
En el tanatorio de San Isidro se instaló ayer sábado una capilla ardiente en la que se sucedieron las muestras de condolencia y admiración para con uno de los poetas más queridos y respetados de su tiempo. Por allí desfilaron, entre muchos otros, amigos muy próximos como Luis García Montero, Joquín Sabina, Almudena Grandes, Luis Antonio de Villena o Pilar Bardem. También el ministro de Cultura, César Antonio Molina, viejo amigo del poeta.
«No confundo la poesía con la realidad; son cosas distintas», afirmaba este grande de la poesía española y uno de los más reconocidos de la denominada generación del medio siglo. «Mi poesía aspira a reflejar la realidad y ser una reflexión sobre ella» solía precisar el académico y laureado poeta cuya salud fue siempre frágil y «muy mejorable», sin que hiciera temer por su vida.
La solidaridad y la libertad son temas recurrentes de una poética que, en su primera andadura, estuvo marcada por su clara toma de postura en lo que se denominó 'poesía social'. Unos poemas objetivos y narrativos fundamentados en un lenguaje coloquial, muy natural, salpicado con un tono irónico y a veces corrosivo. Con temas eminentemente cotidianos, en la poesía de González juegan un papel primordial las vivencias personales y los acontecimientos que le tocó vivir. Una poesía apegada a la realidad a la que incorporó la ironía como un rico y decisivo recurso expresivo que le permitía «decir que sí y que no al mismo tiempo».
Directa
El compromiso, la libertad y el amor fueron así puntales de la franca, directa y aparentemente sencilla poesía de González, quizá el más reconocido de una brillante generación de 'poetas sociales' llamados José Ángel Valente, Carlos Barral, Jaime Gil de Biedma, José Agustín Goytisolo, Claudio Rodríguez o José Manuel Caballero Bonald, renovadores como González de la maltrecha poesía española de posguerra.
Insportable grisura
Se aliaron con la palabra para luchar contra la dura realidad social y la insoportable grisura de la dictadura franquista. Su visión desgarrada del compromiso, la desolación y la desesperanza daría paso a una serena y lúcida madurez en la que el filtro de la ironía lo hacia todo más tolerable. Era factible expresar el fracaso desde una postura crítica y escéptica.
Muy reconocido en su madurez, Ángel González obtuvo en 1985 el Premio Príncipe de Asturias de las Letras. Se lo otorgó un jurado que destacaba cómo su poesía «sobrevive con paradójica ternura al escepticismo de esta época».
Una década después recibía el Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, el máximo galardón del género. También en 1996 se convertía en miembro de la Real Academia Española (RAE), institución que antes le había rechazado en dos ocasiones, y en la que ocuparía el sillón 'P' que perteneciera a Julio Caro Baroja. En marzo de 1997 leería su discurso de ingreso, 'Las otras soledades de Antonio Machado'.
Marcado por la guerra civil
Nacido en Oviedo el 16 de septiembre de 1925 en una familia de clase media, la infancia de Ángel González Muñiz quedó marcada por la temprana muerte de su padre republicano y su adolescencia por la guerra civil, cruciales episodios ambos que dejaron una profunda huella en su obra y en su vida. Un hermano del poeta, Manuel, sería fusilado en León por los falangistas, el otro, Pedro, tomaría el camino del exilio y su hermana sufriría las represalias de los vencedores.
Como a Gil de Biedma, la tuberculosis que colocaría al joven Ángel González al borde de la muerte sería su puerta hacia la poesía. Mientras se recuperaba en Páramo de Sil, en la montaña leonesa en la que estuvo tres años, escribió sus primeros poemas a mediados de los cuarenta, antes de trasladarse a Madrid, ya recuperado, en 1950. Licenciado en Derecho, estudiante de magisterio y periodismo, se ganó la vida como funcionario de Obras Públicas, ministerio en el que ingresó a principios de la misma década. En excedencia a mediados de los 50, tras una estancia en Sevilla se instala en Barcelona para trabajar como corrector de estilo en varias editoriales y trabar amistad con los poetas de 'Grupo de Barcelona'.
Su primer poemario 'Áspero mundo' (1956) fue accésit del premio Adonais. De regreso a Madrid, retoma su trabajo como funcionario y da a la imprenta poemarios como 'Sin esperanza, con convencimiento' (1960), 'Grado elemental' (1962) 'Palabra sobre palabra' (1965) o 'Tratado de urbanismo' (1967). Para entonces ha establecido fuertes lazos de amistad poética y literaria con coetáneos como Juan García Hortelano, Gabriel Celaya o Caballero Bonald.
En 1972 se estableció en Alburquerque como profesor de Literatura Española en la Universidad de Nuevo México de la que había sido antes profesor invitado. El ambiente en aquella España era aún «irrespirable» para González.
En 1979 viaja a Cuba para integrarse en el jurado del premio Casa de las Américas y conoce a Susana Rivera, con quien contraería matrimonio tras una larga convivencia.
Regresaba a España con frecuencia, pero no se instalaría definitivamente de nuevo en nuestro país hasta su jubilación universitaria en 1993. Había publicado antes del regreso 'A todo amor' (1988) y aparecerían después 'Lecciones de cosas y otros poemas' (1998), '101+19=120' (2000). 'Otoño y otras luces', aparecido 2001, fue su último poemario, publicado tras un largo silencio de casi una década. Fue también autor varios ensayos sobre 'Juan Ramón Jiménez' (1973), 'Gabriel Celaya' (1977), 'Antonio Machado' (1979), o 'El grupo poético del 27' (1976) . También publicó estudios sobre arte dedicado a pintores como Tiziano, Velázquez o Picasso, figuras recurrentes en sus artículos y conferencias.
Activo en sus últimos años, colaboró con el cantautor Pedro Guerra en el libro-disco 'La palabra en el aire' (2003). También colaboró en el álbum 'Voz que soledad sonando' (2004) junto al tenor Joaquín Pixán, el pianista Alejandro Zabala y el acordeonista Salvador Prada.
Hacía sólo un mes había sido investido como doctor 'Honoris Causa' por la Universidad de Oviedo junto al escritor Juan José Millás.
Veladas en la UIMP
Su vinculación con Santander fue más estrecha en la última decáda con comparecencias regulares en La Magdalena: la Tribuna literaria y las Veladas Poéticas de la UIMP. El espíritu crítico se mantuvo vivo y presente en un poeta que nunca perdió de vista el rastro de la música y que se mostraba convencido de que actualmente por exceso «se publica una poesía muy mala». Entre el recuerdo y la memoria revisitó en Santander el 'grupo de los 50, medio siglo después', junto al poeta cántabro y premio Cervantes José Hierro y Francisco Brines.
En La Magdalena confesó: «sigo escribiendo, pero con menos esperanza y también con menos convencimiento». El autor de 'Aspero mundo' durante su última intervención en la capital cántabra manifestó: «no he llegado a ninguna cumbre, más bien creo que ha llegado el final».
Fuente: eldiariomontanes.es/MIGUEL LORENCI