-¿Cuándo fueron los primeros viajes tuyos a Buenos Aires, los dos primeros intentos de radicación?
El primer intento fue en el año 1930, exactamente en el mes de marzo. El 6 de septiembre de ese mismo año vino el golpe de Uriburu aunque, claro, todo esto era una consecuencia de la caída de Wall Street del 20, ¿no?, que estaba coleteando acá. Me acuerdo que una de mis primeras sorpresas –y agradable sorpresa- cuando llegué a Buenos Aires fue ver que todavía quedaban pegados carteles de elecciones que decían: “Irigoyen, la gran esperanza argentina”, y el primer firmante era Jorge Luis Borges. Entonces me pareció muy lindo eso. Y después, bueno, llegó el 6 de septiembre, se fue Irigoyen a Martín García, y parece que el joven Borges cambió de idea y pensó que… José Evaristo Uriburu era la gran esperanza argentina.
-¿Es por entonces que empezás a escribir?
¿En ese momento?... Bueno, en realidad cuando yo empecé a escribir fue en el año 33. Digo, desde el punto de vista de la publicación, porque escribir, escribía desde siempre, para mí. Fue en el 33 cuando hubo un concurso en La Prensa, y premiaban diez cuentos con la suma entonces fabulosa de cuatrocientos pesos por cuento. Y ahí apareció mucha gente: algunos que ya estaban concluidos, otros que después desaparecieron, pero el único hombre que me acuerdo –aunque no de su nombre, tal vez tú lo sepas- es el autor de la letra del tango El zorro gris, que también mandó un cuento y ganó uno de los premios.
-¿Ese cuento se publicó?
Sí, claro, se publicaron todos, publicaron los diez premiados.
-¿Ya entonces eras un buen lector?
Sí, es un vicio de la infancia. Yo creo que en parte mi miopía responde a que yo me hacía la rabona, como se dice en Montevideo –hacerse la rata se dice en Buenos Aires- y me encerraba en el Museo Pedagógico que tenía una iluminación pésima, y me tragué todas las obras de Julio Verne. Todo. Me acuerdo que eran unos libracos de tapas rojas. Claro, mi familia creía que yo estaba en la escuela o en el liceo, no me acuerdo, en esa época. Después largué el liceo, sí, porque no pude nunca aprobar dibujo. Nunca: fracasé en todos los intentos que hice. Así por no saber dibujar no pude ser abogado, por ejemplo.