31 octubre 2010

Del otro lado

Cuando estuvimos desesperados, alguien
contó la historia.

No se la puede escuchar serenamente, tiemblan
las manos, el corazón se encoge de dolor;
da un poco de miedo mirar a la gente, detenerse.

Ocurre lo de siempre.

Estábamos perdidos y la historia era confusa. Nada
tenía que ver con la certeza, ni
con el muslo de la bataclana. No
intervinieron traiciones; no es
una vulgar historia de fervores o de mantenidas.

Tu mano es necesaria para sobrellevarla. También
aquella vez (siempre aquella vez) apagaron
las luces y fue necesaria la presencia de tu mano.

Nos apretamos las manos en la sala impenetrable, temblamos
ante la cólera que aún no se había manifestado, que nunca
llegaría a marcarnos como sospechábamos, sino
de otra manera. Nuestras manos
procuraban ordenar el temblor, dominar el doloroso pánico;
y todo porque Humphrey Bogart había resucitado.

Estábamos perdidos en aquel
cine y él no era como el redentor; su cruz
no era un mandato, era
la inteligencia del hombre, era la resurrección
de la ciencia y de nuestros queridos finados.

Hace mucho que nos pasó esto; la mano
fría del cadáver impenitente
rozaba los sueños,
acariciaba nuestros tiernos rostros despavoridos.

Desde aquella vez no sabemos qué hacer con las historias,
con los muertos que no aceptan su desdichada condición, no
sabemos qué hacer con el miedo; no sabemos
encontrar nuestras manos, nuestra
tristeza. El mundo inconsistente.

Hubo muchas anécdotas como ésta ¿Quién
no tiene cosas horribles que contar? ¿Quién no tiene
su historia? Pero nadie supo qué decir, nadie supo
qué hacer, cuando alguien contó la historia.

Seguramente al escucharla buscarás una mano; será
como antes, pero enseguida
intentará olvidar que estuvimos tristes o asustados.

Tampoco sabrás qué decir cuando se haga tarde; lo de siempre:
tendrás ganas de llorar, y nada más.

Nadie esperaba una historia como ésta, tan lamentable ¿Por qué
no llorar entonces? ¿Por qué no perderse en la
espesura de la sala?

Se derramará sobre tu memoria,
como el alcohol que se vuelca entre los nervios y la madrugada;
la historia sobrevolará tu linda cabecita,
será un cuervo que sacudirá tus entrañas corrompidas,
que despeinará cariñosamente tu pelo.

29 octubre 2010

DOS POETAS CHILENOS Y DE LA LENGUA ESPAÑOLA: NICANOR PARRA Y GONZALO ROJAS

El terremoto que afectó dramática y catastróficamente a Chile la madrugada del sábado 27 de febrero de 2010, días previos a la celebración del V Congreso Internacional de la Lengua Española en la ciudad-puerto de Valparaíso, llevó a suspender definitivamente dicho importante acontecimiento académico. Y a echar también por tierra los respectivos sendos homenajes a los poetas chilenos Nicanor Para (Premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, 2001) y Gonzalo Rojas (Premio Cervantes, 2003) programados durante el desarrollo de las actividades culturales del evento.

Sin embargo, el poeta chileno Jaime Quezada, quiso mantener literariamente presente ese homenaje en el dar testimonio de reconocimiento y admiración a estos dos grandes poetas vivos de nuestra lengua, cuya poderosa capacidad innovadora –cada uno en la reinvención de lo suyo- hace trascendente y actual la poesía iberoamericana de nuestro tiempo.

NICANOR PARRA
NI MUY LISTO NI TONTO DE REMATE

Poeta y antipoeta, académico y antiacadémico, docto y popular, dialéctico y contradictorio, francotirador y de temperamento fragmentario y díscolo. Criollo por naturaleza. Campesino chillanejo educado en Oxford. Shakespeariano de lectura adentro (“La sensación que tengo es que yo nací para traducir El Rey Lear. No me imagino a mí mismo ahora sin El Rey Lear”). También: ser o no ser, en una permanente oposición locura-razón. Lacónico las menos de las veces, sobre todo cuando su interlocutor pestañea o pierde el vuelo del diálogo. Conversador a carta cabal, sobre todo cuando ese mismo interlocutor está atento al desarrollo de sus relatos. Directo en el decir las cosas por su nombre, sin tapujos, francamente, pan pan, vino vino: “A eso vine a este mundo, a decir verdades del porte de un buque”.

Tal era -y es- Nicanor Parra: retrato y antirretrato. Siempre el mismo, ayer como hoy. Ayer: “Si me hacen un reportaje no tengo más remedio que ponerme en pose”. Hoy: “No más entrevistas, me distorsionan todo lo que digo”. Todo el siglo veinte (con los vicios y prodigios del mundo moderno), y la primera década de este veintiuno, pasa por su vida y por su obra. Esa obra de resuelta escritura, con humor y con lenguaje muy chilensis y americano. Y esa vida llena de visionarios años de lúcida existencia. Cuando cumplió sus ochenta, en 1994, un periodista le preguntó, muy suelto de lengua: ¿Piensa llegar al año 2000, Nicanor? Y la respuesta: “¡Cómo va a ser tanta la mala suerte!” Por fortuna, la mala suerte no va con él. Nicanor Parra ha pasado con creces el siglo XX para entrar en el XXI, y nada menos que en sus noventa y cinco de edad.

Nicanor Parra nació un 5 de septiembre de 1914 en San Fabián de Alico, una aldea de la provincia chilena cercana a la ciudad de Chillán, 400 kilómetros al sur de Santiago de Chile. Hijo mayor de un profesor primario y de una modista de trastienda. La Lira Popular, unas volanderas hojitas callejeras con sucesos del cielo y del infierno, será su silabario en el leer y aprender. Durante varios años enseña matemáticas y física en un Liceo oscuro, después de haber estudiado en el Instituto Pedagógico de la Universidad de Chile. Andando el tiempo volverá a esta misma Universidad a ocupar la cátedra de Física y Mecánica Racional que le llevará medio siglo de docencia.

Con Cancionero sin nombre, una obra publicada en 1937, y de marcado acento, ritmo y romance garcialorquiano, Parra entra en el escenario literario chileno. Aunque dejará pasar algunos años para acercarse a su obra cabalmente representativa de sus Poemas y Antipoemas (1954). Tiempo suficiente para que el lector pudiera recuperarse del golpe antipoético. Y después La cueca larga (1958), Versos de salón (1962), Canciones rusas (1967), Hojas de Parra (1985) y sigue, sigue. Cada libro lo ha hecho ganar o perder amigos. Lo salvan y lo condenan. Estos últimos, no tienen pelos en la lengua: “Desconfíe del antimundo, del antimono, del antihombre o anti no sé qué, verdadera epidemia que cae y vuelve a caer en la simple retórica de sí misma”. Y los otros –los más- lo señalan como “el gran poeta vivo de nuestra lengua, cuya poesía es la expresión más justa del gran drama del que todos somos actores: la existencia contemporánea”.

Y Nicanor se abanica. Ni los Vientos contrarios (título de un libro de Huidobro) ni los Plenos poderes (título de un libro de Neruda) le hacen mella. La antipoesía es su mejor coraza, porque puede ser, efectivamente, un atentado contra la poesía. O bien señalar un rechazo a moldes estereotipados y una apertura a nuevas formas que ensanchan el lenguaje poético: “En la antipoesía se permite todo, cualquier cosa, uno puede estar hablando de manzanas y perfectamente puede salir con peras, aunque el cielo se caiga a pedazos porque este es el fin último de la poesía”.

Al publicar Poemas y Antipoemas (1954), Nicanor Parra -ni muy listo ni tonto de remate, como se define a sí mismo nada menos que en un epitafio- viene a romper con todo un ordenamiento generacional y continuo de la poesía chilena y latinoamericana del siglo veinte. Y con una manera de escribir esa poesía. Todo el derrumbe de un alquímico lenguaje de pequeño dios en beneficio de la exaltación de un lenguaje nuevo o recuperado de lo cotidiano, dejando en evidencia que el poeta –homo sapiens, homo faber- es un hombre como todos: “Se acabó el engolamiento”.

Así, los temas de Parra (contar y cantar las cosas por su nombre) vienen del diario vivir o del llamado lenguaje de la tribu en un recuperar hablas y lenguas desde sus raíces e invenciones creativas, con todas las tablas lecturales y trampas y vicios del mundo moderno. A través de sus endecasílabos, Parra puede llegar a la risa más destemplada como a la compasión por el ser humano o la autocompasión. Sentimientos de humanidad y dramaticidad que revelan sus antipoemas, a pesar de su carga de humor y gracia e ironía. Contrasentidos y circunstancias en los cuales radica la alteración gestual y dialogante del antipoeta a través de una escritura rupturista y transgresora. Un embestir contra lo absoluto y lo sagrado en una especie de desacralización y desmitificación del mundo y del hombre.

De ahí, también, que el lenguaje antipoético llega, a veces, a una “herejía” contra el lenguaje convencional, en una constante dialéctica de las contradicciones. “A decir verdad, la antipoesía es una lucha libre con los elementos. El antipoeta se concede a sí mismo el derecho a decirlo todo, sin cuidarse para nada de las posibles consecuencias prácticas que puedan acarrearle sus formulaciones teóricas. Resultado: el antipoeta es declarado persona no grata”, dice Nicanor.

Con la llamada antipoesía, y de acuerdo con el alfabeto parriano, su autor busca precisamente anticiparse al poema mismo como forma de imponer un nuevo tratamiento en la escritura poética, es decir, un torcerle el cuello al cisne del lenguaje. O en un acto inaugural de reinventar nuestros decires. ¿Cómo quemar las naves tradicionales, entonces? Partiendo de la misma tradición en un decir las cosas como son, sin retórica o alegoría alguna, aunque este decir haga poner el grito en el cielo. El alma chilena, del mar a la montaña (Carlos Pezoa Véliz, Diego Dublé Urrutia), anda en las lecturas genealógicas de Parra, junto a aquellas otras de lenguas diversas en sus vertientes nutricias: “En la época que yo escribí algunos de los antipoemas , leí con mucha atención a Kafka, también a los ingleses. Es una mezcla de todo y de muchas cosas más. Tampoco pueden estar ausentes Aristófanes, Chaucer, por ejemplo”.

La verdad es que Nicanor Parra rompe de golpe con toda una tradición literaria, con todo un tono, un decir, una forma alambicada para el quehacer poético. El poema o antipoema de Parra es una auténtica y sincera advertencia al lector. Las palabras arcoiris, dolor, torcuato no aparecen por ninguna parte en sus textos. Sillas y mesas sí que figuran a granel. Ataúdes, utiles de escritorio, tumbas que parecen fuentes de soda. De esta manera, el lector pasará a ser un lector cómplice, comprometido en medio de un cúmulo de contradicciones y en un mundo que se recompone a través de un método rápido de preguntas y respuestas. No hay, pues, lector pasivo, aunque este lector ignore de dónde vienen esas voces que lo hacen temblar.

La antipoesía se vuelve cotidiana. El antipoeta es un hombre más, un albañil que construye un muro, un constructor de puertas y ventanas, un hombre capaz, incluso, de ironizar su propia existencia. Parra ha expresado muchas veces que no hace literatura, que sólo cuenta cosas: “Los poemas son como secreciones glandulares. ¡Ay del poeta que siga haciendo el quite a los giros del lenguaje cotidiano, combinando palabras que suenen más o menos bien, como nos enseñaban en la escuela! La unidad fundamental de la poesía es el giro idiomático y no la palabra”.

Pero no todo es paradoja, vicios del mundo moderno, sueños absurdos. También cierto dramatismo estremece la interioridad de esta antipoesía hasta hacerse evocadora y casi nostálgica en un recuperar días felices o reconstruir memorialmente recuerdos de juventud. Así, lo neorromántico y lo posmodernista y lo expresionista –ismos visibles y reconocibles (incluso por el autor) como líneas centrales de su obra- constituyen vitalizadores vasos comunicantes hacia lo cotidiano y, en definitiva, hacia lo humano de esta poesía. Poesía o antipoesía de la claridad.

Con la aparición de Poemas y antipoemas, en 1954, se inauguraba no una nueva forma de crepúsculo, sino un nuevo tipo de amanecer poético: Durante medio siglo / La poesía fue el paraíso del tonto solemne / Hasta que vine yo / Y me instalé con mi montaña rusa.

*

GONZALO ROJAS
Y LA POESÍA DE LO NUMINOSO

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Desde la publicación misma de Contra la muerte (1964), uno de sus libros visionarios, Gonzalo Rojas –“este animal larvario que soy”- marcó de inmediato un hito de trascendencia en el proceso poético chileno del siglo veinte. Puso en vigencia y proyección a un autor que desde entonces, y aun antes, había adquirido un compromiso de vida y de conducta con el oficio intenso de la poesía: aire en su invención alucinadora y creadora, pero también en su realidad viva, en el instante terrible de cada cosa. “Un aire, un aire nuevo –dirá el poeta-, no para respirarlo, sino para vivirlo”. Animal larvario, entonces, y en permanente crecimiento tenaz, este chileno en las alturas mayores de la poesía iberoamericana de hoy y en lo mejor de una lucidez relampagueante de sus 92 años.

Gonzalo Rojas nació un 20 de diciembre de 1917 en Lebu, un pueblo minero, pescador y araucano de una sureña provincia de Chile, el país andino y marítimo en la australidad del mundo. Será ese mar y sus tormentas -“leo en la nebulosa mi suerte cuando pasan las estrellas veloces y oscurísimas”- el universo que marcará su infancia y a la cual volverá permanentemente en su poesía: “Alumbrado de mí, doy un salto hacia atrás y entro por un instante en el destello de la infancia. Voy corriendo en el viento de mi niñez en ese Lebu tormentoso y oigo, tan claro, la palabra relámpago”.

No en vano, y muy suyas, son esas palabras amadas en el esdrujulamiento y lo sensitivo del rehallazgo, del zumbido, del relámpago, materia y fundamento de su escritura: “Y voy volando en ellas, y hasta me enciendo en ellas todavía. Las toco, las huelo, las beso a las palabras, las descubro y son mías”.

Será, sin embargo, Concepción la ciudad donde la literatura fijará su vaticinio y su derrotero, orientará su vocación de poeta con azar y todo, y dejará atrás su tartamudez para el respiro definitivo de su aire y conjurar lo numinoso: prodigio y vivacidad y transfiguración. Y de ahí, con su surrealismo criollo o mandragorismo chileno, saltando en una rueda libérrima al mundo: “Oigo con urgencia que me llaman y llaman, oigo voces y escribo”. Escritura, en consecuencia, iluminada e iluminadora desde el origen, tuétano adentro, en su Dios, en su eros, en su quejumbre y, en definitiva, en su estallido de mundo: sentido y sonido.

Así, La miseria del hombre, su libro hito y primero de 1948, será el inicio, con más o menos plazos, de una veintena de otros que enriquecerán, sin ego posible, su cada vez más admirativa y portentosa escritura poética, aun reconociendo que siempre se estará escribiendo el mismo libro, “libro viejo y libro nuevo al mismo tiempo, jugando en el juego fragmentario que nada tiene que ver con la dispersión”.

De La miseria del hombre (1948) a Contra la muerte (1964), de Oscuro (1977) a Del relámpago (1981), de Transtierro (1979) al Alumbrado (1986), de Materia de testamento (1988) a Réquien de la mariposa (2001), y todo en un cauce incesante que va y viene (“lo que pongo en tela de juicio es la palabra misma como proyecto de inmortalidad”), y en un llamear esa palabra sin impostura posible, revelando a un poeta cada vez más crítico y congruente con su propia hondura, enamorada y solitaria, logrando visiones profundas del hombre y de su circunstancia, valiéndose de un lenguaje original, tan pleno de imágenes y de símbolos que le dan su lozanía y su universalidad.

Escritura poética en su prestigio y reconocimiento que lo llevará nada menos, y entre otros galardones muchos, al mismísimo Premio Cervantes (2003), el más significativo e importante de la lengua española. El poeta dirá: “Cuando escribo mis líneas menesterosas de aprendiz interminable, lo primero que hago es ponerme en pie y marcharme”.

A la par de su intensa trayectoria poética y de los itinerarios de su obra édita en Santiago de Chile, en Caracas, en México, en Madrid, el poeta viaja, viaja por países y continentes, y sin temor al vértigo y al desvarío dialogando con el mundo: “Vengo simultáneamente del norte y del sur, del este y del oeste, y he vivido largo en muchos párrafos del planeta, de los hielos a los trópicos y de las cordilleras al mar”. Conferencias y más conferencias, lecturas y más lecturas, Universidades y más Universidades. Cambiar, cambiar el mundo: “Corrimos demasiado veloces con la antorcha quemada en nuestras manos, libérrimos y errantes por volar al origen”.

La poesía de Gonzalo Rojas, siempre tan vivencial y abismante, fundamenta y fija rigurosa, estética y armónicamente las vertientes temáticas de una escritura en su identidad y en su visión y que, a su vez, se irá proyectando de libro en libro, en su revelación de vida y de lenguaje. Concentración y precisión verbal en su exigencia y rigor, pero al mismo tiempo con libérrimo espacio de circulante aire. Sentido y sonido en sus visiones o cuerdas rescatadoras que surgen de lo numinoso, por no llamarlo metafísico, del “todo es tan falso y tan hermoso”. Es decir, lo precario de lo humano y su sed de infinito. O en el verso, ya citado: “Leo en la nebulosa mi suerte cuando pasan las estrellas veloces y oscurísimas”.

También la presencia de lo genealógico, atándose muy fuertemente con lo tanático. Todo en una especie de defensa de la sangre viva del parentesco sanguíneo y del parentesco imaginario. De ahí una poesía existencial del hombre de nuestro tiempo. Además, lo resueltamente quevediano en el tratamiento del desenfado y el humor. O esa terca ironía, con su sátira y su farsa. A su vez, el amor-eros en toda su plena y exacta hermosura de qué se ama cuando se ama. Sensorialidad en el amor cuerpo-tacto-olfato-lengua. O en la espiritualidad (lector atento de su Juan de la Cruz) de los sentidos o del arrobamiento en la dolencia de amor.

Entre estas vertientes o registros temáticos, Gonzalo Rojas no descuida las circunstancias inmediatas en una poesía de transtierro (pasarán estos años cuántos de viento sucio) o de reflexión de lo humano-humano en las realidades y contingencias. La poesía como experiencia de vida, entonces, con sus “estrellas veloces y oscurísimas”. Poesía fermental y vitalísima, sin duda. Y relampagueante y de respiro hondo. Para aprender a ver, a oler, a oír el mundo con su palabra, transida de ella: “No tengo otro negocio que estar aquí –escribe el poeta-, diciendo la verdad en mitad de la calle y hacia todos los vientos”.

Hay algo geológico y mágico en su poesía vislumbradora, una relación hondamente sensitiva y sensual a cada paso. No una dialéctica del amor, sino un hechizo perplejo (“el portento erótico se me da como peripecia de perdedor”), un permanente alumbramiento en su asombro y en su maravilloso desvarío, una irradiación cautivadora e imantada en sus decires y sus haceres: la escritura como acto genésico encima de la página blanca. Un juego de estar y no estar: No soy David, ni San Juan de la Cruz, ni Baudelaire, ni ese sagrado alcohol de Dylan Thomas. Ni los volcanes libres de la Mistral, Neruda, o de Rokha; ni Vallejo, ni el Océano, ni Vicente, ni nadie. Apenas uno más en el coro invisible.

Longevo irremediable este nuestro Gonzalo Rojas. ¿Apenas uno más en el coro invisible? “Animal larvario” (como se define), rítmico y sigiloso. Místico turbulento, sin duda, en su perpetuo encantamiento del amor, “y sin el cual no anda el mundo, pues el amor es la única utopía que nos queda”. Alumbrado y metafísico en sus noventa y dos años -la edad de su reniñez- y en su irrenunciable escritura de su siempre incesante ejercicio: ¿Qué se espera de la Poesía sino que haga más vivo el vivir?

Valparaíso, Chile, marzo, y 2010.

23 octubre 2010

Charly García


"Mama la libertad, siempre la llevaras, dentro del corazón. Te pueden corromper, te puedes olvidar, pero ella siempre está"

20 octubre 2010

Haroldo Conti

La noche del secuestro

Haroldo Conti fue secuestrado en la madrugada del 5 de mayo de 1976 por una brigada del Batallón 601 de Inteligencia del Ejército Argentino. Desde entonces continúa desaparecido.
(testimonio de Marta Scavac)

Apenas entramos, unos diez hombres estrafalariamente vestidos con vinchas, gorras y ropas raras, se nos vino encima. Inmediatamente me ataron las manos detrás de la espalda y me cubrieron, con ropa, la cara y la cabeza. Escucho que hacen lo mismo con Haroldo; aunque él se resiste, no es fácil reducirlo, es muy fuerte, pero le dicen que se quede quieto por el pibe, se referían al bebito. Escucho luego un ruido de cadenas. Pasados los primeros momentos de sorpresa yo también intento resistirme, pero las dos personas que me sujetaban me arrojaron al piso y comenzaron a patearme y a gritarme que me quede quieta. No sabía de qué se trataba. Pensé que era un asalto porque escuché cómo revisaban toda la casa y rompían objetos, quizá buscando dinero. Les dije que no teníamos dinero, que no era una casa de ricos, pero seguían buscando y rompiendo. El otro muchacho gritaba, les decía "dejen a la señora, cobardes, ella no tiene nada que ver, no le peguen, déjenla" y le respondían con fuertes golpes. También pedía agua, aterrada alcancé a pedirles que le diesen agua, que no le pegasen. Él reclamaba por la Convención de Ginebra. Ahí mi desconcierto era total. No entendía qué decía al mencionar la Convención de Ginebra. No entendía nada de toda esa pesadilla espantosa.
Haroldo ContiDistinguía dos voces entre todas, las del que al parecer dirigía todo, el "malo" del grupo, y otra suave, la del "bueno" que me sacó del comedor y me llevó al escritorio. Se notaba que era una persona con cierto nivel cultural y en todo momento tuvo un trato muy especial conmigo. Lo escuchaba romper papeles. afiches que teníamos en las paredes, me decia: "señora, ¿cómo una mujer de su clase se metió en esto?". Le pedí que me explicara quiénes eran, qué querían. Me respondió que estábamos en guerra: "o nosotros los matamos o ustedes nos matan a nosotros". Le respondí que nosotros no matábamos a nadie, que yo no conocía ninguna guerra en nuestro país. Escucho que sigue rompiendo papeles. Le suplico que no rompa el cuento que Haroldo estaba escribiendo. Después comprobé que dejó la máquina de escribir de Haroldo, junto al borrador del cuento, intacto. Quedó sólo eso sin romper como un símbolo en medio de la casa revuelta, como sacudida por un terremoto.
Me preguntó de dónde veníamos. Le respondí que del cine y que en el abrigo estaba el programa. Comenzó a molestarse cuanto me preguntó por qué había viajado a Cuba con Haroldo. Le dije el motivo, que Haroldo había sido jurado de novela de Casa de las Américas. Me reprochó por qué no viajaba a Estados Unidos y le respondí que sí había viajado a ese país, y que podía comprobarlo en el pasaporte. Censuró además mi colaboración con Haroldo en la novela "Mascaró" y le pregunté qué tenía en contra de la novela. Me respondió que era una novela subversiva e insistió en por qué había colaborado en eso. Le expliqué que trabajaba junto a mi marido ayudándolo en su tarea de escritor. Simultáneamente escuchaba cómo el "malo" le hacía preguntas a Haroldo. No podía distinguir bien las preguntas y respuestas, aunque se filtró la voz del "malo" diciendo: "Don Haroldo ¿por qué se metió en esto? Lo va a pagar caro". Me aterroricé al escuchar esto y le pregunté al "bueno" qué estaba pasando, qué pasaba con mi marido, por qué le decían eso. No me responadió. Seguía revisando papeles. Yo escuchaba el ruido de los libros contra el suelo.
Interrumpió el "malo" para preguntarme sobre un escrito taquigráfico que había en mi cartera. Yo, por los nervios, no podía recordar de qué se trataba. Como soy taquígrafa, así se lo expliqué, muchas de las notas que hacíamos con Haroldo para la revista las escribía yo. Uno de ellos dice que les estoy tomando el pelo. que voy a hablar cuando me lleven. Era desesperante, mi impotencia era total, no sé si me creyeron, pero yo les decía la verdad.
Me preguntaban sobre la vida del muchacho que estaba en la casa. Yo no sabía nada de él, solamente que vivía en Córdoba y que estaba de paso por la Capital, que nos había pedido estar unos días en casa mientras buscaba buenos precios porque trabajaba de decorador y hacía los arreglos de escenografía en teatros de Córdoba. Les expliqué que eran frecuentes las visitas y que yo no tenía tiempo, por el trabajo de la casa y los chicos, de conocer la vida de cada uno. Me decían que era un guerrillero, yo les preguntaba de dónde, yo no conocía su vida íntima y seguían insistiendo en que era un subversivo. que por qué estaba en mi casa. Otra vez trataba de explicarles como podía la presencia de esta persona en casa. que era muy correcto, muy bueno.
Comienza a llorar el nene. Les pido que me dejen ir con mi hijo que lloraba de hambre. Haroldo escucha y grita: "dejen que la madre esté con el nene dejen a mi mujer dejen que le dé la mamadera". El "bueno" me pregunta cómo se prepara y cuando termino de darle las indicaciones, dice que me quede tranquila que él va a atender a Ernestito. Uno de los sujetos encuentra unas fotos que Federico Vogelius nos había sacado. a mí y al nene, dos meses atrás en Claromecó. Me dice qué lindo pibe tenía, qué linda que estaba yo en esa foto, qué bien que habíamos salido madre e hijo. Vuelve a preguntarme que cómo era que me había metido en esto. Vuelvo a decirle que yo no estaba metida en nada que nuestra vida era pública, normal que todo era perfectamente legal, que no teníamos que ocultar nada. Se aleja y me doy cuenta de que estoy sola en el escritorio. Seguía escuchando cómo rompían los jarrones de adorno y me doy cuenta que sacan cosas de la casa, que se llevan los muebles. Ahí me confundo de nuevo pensando que podía tratarse de ladrones comunes. Vuelve el bueno y me pregunta qué temperatura debe tener la leche para el nene. yo le explico y le vuelvo a pedir que me deje atender a mi hijo Me dice nuevamente que eso no podía ser, que me quedara tranquila, que él se había hecho cargo. Me quedé con la sensación de que él era padre o estaba por serlo. Estaba desconcertada. Seguían llevándose cosas y no entendía cómo podían actuar tan tranquilamente, siendo que la comisaría 29a. estaba a menos de dos cuadras y el patrullaje por esta zona era frecuente. Lo que para nada era común era una mudanza a estas horas de a noche. Confiaba en que alguien se diera cuenta de la situación y que interviniera. pero no pasó nada.
Ya no escucho llorar al bebé. El "bueno" viene a decirme que me quede tranquila que Ernestito había comido. Le pregunto por mi hija, no entendía cómo tanto ruido no la había despertado. Me dice que está bien, que no me preocupe. Vuelve el "malo" y me informa: "nos llevamos a su marido porque tenemos unas cuantas preguntas que hacerle. Yo le respondo que había escuchado toda la noche cómo lo interrogaban y que si querían continuar con las preguntas que lo hicieran en casa. El "malo" pierde el control otra vez y me insulta, me grita, me amenaza. Interviene el "bueno" pidiendo que me deje tranquila. Escucho que hablan entre ellos. No entiendo lo que dicen. Se filtran unas palabras: "no, no tenemos lugar, el coche está completo". Yo seguía a los pies de ellos. tirada. atada y encapuchada. De pronto se acerca nuevamente el "malo" y me dice: "bueno, hemos decidido llevarnos a Haroldo y vos te quedás piola, no intentés escapar porque dejamos un coche en la puerta y en cuanto asomés la cabeza te limpiamos". Les pido nuevamente que no se lo lleven. Fueron inútiles mis ruegos. Cuando comprendí que no podía convencerlos de que lo dejaran, les pedí que se llevasen los remedios que Haroldo tomaba desde que un patrullero lo había atropellado en diciembre del '73. Me preguntan dónde están esos remedios y les digo que en la mesita de luz. No me responden. En un momento de desesperación les grité que quería despedirme de mi marido. Interviene el "bueno" y me dice: "yo la voy a llevar señora" . Sigo sus pasos porque, lógicamente, no veía nada. En el trayecto uno de ellos le dice al que me llevaba: "¿vas a bailar el vals con la señora que está tan elegante?". Yo imagino que estaría muy elegante después de haber estado en manos de ellos. Seguimos caminando hasta que, en un momento, el que me llevaba se detiene y me doy cuenta que estamos en la entrada del dormitorio. Comienzo a llamar a Haroldo. Le pido que se acerque. que no lo puedo ver y escucho su voz que me responde y siento su cuerpo próximo al mío. Me desespero tratando de verlo. de tocarlo pero sigo con las manos atadas y la cabeza encapuchada. Haroldo me responde: "estoy bien querida, no te preocupes por mí, cuidate vos y el nene, yo estoy bien. Siento que Haroldo se acerca y me besa la barbilla, que era la única parte de la cara que tenía descubierta. Ahí me doy cuenta que Haroldo no estaba encapuchado, ya que me besó directamente la parte descubierta. Comienzo a gritar que no me lo lleven, quiero tender mis manos hacia Haroldo pero no puedo desatarme. Siento que bruscamente nos apartan. Todo sucede rápidamente. Me tiran sobre la cama. Uno de ellos cubre mi cuerpo con el suyo y me pone un revólver en la nuca. Siento los gritos del muchacho cuando se lo llevan, siento un ruido de cadenas nuevamente y motores de automóviles que se encienden. El tipo que me estaba custodiando gritaba sin parar "no te muevas, no te muevas, no te muevas". Pero no podía moverme. Apenas podía respirar con mi cara apretada contra el colchón. Escucho que se abre la puerta de calle y una voz llama al sujeto que estaba conmigo. Este sale corriendo y ahora escucho un portazo y que cierran la puerta con llave. Luego un silencio de muerte me rodea. Me doy cuenta que se han ido todos. Trato, con gran esfuerzo. de incorporarme de la cama y llego al cuarto de mis hijos. No sé cómo logro desatarme y quitarme la ropa que cubría mi cabeza; son dos camisas, una de Haroldo y otra de Miriam. Veo al bebito durmiendo en la cuna, me acerco a la cama de Miriam y comienzo a llamarla a los gritos, desesperada. Ella no me responde. mis fuerzas físicas no dan más, las piernas se me doblan y la cabeza me da vueltas. Sigo llamando a la nena, enloquecida empiezo a sacudirla y siento un olor muy fuerte. Me doy cuenta que estaba dormida con cloroformo. Ernestito comienza a llorar, seguramente asustado por mis gritos, y Miriam abre los ojos enormes, sus pupilas están dilatadas. Rápidamente le cuento a la nena lo que había pasado, le pido que se levante y me ayude a salir de la casa. Sigue mirándome espantada y comienza a llorar cuando ve la casa toda revuelta. Las dos lloramos juntas, aterrorizadas. Le pongo un abrigo sobre el camisón y envuelvo al nene en una frazada. Comienzo a caminar por la casa hacia la puerta. En el piso hay que sortear objetos rotos, ropa, papeles y libros. Miro hacia el comedor y veo platos, cubiertos y restos de comida. Habían comido las milanesas que tenía preparadas. También tomado café. El aparato de teléfono no estaba, se lo habían llevado. Dejaron un sillón grande de cuero, allí siento a los chicos y me subo al respaldo tratando de alcanzar una ventana. La abro y salto a la vereda. No veo ningún coche vigilando. La nena me pasa al bebito y salta con mi ayuda Comenzamos a caminar. Eran alrededor de las seis de la mañana. Llovía y hacía mucho frõo. Un amanecer gris y destemplado, clásico de un día de mayo. Cuando siento que las piernas no me dan más, veo pasar un taxi desocupado. No podía creer en ese milagro. Lo llamo y el taxista se detiene y baja a ayudarme. Le cuento brevemente lo que me había pasado y le pido que nos lleve hasta la casa de mis padres, pero le aclaro que no tengo un solo peso para pagarle, ya que me habían robado hasta las monedas. El taxista me di jo "señora. yo trabajo de noche y todos los días veo casos como el suyo, yo la llevo donde sea". El hombre tapa la banderita del reloj del taxi, me ayuda a sentarme, acomoda a mis hijos y parte a toda velocidad. No hablamos una palabra en todo el trayecto. Al llegar se baja y vuelve a ayudarme con los chicos. Me pregunta: "¿en qué puedo ayudarla?". No sé quién es este hombre, ignoro su nombre, sólo tengo este medio para agradecerle profundamente su solidaridad. Jamás lo olvidaré.


* Testimonio de Marta Scavac, esposa de Haroldo Conti. Aparecido en la revista Crisis, Nº 41, abril de 1986.



13 octubre 2010

Joaquín cierra la gira "Vinagre & Rosas" en el Luna Park



Una vez más, y gracias a nuestro amigo y Director General de la productora Artes Group, Alberto Miguel, podemos CONFIRMAR que la venta de entradas para los conciertos que Joaquín Sabina realizará los días 23 y 24 de marzo de 2011 en el Luna Park comenzará el 25 de octubre a las 10:00 am, en principio por medio de la web

http://ticketportal.com.ar




Permanezcan atentos, sin duda se irán sumando nuevas fechas...

11 octubre 2010

Acompañar en sus lecturas a Proust

"Mientras la fregona -haciendo resplandecer involuntariamente la superioridad de Françoise, igual que el Error vuelve más clamoroso, por contraste, el triunfo de la Verdad- servía un café que, según mamá, era simple agua caliente, y subía luego a nuestros cuartos el agua caliente que apenas estaba tibia, yo me había echado sobre mi cama con un libro en la mano, en mi habitación que, temblando, protegía su frescor transparente y frágil del sol de la tarde tras sus persianas casi cerradas donde, sin embargo, un reflejo de día había encontrado modo de filtrar sus alas amarillas y permanecía inmóvil entre la madera y el cristal, en un rincón, como una mariposa que se hubiera posado. Apenas había suficiente claridad para leer, y la sensación del esplendor de la luz sólo me llegaba gracias a los golpes que en la calle de la Cure daba Camus contra unas cajas polvorientas pero, resonando en la atmósfera sonora propia de los días calurosos, parecían hacer volar allá lejos unos astros escarlatas". (...)
He ahí a Marcel Proust convirtiendo su vida en arte. Esta vez durante una de sus largas estancias estivales en Combray; de donde salió este En busca del tiempo perdido. Proust (Francia, 1871-1922) desplegó en palabras el teatro de la vida con un sinnúmero de situaciones y personajes que entran y salen de su casa y de su vida y de la vida; mientras él se empeña en combatir lo corriente, incluso en los días más calurosos. Sigue allí, retratando el adiós de una época y la manera impercentible e inevitable como llega otra. Como un río que baja impetuoso y de repente se topa con otro más soberbio que lo absorbe en una sola corriente primero revoltosa y luego mansa. Pero hoy he preferido detenerme en este Veranos literarios en el cuándo, cómo y dónde leía quien habría de cambiar la literatura del siglo XX. Dejemos a un lado los recuerdos, evocaciones, cotilleos, reflexiones, descripciones y estéticas sobre las que tanto se habla de este clásico de Proust y asomémonos en su mundo más literario, porque donde realmente vivía era en esas páginas de libros ajenos y en las que luego escribía. Ahí sigue, en su habitación en penumbra, protegiéndose de un sol rabioso, con un libro en las manos. No esperemos más y veamos qué hace:

"Aquel oscuro frescor de mi cuarto era al pleno sol de la calle lo que la sombra al rayo, es decir tan luminosa como él, y ofrecía a mi imaginación el espectáculo total del verano, del que mis sentidos, si hubiese salido a pasear, sólo habría podido disfrutar de modo fragmentario; y de esta manera se acomodaba bien a mi reposo que (gracias a las aventuras narradas en mis libros, capaces de estremecerlo) soportaba, como el reposo de una mano inmóvil en medio de una corriente de agua, el choque y la animación de un torrente de actividad.
Pero la abuela, incluso si el tiempo demasiado caluroso se había estropeado, si había sobrevivido una tormenta o simplemente un chaparrón, venía a suplicarme que saliera. Y no queriendo renunciar a mi lectura, iba por lo menos a proseguirla en el jardín, bajo el castaño, en una pequeña garita de esparto y tela en cuyo fondo me sentaba y me creía oculto a los ojos de las personas que pudieran venir a visitar a mis padres.

¿Y no era también mi pensamiento una especie de nido en cuyo fondo me sentía sumido, incluso para mirar lo que estaba ocurriendo fuera? Cuando veía un objeto exterior, la conciencia de verlo permanecía entre yo y él, lo ribeteaba con una fina orla espiritual que me impedía tocar nunca directamente su materia; se volatilizaba en cierto modo antes de que yo entrase en contacto con ella, como un cuerpo incandescente, si se le acerca un objeto mojado, no toca su humedad porque siempre va precedido de una zona de evaporación. Era en aquella especie de pantalla esmaltada de diferentes estados, que mientras leía, desplegaba simultáneamente mi conciencia , y que iban de las aspiraciones más profundas escondidas dentro de mí hacia la visión totalmente exterior del horizonte que tenía ante mis ojos desde el fondo del jardín, lo más inmediato, lo más íntimo que había en mí, la palanca siempre en movimiento que gobernaba todo lo demás, era mi creencia en la riqueza filosófica, en la belleza del libro que leía, y mi deseo de apropiármelas, fuera cual fuese el libro. (...)

Después de esta creencia central que, durante mi lectura, ejecutaba incesantes movimientos de dentro afuera hacia el descubrimiento de la verdad, venían las emociones que en mí provocaba la acción en que tomaba parte, porque aquellas tardes contenían más acontecimientos dramáticos de los que suelen ocurrir en toda una vida. Eran los acontecimientos que estaban pasando en el libro que estaba leyendo."

06 octubre 2010

Deja las letras...

Deja las letras y deja la ciudad... Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire... Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas en la azucena del azul... Yo quiero ser, amigo, uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal... o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume... No estás tú también un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad? Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas... Ay, la ternura de Octubre, a las nueve, ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla en celeste de agua... Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío, invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz... Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín, apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas... El sol ha bebido sus propias perlas y hay apenas de ellas una memoria por secarse... No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas... Viste alguna vez la melodía de los brillos? La viste ondular, todavía de gasa, desde tus pies al cielo, sobre el río? Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca con unos silencios amatistas... Y ahora, ahora, torna la vista alrededor... Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel, capaces, sin embargo, de atraer hacia sí a las abejas todas del día y de volver de margaritas a la melancolía más flotante... No las sientes curvarse bajo un amor transparente en un hálito de alas? O es sólo la cortesía más misteriosa entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos, ante algo que al parecer es la respiración de un dios? Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas: qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas, sobre un rastreo de tases, serpentino? Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas: pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos... Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput, pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla... Y ah, a las más sin nombre que se van con los alambres libres en una fuga preciosa de piedritas... Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol, increíblemente miniado de sol en primores casi íntimos pero que extenúan a la brisa... Y a las verbenillas, por cierto, de aquí: oh, la más dulce sangre labrada por los misterios para los misterios de las hierbas.. . Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire... Y a esos recuerdos de la luna, aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo que se busca, a su vez, en su infinito todavía... Pero no olvidemos, mi amigo, a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá, delante no se sabe qué sacramento etéreo: no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos... Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales con su "pasión" de cielo sobre el susurro trepador: rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá? Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. .. Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso que van estrellando, se diría, todos los minutos con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro? Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma? Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna, con las navecillas de cita. .. Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos, dando no sé qué números de no sé qué otra noche o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo... Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo? Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño, se deshace dulcemente? O qué llamado para el sacrificio, di de campanillas de humo? Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar es el mismo amor que no teme perderse como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de corolas... Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá de las lianas que tejiera para vencer su abismo, asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu? Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor o el otro lado de esa flor, llama, serena llama, que viviría de su sombra... Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses? Aquí, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos "amenaza", sonriendo desde la semilla, se diría, o equilibrando a las mariposas, si quieres, con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre... Pero aquí también enfrentando a lo innombrable, algo como los honores de un ángel... Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida, terriblemente dividida, y expedida a la ventura... Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes? Allí y aquí, a la vez, la condena "de la rueda", desde las madres del río y desde las madres de las zanjas... Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar.. Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer? Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces "las letras" para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras en las relaciones de los orígenes... O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo y en esa fantasía que serán... Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad para que el poema, deseablemente anónimo, siga a la florecilla que no firma, no, su perfección en la armonía que la excede... O para ser el arpa de Lungmen eligiendo ella sola los temas de su música, lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas ni lo que dice el viento... ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. .. Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas, con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz.. Y el rostro de Ella no escrito, oh, recién nacido, con unos signos por hallar y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia como las mismas, las mismas letras de tu alma... Pero la viste a Ella, amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas, Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín, virgen profunda ésta toda aún de cabellos?

04 octubre 2010

A un año de la muerte de Mercedes Sosa

Mercedes Sosa, la voz del continente

"Asi es nuestro folklore, cuando le crece el silencio, la boca del pueblo la sale a cantar"

Decía Mercedes Sosa que había venido a este mundo a cantar el folklore de su tierra y cumplió con la misión de desparramar su semilla por el mundo entero. Fue la voz de América, la pachamama de la canción popular argentina. En su voz todas las voces y la memoria confluían con profunda naturalidad y belleza. Decía que las cuerdas vocales eran apenas un instrumento que le servía para traducir sus sentimientos, los recuerdos, las emociones de una vida, las imágenes en el pobrerío, la soledad, las penas del exilio y las alegrías, en definitiva todo lo que había vivido. Fue un espejo, donde cabía el dolor, la esperanza y la belleza del ser humano.

Haydeé Mercedes Sosa nació el 9 de julio de 1935, en San Miguel de Tucumán, en el contexto de un hogar pobre y de padres trabajadores. Pasó tiempo hasta que la cantante debutó -bajo el seudónimo de Gladys Osorio- en un certamen organizado por LV12 Radio Tucumán. Mercedes aprovechó el viaje de sus padres a un acto peronista para presentarse en un concurso y ganó con "Triste estoy" una canción que solía interpretar su admirada Margarita Palacios, con la que años después grabaría en un disco.

Con ese nombre transitó como promisoria cantora durante largo tiempo, mientras alternaba con su actividad como maestra de danzas folklóricas. De esa época se sabe que también cantaba boleros, que solía cantar en actos partidarios del peronismo y que hasta pasó como número vivo en el circo de los Hermanos Medina. En esa vida de artista incipiente se cruzó con Oscar Matus, un músico popular con ideas políticas y renovadora vocación por la poesía de Armando Tejada Gómez. Mercedes se enamoró perdidamente. Dejó a su novio oficial y con 21 años se mudó con Matus a Mendoza, donde se empieza a gestar el Nuevo Cancionero.

"En Tucumán nací, pero en Mendoza me hice mujer. Eramos tan felices: me veo delgadita, recién casada con Oscar Matus; me veo comadre de Armando Tejada Gómez, amiga de los compadres del horizonte… Yo era una muchacha sin libros, escuchaba asombrada y aprendía, y abría los ojos y me enteraba del mundo... Todos me amaban y me pedían que cantara, y yo cantaba... Era tan feliz porque, como decimos en la provincia, yo estaba poniéndome gruesa: mi cinturita crecía porque en mi vientre ya latía mi Fabián"

En una época en que el folklore comenzaba a asumir su mayoría de edad y un crecimiento de popularidad sin precedentes, El Nuevo Cancionero proponía romper con lo establecido, miraba hacia todo el continente y quería cambiar el mundo de la canción popular. "Toda la gente pensaba que era algo político. Nosotros buscábamos otro lenguaje poético y queríamos una música nueva. Salíamos de la fuente hacia fuera, pero no descuidábamos el paisaje, porque no nos queríamos alejar del pueblo".

Esa fue la brújula que signaría la búsqueda estética de Mercedes a lo largo de su vida artística, exaltando la belleza de poetas de América, regresando a los repertorios más criollos, vociferando una canción militante, o lanzandóse audazmente al mundo pop para grabar los temas de Charly García.
La historia en canciones

Mercedes grabó su primer disco en 1962 con el título La voz de la zafra por RCA Victor, que pasó inadvertido para el mercado, sin embargo, el movimiento del nuevo cancionero crecía entre el público universitario. En el segundo disco Canciones con fundamento, (1965), aparecen destellos de personalidad que la transformarán en la voz de todas las voces. Ese mismo año, Jorge Cafrune la presenta en el Festival de Cosquín y la consagración es inmediata.

Su inconfundible estilo interpretativo marca una presencia distinta en el folklore. Mercedes consigue en poco tiempo transformarse en la voz de poetas regionales y latinoamericanos con auténticos himnos de su carrera como "Zamba para no morir", "Gracias a la vida", de su álbum dedicado a Violeta Parra, "Canción con todos", "Cuando tenga la tierra" y "La navidad de Juanito Laguna".

En esos años, colabora con Eduardo Falú y Ernesto Sábato en el Romance de Juan Lavalle, y participa en varios films de la época dirigidos por Leopoldo Torres Nilson. Durante la década del setenta logra plasmar producciones antológicas como "Mujeres Argentinas", "Cantata Sudamericana", "Mercedes Sosa interpreta a Atahualpa Yupanqui"y "Serenata para la tierra de uno" (1979), el último disco, antes de su exilio político en Madrid, tras recibir amenazas, prohibición de sus conciertos y detenciones.

Para una Argentina envuelta en las sombras de la dictadura militar la voz de Mercedes Sosa se transforma en el eco de un país silenciado. La "Negra" recién pudo regresar al país para una serie de conciertos en el Teatro Opera el 18 de febrero de 1982. La dictadura agonizaba y ella pudo volver para reencontrarse con un nuevo público que la descubre y otra generación de compositores argentinos de distintos géneros: León Gieco, Charly García, Antonio Tarragó Ros, Rodolfo Mederos y Ariel Ramírez. Tras su regreso definitivo con el comienzo de la democracia, no deja de colaborar con generosidad y apertura con figuras locales y artistas emergentes de distintos géneros. Mercedes deja de ser la gran voz del folklore, para transformarse en la gran madre de la música popular argentina capaz de convocar a distintas generaciones en un escenario o en un disco, espíritu que continuará hasta en su producción más reciente Cantora, un disco doble donde participó un elenco ecléctico de artistas, entre los que se encontraban, Joan Manuel Serrat, Calle 13, Juan Quintero, Luis Alberto Spineta y Gustavo Ceratti.

Mercedes llevó la canción popular más allá de las fronteras y surgieron encuentros con artistas internacionales de diferentes corrientes como Luciano Pavarotti, Sting, Lucio Dalla, Nana Mouskouri, Tania Libertad, Joan Baez, Andrea Bocelli, Silvio Rodríguez, Alfredo Kraus, Pablo Milanés, Milton Nascimento, Caetano Veloso, Chico Buarque, Gal Costa, Gian Marco, Konstantin Wecker, Nilda Fernández, Pata Negra, David Broza, Luz Casal, Cecilia Todd, Ismael Serrano, Shakira, entre otros.

Su voz paseó por los escenarios más importantes del mundo como el Carnegie Hall, en los Estados Unidos, o el Olympia de París; recibió el premio de la Unesco por su labor en defensa de los derechos de la mujer; el Konex de Brillante a la Mejor Artista Popular de la Década (1995), ganó varios Grammy Latinos y fue Embajadora de buena voluntad de la UNESCO para Latinoamérica y el Caribe.

Los títulos y los méritos se acumulan en toda su carrera, pero a la luz de su trascendencia como artista no terminan de transmitir -en su infinita calidez y en su profunda emoción- esa capacidad para reunir en su sola voz a todas las voces y erizar la piel cada vez que cantaba: "Gracias a la vida que me ha dado tanto/Me ha dado la risa y me ha dado el llanto/Así yo distingo dicha de quebranto/Los dos materiales que forman mi canto/Y el canto de ustedes que es el mismo canto/Y el canto de todos que es mi propio canto/Gracias a la vida/Gracias a la vida...".

02 octubre 2010

Querido Stig

Querido Stig:
Ojalá seamos dignos de tu desesperada esperanza.
Ojalá podamos tener el coraje de estar solos y la valentía de arriesgarnos a estar juntos, porque de nada sirve un diente fuera de la boca, ni un dedo fuera de la mano.
Ojalá podamos ser desobedientes, cada vez que recibimos órdenes que humillan nuestra conciencia o violan nuestro sentido común.
Ojalá podamos merecer que nos llamen locos, como han sido llamadas locas las Madres de Plaza de Mayo, por cometer la locura de negarnos a olvidar en los tiempos de la amnesia obligatoria.
Ojalá podamos ser tan porfiados para seguir creyendo, contra toda evidencia, que la condición humana vale la pena, porque hemos sido mal hechos, pero no estamos terminados.
Ojalá podamos ser capaces de seguir caminando los caminos del viento, a pesar de las caídas y las traiciones y las derrotas, porque la historia continúa, más allá de nosotros, y cuando ella dice adiós, está diciendo: hasta luego.
Ojalá podamos mantener viva la certeza de que es posible ser compatriota y contemporáneo de todo aquel que viva animado por la voluntad de justicia y la voluntad de belleza, nazca donde nazca y viva cuando viva, porque no tienen fronteras los mapas del alma ni del tiempo.

Caminos, por Eduardo Galeano

-Palabras de agradecimiento, al recibir el premio Stig Dagerman/Suecia/12 de septiembre de 2010-

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”