21 agosto 2010

No inventé un personaje, soy así/Rodolfo Enrique Fogwill

Autor de culto, admirado por algunos, temido por otros, ninguneado por el “mercado”, dispara contra todos: los escritores, la carrera de letras, y, por supuesto, no se olvida de sí mismo: “Para escribir hay que ser un gran mentiroso”, señala.

Los ojos desorbitados acentúan la maldad, o la locura, del poeta que escribió que se necesitan malos poetas. Hay que aguantarle la mirada a este señor delgado, vestido como un dark, aunque un tanto deportivo: zapatillas, pantalón, remera y campera negras. Fogwill representa el papel del eterno díscolo de la literatura argentina, devenido en autor de culto, el lenguaraz que ataca a los chicos “tontos” de la Facultad de Filosofía y Letras, a la que define como un “cotolengo”. Pero él desmiente su condición de buen actor, sacudiendo la cabeza. “No inventé un personaje, soy así”, dice. Y, parafraseando a Flaubert, agrega: “Madame Bovary soy yo”. La excusa de la entrevista con Página/12 es la salida de Ultimos movimientos, un notable libro de poemas publicado por Paradiso. “Lo empecé a escribir cuando me encontraron la aorta inferior tapada –confiesa el escritor–. Yo caminaba veinte metros y me agarraba un dolor que me paralizaba. Me querían cortar la pierna; pensé ‘ahora me muero’, ‘de esta no me salvo’, y me salieron estos poemas”. Aunque aún no se operó, decidió cuidarse con las comidas, fumar menos y seguir nadando y haciendo gimnasia. “Estoy escribiendo un ensayo sobre los diarios y los sueños –cuenta el escritor–. Tengo un cuaderno desde el año 72 en donde anoto todos mis sueños; son unas quinientas páginas apretadas, con muchas palabras en clave. Me está costando entenderme la letra porque es lo único que conservo manuscrito.”

–¿Qué importancia tienen los sueños para usted?

–Cuando empecé con el cuaderno llevaba siete años de análisis, pero me seguían sorprendiendo los sueños, y empecé a anotarlos en realidad porque tuve muchos sueños anticipatorios. Por ejemplo, a principios de los ’70 soñé que las madres de todos los que habían muerto formaban una organización; soñé con las Madres de Plaza de Mayo. Las madres, en mi sueño, iban a rodear la Facultad de Derecho y llevaban una gran valija que se transformaba en un banquito de lustrabotas. En el banquito había un yunque y con él picaban piedras como los picapedreros de Tierra del Fuego. De este tipo de sueños que se correspondieron después con la realidad tengo muchos.

–Quizás esto se perciba en alguno de sus libros, como en Los Pichiciegos.

–Sí, qué joder, yo anticipo el futuro. En 1980 nadie imaginaba que los radicales iban a ser gobierno y yo escribí un cuento sobre un personaje medio borracho que dice que los radicales van a volver. Lo mismo sucedió con la mitología posterior a la guerra de Malvinas en Los Pichiciegos.Aunque Fogwill escribió su primer poema a los ocho años cuando vivía en Bernal (titulado A Nuestra Señora de Fátima en la entronización de su imagen divina en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Quilmes), recién a los 38 publicó su primer libro de poesía. “Me di cuenta de que escribir era una de las mejores cosas que hacía”, asegura.

–Por lo visto hay que tener ego para ser escritor, ¿no?

–Si no tenés ego no estás vivo. ¿Hay que considerarse el mejor? No. Creo que nadie sabe lo que es el ego. ¿Existe el ego?... Son todas construcciones del lenguaje que no tienen nada que ver con la realidad de los procesos mentales.

–En uno de los poemas de Ultimos movimientos señala que se necesitan poetas malos. ¿A qué se refiere?

–Pensaba en el paradigma de la poesía cuando yo tomé el primer contacto con la literatura en el ’52: los que hoy nos parecen los grandes poetas argentinos, chilenos, brasileños y americanos serían considerados poetas malos, no poetas menores.–Porque escribían “mal”...–Gelman, Leónidas Lamborghini y Fogwill son los malos poetas de ese poema. Ninguno de nosotros podría haber pasado el examen básico de profesionalidad literaria en la Unión Soviética para ser considerado amigo de los soviéticos o de los chinos. Ni hubiésemos llegado nunca a la academia americana, británica, española o francesa.

–Pero, sin embargo, usted llegó a la academia.

–Con llegar a la academia me refiero a adquirir el status de poeta nacional. No sé si sigue existiendo en Francia, pero en España todavía conservan el status de pintor de corte: te nombran y te dan un sueldo de por vida, y hasta te hacen la ropa. Las boludas que están en la Facultad de Letras dan clases para chicos tontos; que escriban o den dos clases teóricas sobre Fogwill no es llegar a la academia. Porque Puán no es la academia... es lacamierda. Puán me parece un cotolengo...

–¿Para tanto? ¿Por qué ese rechazo?

–Lo digo con conocimiento de causa porque soy egresado de esa facultad, y trabajé en Puán durante siete años, en la fábrica de cigarrillos que estaba antes de la facultad. De ahí sí salían cosas buenas como cigarrillos (risas). Mi rechazo es estético: no censuro lo que hacen, censuro lo que se hacen. Se hacen pelota, son unos idiotas; quieren la ayudantía, la jefatura, la beca y después quieren ser vitalicios de la facultad, todos sin excepción. En las revistas de la facultad siempre hablan de Aira, Laiseca, Fogwill y se olvidan de los escritores que tienen la edad de ellos. Ahora empiezan a considerar a (Rafael) Pinedo porque lo empezamos a nombrar (Marcelo) Cohen y yo, y de todos modos lo van a tomar con sospecha.Fogwill no tiene quien le gane en su capacidad de intimidar o imponer respeto. Se calla, pero se queda pensando. No puede con su genio, algo le quedó en el tintero, algo que no dijo y pide salir de su boca para estimular la provocación. “Además, tienen guantes blancos, quieren estar bien con todo el mundo”, añade.

–¿Se considera un escritor realista?

–No, porque no creo en la realidad. Estoy con San Martín y el edicto que escribió en el campo de Córdoba, donde estaba convaleciente. Decía que a todo realista que usara mal las palabras con los peones de la estancia se lo condenaba a días de celda. La mayoría de los escritores son monárquicos porque todos quisieran tener un Reina Sofía, un Príncipe de Asturias, entrar en la Real Academia, exponer una tesis sobre no sé qué carajo...

–¿Por qué no cree en la realidad?

–Por razones epistemológicas que no son fáciles de transcribir en una entrevista grabada. La realidad es lo que a la gente le dicen que tiene que ver. Todo este asunto es por culpa de Kant (risas). En ese sentido soy kantiano: la realidad está compuesta de noúmenos que no son accesibles a nosotros.

–¿Cómo explica que en sus libros, que se acercan al realismo, haya historias que parecen verosímiles?

–Eso es por destreza mimética. Para escribir hay que ser un gran mentiroso. En mis libros hay un noventa y nueve por ciento de mentiras. Eso es la literatura, por suerte. Me siento muy frustrado porque para estar bien hay que tener la cabeza libre durante un día entero. Descubrí tiempos verbales que son solamente argentinos, los inventé yo. Se llama condicional imposible, como el pagariola. No existe en ningún idioma. Pero esos descubrimientos son producto de largas horas de ocio. El otro día mientras caminaba por el puente que cruza Figueroa Alcorta inventé un cubo que explicaba todo, ahora lo estoy escribiendo, pero me está costando un huevo reconstruirlo. Es un cubo con tres ejes que sirve para clasificar la literatura. Volví contentísimo a mi casa con mi cubo.

–¿Y cómo es ese cubo?

–La literatura argentina se extiende doscientos cincuenta kilómetros más allá de la costa, o sea llega a Montevideo, si no cagamos... porque tiene que entrar Mario Levrero y Felisberto Hernández, sin Felisberto no existimos. Y tiene que llegar a Córdoba para que estén (Juan) Filloy y (Silvio) Mattoni, y a Mendoza para que entre (Antonio) Di Benedetto.Fogwill reconoce a Osvaldo Lamborghini como uno de sus maestros. “Te cautivaba con su escritura; de golpe dos o tres señalamientos de él alcanzaban para transformar a nadie en un escritor. Era como esos psicoanalistas que con una sesión te cambian la vida”, compara el escritor.

–¿Psicoanalizarse le ayudó a escribir?–

No, fue una traba en la vida durante muchos años. Uno de mis analistas era un escritor frustrado (risas). Creo que se divertía conmigo, me imagino.“Yo no construyo las novelas, las escribo –advierte Fogwill–. De golpe se puede notar algún déficit de ingeniería, por ejemplo en Vivir afuera. Pero no me importa, si hubiera tenido un principio mínimo de construcción, cagaba esa novela.”

–¿La imperfección de la estructura hace que algunas obras resulten mejores?

–Sí, siempre creí que era un descubrimiento mío, y después lo leí en autores clásicos. En un libro de Levrero, El discurso vacío, hay un tipo que piensa que si corrige su letra podrá cambiar su personalidad. Y entonces empieza a llenar un cuaderno de textos bien escritos, con buena letra, y va sintiendo la mejora, aunque después se vuelve a derrumbar. A mí me interesa trabajar con el error.

–¿Qué es lo que hace que el error sea tan atractivo?

–Pienso en el tipo que se perdió en el bosque y decide tomar para cualquier lado. Siempre hay estrategias caprichosas que son mejores que el dudar. Por otra parte, el error en la estructura tiene dos procedencias: la incapacidad, que puede ser la más frecuente, o el fallido, o la cosa que salió torpe porque no te atreviste a pensarla del todo. La tolerancia del error y del capricho ayuda a escribir mejor. De la contemplación del error, surge “la verdad”.

–¿Qué tipo de verdad le interesa alcanzar cuando escribe?

–Cuando sea rico voy a ser filósofo, y recién entonces voy a escribir un libro sobre la verdad (risas). Cuando uno escribe busca la verdad de uno mismo. La verdad tiene un componente cognoscitivo en tanto persigue la concordancia entre la proposición y la cosa, pero ésa no me interesa tanto como la concordancia entre el comportamiento del que formula la proposición y el comportamiento que él considera lo debido. Y más aún: el comportamiento que él considera no debido, pero que reconoce incurrir. Esto vale para los fallos editoriales. Un escritor no debe comprometerse jamás con un fraude editorial, o ser jurado de un premio trucho.

–En sus obras hay una constante presencia del cuerpo y el sexo, algo que suele escasear en la literatura argentina.

–Los escritores son chicos reprimidos que no saben contar una relación sexual. Pero así como no saben eso, tampoco pueden contemplar la explotación capitalista. El único que puede hacer parar una pija en la literatura soy yo.

Rodolfo Enrique Fogwill/1941-2010

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”