01 julio 2011

Reflexiones sobre noticias/Juan Carlos Onetti

Estas primeras líneas las dedico a quienes hayan leído Historia universal de la infamia, el libro de Borges que prefiero. A quienes no, les aconsejo correr a una librería y regalarse el gozo de leer y releer sus magníficas páginas. Buen principio para año nuevo. Tal vez no importen mucho los temas o los infames que por el libro desfilan. Pero la belleza de la escritura se basta para deleitar y seducir.
En el caso de Bill the Kid, para justificar el mérito y la precocidad de este infame, Borges nos cuenta que su apellido era Harrigan y su aspecto el de una rata rojiza; que a los catorce años entró en una taberna de Nuevo México y se apoyó en el mostrador para beberse unas copas; que "entró un mejicano más que fornido, con cara de india vieja. Abundaba en un desaforado sombrero y en dos pistolas laterales. En duro inglés desea las buenas noches a todos los gringos hijo de perra que están bebiendo. Nadie recoge el desafío...una detonación retumba en seguida. El mejicano no precisa otra bala. Se adivina la apoteosis. Bill concede apretones de manos y acepta adulaciones, hurras y whiskys".
Así comenzó su carrera de asesino. Mataba por matar, sólo por placer. Hasta que un día un comisario sentado en un sillón de hamaca lo bajó del caballo de un tiro.
Billy había hecho marcas en su revólver, una por cada hombre muerto, y en el momento de morir había llegado a veintiuna "sin contar mejicanos".
Lo anterior es noticia vieja: Billy murió en 1880. Otra noticia, de hoy, me hace pensar en lo que llamaré la fuerza oculta de las tradiciones. Este, un siglo después, no es William sino modestamente, John. Su apellido es Holloway y nada tiene, físicamente, de la difunta alimaña rojiza. Los informes que nos llegan los describen ancho de espaldas, robusto de mandíbula y su aire es desafiante. Tiene grado de Teniente pero auguro que pronto será ascendido. Actualmente anda por las costas del Líbano en misión pacificadora junto con militares compatriotas (de él), con franceses, italianos y judíos. Todos ellos pacifican matando y tienen la bendición de la ya entristecedora I.N.U., cuyo nombre nuevo o sigla significa, según diplomáticos amigos que no se atreverán a desmentirme, inútil. Porque es lastimosamente cierto que cualquiera de los gobiernos que la integran y subvencionan puede cometer la barbaridad que se le ocurra y la hasta ayer llamada Organización de las Naciones Unidas se encrespa y ordena "el cese del fuego". Y ya sabemos que nadie le hace caso.
Pues sí; en el Líbano se mata sin discriminar. Con preferencia a sirios y palestinos. Y de vez en cuando los acosados liquidan marines y soldaditos franceses que tal vez sean punta de lanza de una atroz colonización semejante a la que impuso París en África, si creemos en el escalofriante informe de André Gide.
Vuelvo a la implacable fatalidad del atavismo que al recordar a Billy me hace pensar en el Teniente John. Por supuesto el Teniente ya no tiene catorce años, edad en que el mencionado inició su carrera. Ni tampoco mata por gusto sino cumpliendo órdenes. Y el sutil atavismo aflora cuando declara a un periodista que cada vez que sus marines logran pulverizar una plataforma bélica de sus enemigos, manda que la hazaña sea recordada mediante una franja de pintura en un costado de su barco. El día de la entrevista llevaba señaladas seis. Tal vez llegue a veintiuna; pero surge un enigma: Billy desdeñaba marcar en su arma las muertes de mejicanos. ¿A quiénes desdeña el Teniente Johnny? Si es que lo hace.
Y, como dicen que dicen los locutores, siguen las noticias.
En el Washington Post, cuyos reporteros supieron hace un tiempo iluminar algunos recovecos sombríos y malolientes del alma humana originando un escándalo inolvidado y tal vez querido, nos hace saber ahora que el ejército norteamericano no le basta, para el improbable caso de guerras llamadas convencionales. Con las bombas bacteriológicas, las de napalm, las paralizantes y tantas delicias que ignoro o no recuerdo.
Claro esta que los rusos también disponen de esos juguetes aunque no los divulguen porque no ven la necesidad de conquistar un electorado inexistente o que se compone del 99,5 por ciento que de vez en cuando es llamado a votar una lista única.
Todas las armas bestiales que ya existen y se siguen inventando y haciendo, poca tarea gloriosa tendrán después que vuele el primer cohete nuclear. Pero basta con mirar láminas de los ingeniosos aparatos de tortura que aplicaba a rajatablas la Inquisición, o pensar en la cama de Procusto, o evocar la sagrada imposición de una determinada fe a pueblos indios, que ya tenían la suya, pueblos de alta y diferente cultura que tenían numerosos dioses y respetaban sus insuperables leyendas. Para sintetizar: "mi lecho no es de rosas".
En todo el mundo, hoy, se continúa matando y torturando. Hasta existen Academias de Tortura con muchas asignaturas.
Pero hoy el Washington Post nos hace saber que se agregó una guinda como refinada coronación a la inmensa tarta de vileza y asco. El tan temido y mentado rayo láser ha entrado en el macabro juego; no para detener motores, como se nos dijo, sino, simplemente, para cegar ojos.
La nueva cosa procede así: los soldados de los enemigos, es decir, los malos, recibirán de los buenos un chorrito de rayos láser que les producirá una hemorragia inmediatamente después de la liquidación del nervio óptico; la sangre cubrirá el ojo y sus resultados son para siempre jamás. Por ahora no está aprobada su aplicación porque hay pacifistas o traidores que consideran inmoral el uso de esta arma. Pero hay quienes afirman que se trata de un arma piadosa puesto que impedirá a sus víctimas, las sobrevivientes, contemplar las desolaciones que ofrecerá el mundo "al día siguiente". Esperemos para ver, o para dejar ver.
Y hasta se puede imaginar una batalla, con armas convencionales por supuesto, entre dos ejércitos de soldados, totalmente ciegos y con máscaras naturales de sangre coagulada repartiendo sin puntería probables muertes ajenas y recibiendo la propia por capricho del azar. Lástima que murió Buñuel.

(Diciembre 1983)

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Juan Carlos Onetti
Montevideo, 1 de julio de 1909/Madrid, 30 de mayo de 1994

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

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“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

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“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

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“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

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“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

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“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”