Alto, flaco, de ojos claros y mirada desafiante, Cepernic era un hombre firme, con la tozudez propia del campo y la galantería de un caballero. Su padre, Mateo, había llegado desde Croacia a fines del siglo XIX. Fue buscador de oro, almacenero y luego arrendó una estancia cercana a Río Gallegos. Testigo de las huelgas de peones en 1921, le contaba a su hijo, de siete años, por qué los trabajadores hacían esos actos. Por qué marchaban por el centro del pueblo cargando el ataúd de un peón fusilado. “Esa imagen quedó grabada en mi retina”, contaba Jorge.
En 1930 vio el primer avión que aterrizó en Río Gallegos, que piloteaba Antoine Saint Exupéry. A partir de ese día, fijó una meta que cumplió en la década del ’50: ser aviador. Casado con Sofía Vicic, también hija de croatas, maestra y artista plástica, tuvo dos hijos, Mónica, empleada judicial, y Marcelo, ex intendente de Río Gallegos.
En 1967, Osvaldo Bayer tocó su puerta. Era un periodista del diario Clarín y quería saber qué había pasado durante las huelgas patagónicas. Jorge no tardó en agarrar su Fiat 600 y llevarlo a recorrer las estancias, donde Bayer recolectó testimonios, pruebas y descubrió fosas con restos de peones. Todo ese material originó el libro La Patagonia rebelde . Mientras las visitas de Bayer se incrementaban, Cepernic, tras colaborar con la resistencia peronista, se transformaba en el único candidato justicialista. La fórmula la completaba el sindicalista petrolero Eulalio Encalada, que defendía los intereses del sector más conservador y desde la cámara legislativa impedía la aprobación de sus proyectos.
Algunos proyectos de ley eran innovadores y soberanos: la construcción de la represa hidráulica en el Río Santa Cruz o la expropiación de la Estancia El Cóndor, unas 650 mil hectáreas propiedad de la Corona Británica. “Un diario inglés titulo sobre mí ‘Un gran dictador’”, remarcó Cepernic en una entrevista.
La decisión de permitir filmar La Patagonia rebelde fue la gota que rebasó el vaso para la derecha peronista. La provincia fue intervenida inmediatamente por Isabel Perón y Jorge viajó a Buenos Aires, donde junto a Andrés Framini fundó el Partido Peronista Auténtico. Eran tiempos violentos. Don Jorge veía desaparecer a sus compañeros. Extrañaba la inmensidad y el cielo gris, que no volvió a ver hasta 1982. Una vez en el Penal de Magdalena Lorenzo Miguel le dijo: “Jorge, apurate con la comida que vamos a ver Tora Tora ”. Cepernic pensó que lo estaban cargando, pero era real. “¿Podés creer que pude ver el final de la película en el microcine del penal?”, decía entre carcajadas.
Llegada la democracia, Jorge acompañó a distintos candidatos peronistas, incluso a su hijo. Hasta el año pasado, acompañado de su bastón, participaba de todos los actos justicialistas. “Creo que soy inmortal”, dijo sonriendo unos meses antes de su muerte, el domingo pasado. El hombre de 95 años que había esquivado más de una vez la muerte, pero no la persecución ni el encierro, respondió que deseaba que sus cenizas recorrieran el Río Santa Cruz y reposaran debajo de un álamo de la estancia La Josefína, a 30 kilómetros de Calafate, como lo había deseado su mujer, Sofía, fallecida en mayo.
El viejo gobernador se apagó como los árboles: de pie.
20 de julio 2010