido, del relámpago, materia y fundamento de su escritura: “Y voy volando en ellas, y hasta me enciendo en ellas todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías”.

Será, sin embargo, Concepción la ciudad donde la literatura fijará su vaticinio y su derrotero, orientará su vocación de poeta con azar y todo, y dejará atrás su tartamudez para el respiro definitivo de su aire y conjurar lo numinoso: prodigio y vivacidad y transfiguración. Y de ahí, con su surrealismo criollo o mandragorismo chileno, saltando en una rueda libérrima al mundo: “Oigo con urgencia que me llaman y llaman, oigo voces y escribo”. Escritura, en consecuencia, iluminada e iluminadora desde el origen, tuétano adentro, en su Dios, en su eros, en su quejumbre y, en definitiva, en su estallido de mundo: sentido y sonido.

Así, La miseria del hombre, su libro hito y primero de 1948, será el inicio, con más o menos plazos, de una veintena de otros que enriquecerán, sin ego posible, su cada vez más admirativa y portentosa escritura poética, aun reconociendo que siempre se estará escribiendo el mismo libro, “libro viejo y libro nuevo al mismo tiempo, jugando en el juego fragmentario que nada tiene que ver con la dispersión”.

De La miseria del hombre (1948) a Contra la muerte (1964), de Oscuro (1977) a Del relámpago (1981), de Transtierro (1979) al Alumbrado (1986), de Materia de testamento (1988) a Réquien de la mariposa (2001), y todo en un cauce incesante que va y viene (“lo que pongo en tela de juicio es la palabra misma como proyecto de inmortalidad”), y en un llamear esa palabra sin impostura posible, revelando a un poeta cada vez más crítico y congruente con su propia hondura, enamorada y solitaria, logrando visiones profundas del hombre y de su circunstancia, valiéndose de un lenguaje original, tan pleno de imágenes y de símbolos que le dan su lozanía y su universalidad.

Escritura poética en su prestigio y reconocimiento que lo llevará nada menos, y entre otros galardones muchos, al mismísimo Premio Cervantes (2003), el más significativo e importante de la lengua española. El poeta dirá: “Cuando escribo mis líneas menesterosas de aprendiz interminable, lo primero que hago es ponerme en pie y marcharme”.

A la par de su intensa trayectoria poética y de los itinerarios de su obra édita en Santiago de Chile, en Caracas, en México, en Madrid, el poeta viaja, viaja por países y continentes, y sin temor al vértigo y al desvarío dialogando con el mundo: “Vengo simultáneamente del norte y del sur, del este y del oeste, y he vivido largo en muchos párrafos del planeta, de los hielos a los trópicos y de las cordilleras al mar”. Conferencias y más conferencias, lecturas y más lecturas, Universidades y más Universidades. Cambiar, cambiar el mundo: “Corrimos demasiado veloces con la antorcha quemada en nuestras manos, libérrimos y errantes por volar al origen”.

La poesía de Gonzalo Rojas, siempre tan vivencial y abismante, fundamenta y fija rigurosa, estética y armónicamente las vertientes temáticas de una escritura en su identidad y en su visión y que, a su vez, se irá proyectando de libro en libro, en su revelación de vida y de lenguaje. Concentración y precisión verbal en su exigencia y rigor, pero al mismo tiempo con libérrimo espacio de circulante aire. Sentido y sonido en sus visiones o cuerdas rescatadoras que surgen de lo numinoso, por no llamarlo metafísico, del “todo es tan falso y tan hermoso”. Es decir, lo precario de lo humano y su sed de infinito. O en el verso, ya citado: “Leo en la nebulosa mi suerte cuando pasan las estrellas veloces y oscurísimas”.

También la presencia de lo genealógico, atándose muy fuertemente con lo tanático. Todo en una especie de defensa de la sangre viva del parentesco sanguíneo y del parentesco imaginario. De ahí una poesía existencial del hombre de nuestro tiempo. Además, lo resueltamente quevediano en el tratamiento del desenfado y el humor. O esa terca ironía, con su sátira y su farsa. A su vez, el amor-eros en toda su plena y exacta hermosura de qué se ama cuando se ama. Sensorialidad en el amor cuerpo-tacto-olfato-lengua. O en la espiritualidad (lector atento de su Juan de la Cruz) de los sentidos o del arrobamiento en la dolencia de amor.

Entre estas vertientes o registros temáticos, Gonzalo Rojas no descuida las circunstancias inmediatas en una poesía de transtierro (pasarán estos años cuántos de viento sucio) o de reflexión de lo humano-humano en las realidades y contingencias. La poesía como experiencia de vida, entonces, con sus “estrellas veloces y oscurísimas”. Poesía fermental y vitalísima, sin duda. Y relampagueante y de respiro hondo. Para aprender a ver, a oler, a oír el mundo con su palabra, transida de ella: “No tengo otro negocio que estar aquí –escribe el poeta-, diciendo la verdad en mitad de la calle y hacia todos los vientos”.

Hay algo geológico y mágico en su poesía vislumbradora, una relación hondamente sensitiva y sensual a cada paso. No una dialéctica del amor, sino un hechizo perplejo (“el portento erótico se me da como peripecia de perdedor”), un permanente alumbramiento en su asombro y en su maravilloso desvarío, una irradiación cautivadora e imantada en sus decires y sus haceres: la escritura como acto genésico encima de la página blanca. Un juego de estar y no estar: No soy David, ni San Juan de la Cruz, ni Baudelaire, ni ese sagrado alcohol de Dylan Thomas. Ni los volcanes libres de la Mistral, Neruda, o de Rokha; ni Vallejo, ni el Océano, ni Vicente, ni nadie. Apenas uno más en el coro invisible.

Longevo irremediable este nuestro Gonzalo Rojas. ¿Apenas uno más en el coro invisible? “Animal larvario” (como se define), rítmico y sigiloso. Místico turbulento, sin duda, en su perpetuo encantamiento del amor, “y sin el cual no anda el mundo, pues el amor es la única utopía que nos queda”. Alumbrado y metafísico en sus noventa y dos años -la edad de su reniñez- y en su irrenunciable escritura de su siempre incesante ejercicio: ¿Qué se espera de la Poesía sino que haga más vivo el vivir?

Valparaíso, Chile, marzo, y 2010.

23 octubre 2010

Charly García


"Mama la libertad, siempre la llevaras, dentro del corazón. Te pueden corromper, te puedes olvidar, pero ella siempre está"

20 octubre 2010

Haroldo Conti

La noche del secuestro

Haroldo Conti fue secuestrado en la madrugada del 5 de mayo de 1976 por una brigada del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino. Desde entonces continúa desaparecido.
(testimonio de Marta Scavac)

Apenas entramos, unos diez hombres estrafalariamente vestidos con vinchas, gorras y ropas raras, se nos vino encima. Inmediatamente me ataron las manos detrás de la espalda y me cubrieron, con ropa, la cara y la cabeza. Escucho que hacen lo mismo con Haroldo; aunque él se resiste, no es fácil reducirlo, es muy fuerte, pero le dicen que se quede quieto por el pibe, se referían al bebito. Escucho luego un ruido de cadenas. Pasados los primeros momentos de sorpresa yo también intento resistirme, pero las dos personas que me sujetaban me arrojaron al piso y comenzaron a patearme y a gritarme que me quede quieta. No sabía de qué se trataba. Pensé que era un asalto porque escuché cómo revisaban toda la casa y rompían objetos, quizá buscando dinero. Les dije que no teníamos dinero, que no era una casa de ricos, pero seguían buscando y rompiendo. El otro muchacho gritaba, les decía "dejen a la señora, cobardes, ella no tiene nada que ver, no le peguen, déjenla" y le respondían con fuertes golpes. También pedía agua, aterrada alcancé a pedirles que le diesen agua, que no le pegasen. Él reclamaba por la Convención de Ginebra. Ahí mi desconcierto era total. No entendía qué decía al mencionar la Convención de Ginebra. No entendía nada de toda esa pesadilla espantosa.
Haroldo ContiDistinguía dos voces entre todas, las del que al parecer dirigía todo, el "malo" del grupo, y otra suave, la del "bueno" que me sacó del comedor y me llevó al escritorio. Se notaba que era una persona con cierto nivel cultural y en todo momento tuvo un trato muy especial conmigo. Lo escuchaba romper papeles. afiches que teníamos en las paredes, me decia: "señora, ¿cómo una mujer de su clase se metió en esto?". Le pedí que me explicara quiénes eran, qué querían. Me respondió que estábamos en guerra: "o nosotros los matamos o ustedes nos matan a nosotros". Le respondí que nosotros no matábamos a nadie, que yo no conocía ninguna guerra en nuestro país. Escucho que sigue rompiendo papeles. Le suplico que no rompa el cuento que Haroldo estaba escribiendo. Después comprobé que dejó la máquina de escribir de Haroldo, junto al borrador del cuento, intacto. Quedó sólo eso sin romper como un símbolo en medio de la casa revuelta, como sacudida por un terremoto.
Me preguntó de dónde veníamos. Le respondí que del cine y que en el abrigo estaba el programa. Comenzó a molestarse cuanto me preguntó por qué había viajado a Cuba con Haroldo. Le dije el motivo, que Haroldo había sido jurado de novela de Casa de las Américas. Me reprochó por qué no viajaba a Estados Unidos y le respondí que sí había viajado a ese país, y que podía comprobarlo en el pasaporte. Censuró además mi colaboración con Haroldo en la novela "Mascaró" y le pregunté qué tenía en contra de la novela. Me respondió que era una novela subversiva e insistió en por qué había colaborado en eso. Le expliqué que trabajaba junto a mi marido ayudándolo en su tarea de escritor. Simultáneamente escuchaba cómo el "malo" le hacía preguntas a Haroldo. No podía distinguir bien las preguntas y respuestas, aunque se filtró la voz del "malo" diciendo: "Don Haroldo ¿por qué se metió en esto? Lo va a pagar caro". Me aterroricé al escuchar esto y le pregunté al "bueno" qué estaba pasando, qué pasaba con mi marido, por qué le decían eso. No me responadió. Seguía revisando papeles. Yo escuchaba el ruido de los libros contra el suelo.
Interrumpió el "malo" para preguntarme sobre un escrito taquigráfico que había en mi cartera. Yo, por los nervios, no podía recordar de qué se trataba. Como soy taquígrafa, así se lo expliqué, muchas de las notas que hacíamos con Haroldo para la revista las escribía yo. Uno de ellos dice que les estoy tomando el pelo. que voy a hablar cuando me lleven. Era desesperante, mi impotencia era total, no sé si me creyeron, pero yo les decía la verdad.
Me preguntaban sobre la vida del muchacho que estaba en la casa. Yo no sabía nada de él, solamente que vivía en Córdoba y que estaba de paso por la Capital, que nos había pedido estar unos días en casa mientras buscaba buenos precios porque trabajaba de decorador y hacía los arreglos de escenografía en teatros de Córdoba. Les expliqué que eran frecuentes las visitas y que yo no tenía tiempo, por el trabajo de la casa y los chicos, de conocer la vida de cada uno. Me decían que era un guerrillero, yo les preguntaba de dónde, yo no conocía su vida íntima y seguían insistiendo en que era un subversivo. que por qué estaba en mi casa. Otra vez trataba de explicarles como podía la presencia de esta persona en casa. que era muy correcto, muy bueno.
Comienza a llorar el nene. Les pido que me dejen ir con mi hijo que lloraba de hambre. Haroldo escucha y grita: "dejen que la madre esté con el nene dejen a mi mujer dejen que le dé la mamadera". El "bueno" me pregunta cómo se prepara y cuando termino de darle las indicaciones, dice que me quede tranquila que él va a atender a Ernestito. Uno de los sujetos encuentra unas fotos que Federico Vogelius nos había sacado. a mí y al nene, dos meses atrás en Claromecó. Me dice qué lindo pibe tenía, qué linda que estaba yo en esa foto, qué bien que habíamos salido madre e hijo. Vuelve a preguntarme que cómo era que me había metido en esto. Vuelvo a decirle que yo no estaba metida en nada que nuestra vida era pública, normal que todo era perfectamente legal, que no teníamos que ocultar nada. Se aleja y me doy cuenta de que estoy sola en el escritorio. Seguía escuchando cómo rompían los jarrones de adorno y me doy cuenta que sacan cosas de la casa, que se llevan los muebles. Ahí me confundo de nuevo pensando que podía tratarse de ladrones comunes. Vuelve el bueno y me pregunta qué temperatura debe tener la leche para el nene. yo le explico y le vuelvo a pedir que me deje atender a mi hijo Me dice nuevamente que eso no podía ser, que me quedara tranquila, que él se había hecho cargo. Me quedé con la sensación de que él era padre o estaba por serlo. Estaba desconcertada. Seguían llevándose cosas y no entendía cómo podían actuar tan tranquilamente, siendo que la comisaría 29a. estaba a menos de dos cuadras y el patrullaje por esta zona era frecuente. Lo que para nada era común era una mudanza a estas horas de a noche. Confiaba en que alguien se diera cuenta de la situación y que interviniera. pero no pasó nada.
Ya no escucho llorar al bebé. El "bueno" viene a decirme que me quede tranquila que Ernestito había comido. Le pregunto por mi hija, no entendía cómo tanto ruido no la había despertado. Me dice que está bien, que no me preocupe. Vuelve el "malo" y me informa: "nos llevamos a su marido porque tenemos unas cuantas preguntas que hacerle. Yo le respondo que había escuchado toda la noche cómo lo interrogaban y que si querían continuar con las preguntas que lo hicieran en casa. El "malo" pierde el control otra vez y me insulta, me grita, me amenaza. Interviene el "bueno" pidiendo que me deje tranquila. Escucho que hablan entre ellos. No entiendo lo que dicen. Se filtran unas palabras: "no, no tenemos lugar, el coche está completo". Yo seguía a los pies de ellos. tirada. atada y encapuchada. De pronto se acerca nuevamente el "malo" y me dice: "bueno, hemos decidido llevarnos a Haroldo y vos te quedás piola, no intentés escapar porque dejamos un coche en la puerta y en cuanto asomés la cabeza te limpiamos". Les pido nuevamente que no se lo lleven. Fueron inútiles mis ruegos. Cuando comprendí que no podía convencerlos de que lo dejaran, les pedí que se llevasen los remedios que Haroldo tomaba desde que un patrullero lo había atropellado en diciembre del '73. Me preguntan dónde están esos remedios y les digo que en la mesita de luz. No me responden. En un momento de desesperación les grité que quería despedirme de mi marido. Interviene el "bueno" y me dice: "yo la voy a llevar señora" . Sigo sus pasos porque, lógicamente, no veía nada. En el trayecto uno de ellos le dice al que me llevaba: "¿vas a bailar el vals con la señora que está tan elegante?". Yo imagino que estaría muy elegante después de haber estado en manos de ellos. Seguimos caminando hasta que, en un momento, el que me llevaba se detiene y me doy cuenta que estamos en la entrada del dormitorio. Comienzo a llamar a Haroldo. Le pido que se acerque. que no lo puedo ver y escucho su voz que me responde y siento su cuerpo próximo al mío. Me desespero tratando de verlo. de tocarlo pero sigo con las manos atadas y la cabeza encapuchada. Haroldo me responde: "estoy bien querida, no te preocupes por mí, cuidate vos y el nene, yo estoy bien. Siento que Haroldo se acerca y me besa la barbilla, que era la única parte de la cara que tenía descubierta. Ahí me doy cuenta que Haroldo no estaba encapuchado, ya que me besó directamente la parte descubierta. Comienzo a gritar que no me lo lleven, quiero tender mis manos hacia Haroldo pero no puedo desatarme. Siento que bruscamente nos apartan. Todo sucede rápidamente. Me tiran sobre la cama. Uno de ellos cubre mi cuerpo con el suyo y me pone un revólver en la nuca. Siento los gritos del muchacho cuando se lo llevan, siento un ruido de cadenas nuevamente y motores de automóviles que se encienden. El tipo que me estaba custodiando gritaba sin parar "no te muevas, no te muevas, no te muevas". Pero no podía moverme. Apenas podía respirar con mi cara apretada contra el colchón. Escucho que se abre la puerta de calle y una voz llama al sujeto que estaba conmigo. Este sale corriendo y ahora escucho un portazo y que cierran la puerta con llave. Luego un silencio de muerte me rodea. Me doy cuenta que se han ido todos. Trato, con gran esfuerzo. de incorporarme de la cama y llego al cuarto de mis hijos. No sé cómo logro desatarme y quitarme la ropa que cubría mi cabeza; son dos camisas, una de Haroldo y otra de Miriam. Veo al bebito durmiendo en la cuna, me acerco a la cama de Miriam y comienzo a llamarla a los gritos, desesperada. Ella no me responde. mis fuerzas físicas no dan más, las piernas se me doblan y la cabeza me da vueltas. Sigo llamando a la nena, enloquecida empiezo a sacudirla y siento un olor muy fuerte. Me doy cuenta que estaba dormida con cloroformo. Ernestito comienza a llorar, seguramente asustado por mis gritos, y Miriam abre los ojos enormes, sus pupilas están dilatadas. Rápidamente le cuento a la nena lo que había pasado, le pido que se levante y me ayude a salir de la casa. Sigue mirándome espantada y comienza a llorar cuando ve la casa toda revuelta. Las dos lloramos juntas, aterrorizadas. Le pongo un abrigo sobre el camisón y envuelvo al nene en una frazada. Comienzo a caminar por la casa hacia la puerta. En el piso hay que sortear objetos rotos, ropa, papeles y libros. Miro hacia el comedor y veo platos, cubiertos y restos de comida. Habían comido las milanesas que tenía preparadas. También tomado café. El aparato de teléfono no estaba, se lo habían llevado. Dejaron un sillón grande de cuero, allí siento a los chicos y me subo al respaldo tratando de alcanzar una ventana. La abro y salto a la vereda. No veo ningún coche vigilando. La nena me pasa al bebito y salta con mi ayuda Comenzamos a caminar. Eran alrededor de las seis de la mañana. Llovía y hacía mucho frõo. Un amanecer gris y destemplado, clásico de un día de mayo. Cuando siento que las piernas no me dan más, veo pasar un taxi desocupado. No podía creer en ese milagro. Lo llamo y el taxista se detiene y baja a ayudarme. Le cuento brevemente lo que me había pasado y le pido que nos lleve hasta la casa de mis padres, pero le aclaro que no tengo un solo peso para pagarle, ya que me habían robado hasta las monedas. El taxista me di jo "señora. yo trabajo de noche y todos los días veo casos como el suyo, yo la llevo donde sea". El hombre tapa la banderita del reloj del taxi, me ayuda a sentarme, acomoda a mis hijos y parte a toda velocidad. No hablamos una palabra en todo el trayecto. Al llegar se baja y vuelve a ayudarme con los chicos. Me pregunta: "¿en qué puedo ayudarla?". No sé quién es este hombre, ignoro su nombre, sólo tengo este medio para agradecerle profundamente su solidaridad. Jamás lo olvidaré.


* Testimonio de Marta Scavac, esposa de Haroldo Conti. Aparecido en la revista Crisis, Nº 41, abril de 1986.



Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”