06 octubre 2010

Deja las letras...

Deja las letras y deja la ciudad... Vamos a buscar, amigo, a la virgen del aire... Yo sé que nos espera tras de aquellas colinas en la azucena del azul... Yo quiero ser, amigo, uno, el más mínimo, de sus sentimientos de cristal... o mejor, uno, el más ligero, de sus latidos de perfume... No estás tú también un poco sucio de letras y un poco sucio de ciudad? Sigue, sigue, por entre la bencina, sobre la lisa pesadilla de las calles extremas, hacia la gracia de las huellas... Ay, la ternura de Octubre, a las nueve, ya hace, por aquí, flotar a la pesadilla en celeste de agua... Pero derivemos rápido, del lado de los caminos del rocío, invisible, casi, lo adivino, en el seno mismo de la luz... Sentémonos, mi amigo, entre estas niñas rubias que suben y bajan, altas, por unas orillas de jardín, apoyadas, contra los cercos, sobre un rumor de enredaderas... El sol ha bebido sus propias perlas y hay apenas de ellas una memoria por secarse... No temas, no temas, y mira, mira hasta las islas... Viste alguna vez la melodía de los brillos? La viste ondular, todavía de gasa, desde tus pies al cielo, sobre el río? Oh, la misma ciudad, a lo lejos, es una música blanca con unos silencios amatistas... Y ahora, ahora, torna la vista alrededor... Saluda como un aura a estas humildes gracias de miel, capaces, sin embargo, de atraer hacia sí a las abejas todas del día y de volver de margaritas a la melancolía más flotante... No las sientes curvarse bajo un amor transparente en un hálito de alas? O es sólo la cortesía más misteriosa entre esa que inclina, alternadamente, a los otros finos tallos, ante algo que al parecer es la respiración de un dios? Saluda, también, a sus vecinas menos subidas y más pálidas: qué delicadísimo sueño de amapolillas más pálidas, sobre un rastreo de tases, serpentino? Y a las apenas malvas, medio escondidas entre las espiguitas: pétalos de alba, a su pesar, con sus secretos amarillos... Y a las apenas níveas, por bordadas, del país de Liliput, pero que visten, igual que a una novia, a toda la gramilla... Y ah, a las más sin nombre que se van con los alambres libres en una fuga preciosa de piedritas... Y al trébol de allí, loco de verde, y miniado de sol, increíblemente miniado de sol en primores casi íntimos pero que extenúan a la brisa... Y a las verbenillas, por cierto, de aquí: oh, la más dulce sangre labrada por los misterios para los misterios de las hierbas.. . Y a estos emblemas de llama, perdidos de los trigos mas que blasonan, del mismo modo, todo el aire... Y a esos recuerdos de la luna, aparecidos de seda, ay, en una vigilia de espejo que se busca, a su vez, en su infinito todavía... Pero no olvidemos, mi amigo, a las esbeltas criaturas que arden el azul, allá, delante no se sabe qué sacramento etéreo: no olvidemos, mi amigo, a las criaturas de los cardos... Ni olvidemos a aquéllas que ya parecen abisales con su "pasión" de cielo sobre el susurro trepador: rêveries de qué abismo hacia otro abismo las de mburucuyá? Y no habremos comprendido, es cierto, a todas. .. Cómo abrazar, mi amigo, a estas miríadas del beso que van estrellando, se diría, todos los minutos con todos los pétalos y todos los fuegos del suspiro? Y si nos corriéramos hasta el arroyito del otro lado de la loma? Allí, lo veo, las redes hondas sin bautizo con su penumbra colgada y su casi vía láctea de jazmines sobre una huida de vidrios, poco menos que nocturna, con las navecillas de cita. .. Y los laberintos de los taludes, aún con su sin fin de pequeñísimas miradas en los iris más inéditos, dando no sé qué números de no sé qué otra noche o qué mareo de gemas entre unos miedos de crepúsculo... Mas no oyes al silencio, ahora, mi amigo? Qué ave de diamante, di, sobre la línea del sueño, se deshace dulcemente? O qué llamado para el sacrificio, di de campanillas de humo? Oh, todo dorado de misivas sobre las alas del azar es el mismo amor que no teme perderse como la propia gracia ya, libre, sobre su propio cielo de corolas... Y no oyes en este momento, di, al silencio o al amor más allá de las lianas que tejiera para vencer su abismo, asumiendo justamente la muerte con los modos de un espíritu? Sí, en los amantes invisibles está asimismo la otra flor o el otro lado de esa flor, llama, serena llama, que viviría de su sombra... Dónde, entonces, aquí, nuestras debilidades hechas dioses? Aquí, lo que llamamos "horror", o lo que llamamos "amenaza", sonriendo desde la semilla, se diría, o equilibrando a las mariposas, si quieres, con un frío que nos duele, es cierto, en lo uno de la sangre... Pero aquí también enfrentando a lo innombrable, algo como los honores de un ángel... Mas es en nosotros, mi amigo, que la agonía es dividida, terriblemente dividida, y expedida a la ventura... Y aquella música blanca con unos silencios de jacarandaes? Allí y aquí, a la vez, la condena "de la rueda", desde las madres del río y desde las madres de las zanjas... Y aquí, ay, asimismo, lo que vinimos a buscar.. Si el lirio da a los precipicios, qué le vamos a hacer? Hay que perder a veces "la ciudad" y hay que perder a veces "las letras" para reencontrarlas sobre el vértigo, más puras en las relaciones de los orígenes... O más ligeras, si prefieres, como en ese domingo y en esa fantasía que serán... Hay que perder los vestidos y hay que perder la misma identidad para que el poema, deseablemente anónimo, siga a la florecilla que no firma, no, su perfección en la armonía que la excede... O para ser el arpa de Lungmen eligiendo ella sola los temas de su música, lejos de los tañedores que se cantan a sí mismos o que no oyen con los suyos a los recuerdos de las ramas ni lo que dice el viento... ni menos ven lo que el viento, por ahí, pone de pie. .. Y aquí, además, las rimas entre los escalofríos de las briznas, con los hilos temblando, siempre más allá de nuestra luz.. Y el rostro de Ella no escrito, oh, recién nacido, con unos signos por hallar y que serán, oh amigo, los que han de llevarte hasta su esencia como las mismas, las mismas letras de tu alma... Pero la viste a Ella, amaneciendo aquí, Ella, de la espuma de las matas, Venus de las colinas. Ella, sobre un flujo de jardín, virgen profunda ésta toda aún de cabellos?

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

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“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

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“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

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“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

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“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

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“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”