30 enero 2012

El ojo de la patria/Osvaldo Soriano

La mañana del funeral fue gris y destemplada. Carré llevaba un sobretodo viejo y un sombrero de fieltro para protegerse de la nieve. Desde su escondite alcanzaba a ver el montículo de tierra húmeda y la cruz de madera ordinaria. Entre los cuatro desconocidos que rodeaban el ataúd había una rubia vestida de negro. Un cura regordete masticaba chicle y rezaba en latín. Los otros dos llevaban trajes oscuros y el más alto sostenía un paraguas tan grande que los cobijaba a todos. De vez en cuando la mujer se apartaba el velo para estornudar y sonarse la nariz. El cura calzaba galochas y se envolvía con una bufanda negra. Mientras decía la plegaria sacudía una polvareda de incienso que la brisa se llevaba hacia la arboleda cercana. El mas petiso, que tenía el pantalón enchastrado hasta las rodillas, sostenía una corona de flores como si fuera un maletín. La rubia, que había seguido la ceremonia con la solemnidad de un coronel de infantería, hizo una señal con la mano en la que apretujaba el pañuelo. Al rato, arrastrando cuerdas y palas, aparecieron dos sepultureros que venían de escuchar a los chicos que cantaban frente a la tumba de Jim Morrison.

27 enero 2012

Huésped y amo/René Char

¿Qué podría consolarnos? ¿Y qué necesidad hay de consuelo? El hombre y el tiempo nos han revelado todo. El tiempo no es en absoluto votivo, y el hombre sólo cumple designios ruinosos.

Deseo de un corazón cuyo umbral no se modifique.

Íbamos a tomar lo que anhelábamos. Pero la mano brillante se rendía, parecía fea.

Fuente verde suele dar frutos pochos.

Nuestro sueño era un lobo entre dos ataques.

Habíamos prolongado poderosamente el camino. No llevaba a ninguna parte. Habíamos multiplicado los destellos. Al fin y al cabo, ¿a dónde llevaba? A las brumas disipadas, a la evocada niebla. Y la naturaleza entera estaba aquejada de pandemia.

Incluso en el mejor, en uno u otro momento, encarnaba el crimen.

Astros y desastres, cómicamente, se han enfrentado siempre en su desproporción.

Hombres de presa altamente civilizados se afanaban por cubrir el rostro embrutecido con la máscara de la espera afortunada. ¡En qué términos, su invitación! ¡Qué perfil porcino el de su prosperidad!

¿De nuevo a solas con lo que llama desde tan lejos, tan evasivamente?

Tiempo, amo mío y huésped mío, ¿a quién ofreces, si es que lo haces, los días gozosos de tus fuentes? ¿Al que viene secretamente, con su acre olor, a vivirlos cerca de ti, sin falsedad, y sin embargo delatado por sus irreparables heridas?



En El espanto del gozo
René Char - El desnudo perdido

23 enero 2012

Luis Alberto Spinetta

Hoy tu sonrisa, es limpia y gira, quiero verte bailar...

LUIS ALBERTO SPINETTA

22 enero 2012

Es allí adonde voy/Clarice Lispector

Más allá de la oreja existe un sonido, en el extremo de la mirada Clarice Lispector: Cuentos Reunidosun aspecto, en las puntas de los dedos uno objeto: es allí adonde voy. En la punta del lápiz el trazo. Donde expira un pensamiento hay una idea, en el último suspiro de la alegría otra alegría, en la punta de la espada la magia: es allí adonde voy.
En la punta del pie el salto. Parece la historia de alguien que fue y no volvió: es allí adonde voy.
¿O no voy? Voy, sí. Y vuelvo para ver cómo están las cosas. Si continúan mágicas. ¿Realidad? Yo os espero. Es allí adonde voy.
En la punta de la palabra está la palabra. Quiero usar la palabra "tertulia", y no sé ni dónde ni cuándo. Al borde de la tertulia está la familia. Al borde de la familia estoy yo. A la orilla de mí estoy yo. Es hacia mí adonde voy.
Y de mí salgo para ver. ¿Ver qué? Ver lo que existe. Después de muerta es hacia la realidad adonde voy.
Mientras tanto, lo que hay es el sueño. Sueño fatídico. Pero después, después todo es real. Y el alma libre busca un rincón para acomodarse. Soy un yo que anuncia. No sé sobre qué estoy hablando. Estoy hablando de nada. Yo soy nada. Después de muerta me agrandaré y me esparciré, y alguien dirá con amor mi nombre. Es hacia mi pobre nombre adonde voy.

Y de allá vuelvo para llamar al nombre del ser amado y de los hijos. Ellos me responderán. Al fin tendré una respuesta. ¿Qué respuesta? La del amor. Amor: yo os amo tanto. Yo amo el amor. El amor es rojo. Los celos son verdes. Mis ojos son verdes. Pero son verdes tan oscuros que en las fotografías salen negros. Mi secreto es tener los ojos verdes y que nadie lo sepa. En el extremo de mí estoy yo. Yo, implorante, yo, la que necesita, la que pide, la que llora, la que se lamenta. Pero la que canta. La que dice palabras. ¿Palabras al viento? Qué importa, los vientos las traen de nuevo y yo las poseo. Yo a la orilla del viento. La colina de los vientos aullantes me llama. Voy, bruja que soy. Y me transmuto. Oh, perro ¿dónde está tu alma? ¿Está cerca de tu cuerpo? Yo estoy cerca de mi cuerpo. Y muero lentamente. ¿Qué estoy diciendo? Estoy diciendo amor. Y cerca del amor estamos nosotros.

16 enero 2012

Chéjov: una historia sencilla

Fue algo inesperado. Chéjov abrió la carta con curiosidad. La enviaba Dimitri Grigorovich, un prestigioso escritor de la época. Era 1886 y hasta entonces Chéjov publicaba cuentos humorísticos en la prensa popular. Un reducto que los autores de renombre despreciaban. De hecho, los escritores no tomaban en serio a Chéjov. Dimitri Grigorovich sería el primero. "Querido señor, Ud. posee un talento extraordinario. Sería una tragedia que continuara disipando sus condiciones en mezquinas chácharas", le escribió.
La carta emocionó a Chéjov. Entre su trabajo como médico y la permanente preocupación por su familia, sus pocas horas de ocio las dedicaba a escribir. "Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos docenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno solo que haya visto en mí a un artista". Tenía 26 años. En los siguientes 18 demostraría el gran arista que era.
Su vida fue breve y a menudo difícil, pero creó una obra de enorme trascendencia. Su abuelo, Egor Mijáilovich Chéjov, era un siervo que en 1841, después de mucho trabajo, compró su libertad. Pagó 3.500 rublos por su liberación y la de sus cuatro hijos. Uno de ellos, Pavel, se hizo comerciante y en enero de 1860 fue padre de un niño al que bautizó como Antón Pavlovich, el que sería universalmente conocido como Chéjov. En apenas 44 años de vida, el nieto de aquel siervo se convertiría en uno de los dramaturgos más representados en el mundo y, con toda seguridad, en el cuentista más gravitante de la historia. Un maestro de la narración breve que influyó desde James Joyce a John Cheever.
A 150 años de su nacimiento, Chéjov es motivo de tributos en el mundo entero. En el Hampstead Theatre de Londres se realiza una semana de homenaje, Jubileo por Antón Chéjov. Paralelamente, se monta el espectáculo 100% Comedia, 100% Chéjov y para febrero se anuncian los montajes de La gaviota y Las tres hermanas. En Madrid acaba de estrenarse una versión de El jardín de los cerezos; en Cuba, La Feria del Libro de La Habana prepara un homenaje, y en Estados Unidos aparecen reediciones de sus libros. El epicentro de las celebraciones, en todo caso, será en junio, en el Festival Chéjov de Moscú, donde participará la obra chilena Neva, de Guillermo Calderón.

LA SUTILEZA Y LA IRONÍA

Chéjov fue el tercero de los cinco hijos de Pavel, un hombre católico y violento. Nació en Taganrog, al sur de Moscú. No tuvo una infancia feliz, pero se refugió en el juego y los cuentos. Le gustaba disfrazarse y pronto se enamoró del teatro. Desde joven se hizo cargo de su familia, luego de que su padre quebrara. Perseguido por las deudas, la familia se fue a Moscú. Chéjov se quedó en Taganrog, hasta terminar la secundaria. Hacía clases y enviaba dinero a su familia. Ganó una beca para estudiar Medicina en Moscú y comenzó a escribir cuentos para los diarios. La "pequeña prensa", ajena a la gran literatura rusa, se convirtió en el laboratorio del cuento para él.
En el siglo XIX, Rusia produjo verdaderos monstruos literarios: Pushkin, Gógol, Turgueniev, Dostoievski, Tolstói. Pero a diferencia de ellos, los personajes de Chéjov no son heroicos ni iluminados. Son criaturas comunes y corrientes: soldados, mujeres, funcionarios. Y a diferencia de aquellos tótems, Chéjov opta por el tono menor, la sutileza y la ironía. "Si un hombre no comprende las bromas, ponle cruz y raya", anotó.
Chéjov quería hacer un arte que reflejara la verdad de la vida. "Cada hombre vive su verdadera vida en secreto, bajo el manto de la noche", escribió en La dama del perrito. "Todo el sentido y todo el drama del hombre se encuentran en su interior y no en sus manifestaciones exteriores", decía. Aplicó esa idea a sus cuentos y al teatro. En sus obras, sus personajes suelen hablar trivialidades y, a través de ellas, se revela el drama.
Al principio la gente no lo comprendió. Ni siquiera Stanislavski, que montó La gaviota. Sólo al final, por la insistencia del director del Teatro Arte de Moscú, fue apreciado como dramaturgo. Aun así, después del estreno de Tío Vania, Tolstoi le dijo: "Tus obras de teatro son aún peores que las de Shakespeare".
Gran creador de aforismos, le dijo a su editor: "Déme una mujer que, como la Luna, no aparezca todos los días en mi cielo". Ella fue la actriz Olga Knipper, con la que mantuvo un matrimonio casi por correspondencia. Ya estaba gravemente enfermo. La tuberculosis había dañado irremediablemente sus pulmones. Olga estuvo con él en Badweiler, la noche de su muerte, el 15 de julio de 1904, como lo relataría, casi un siglo después, Raymond Carver en Tres rosas amarillas. En él incluye una declaración que define el arte de Chéjov: "Sigo sin tener posición política, religiosa o filosófica firme. Cambio todos los meses; por eso estoy obligado a atenerme a contar cómo mis héroes aman, se casan, hacen hijos, mueren y hablan".
Fuente: Andrés Gómez Bravo

10 enero 2012

"Fue revolucionario pensar que la poesía no debía tener contenido didáctico"

"Fue revolucionario pensar que la poesía no debía tener contenido didáctico":
Entrevista con M. E. Walsh
por Alicia Origgi

Esta entrevista fue realizada hace algún tiempo por Alicia Origgi en colaboración con Mónica Amaré, cuando visitaron a María Elena Walsh en su despacho de SADAIC (Sociedad Argentina de Autores y Compositores).

Usted siempre menciona que en su casa de infancia había una gran disponibilidad de libros. ¿Cuáles recuerda especialmente? ¿Leía historietas?

Recuerdo colecciones de cuentos infantiles; había una llamada Araluce de libritos encuadernados donde estaban El barón de Munchhausen y cuentos clásicos contados para chicos. Leía los cuentos españoles de editorial Calleja. Desde muy temprano me fascinaron los cuentos de Las mil y una noches. En mi casa paterna leí a Dickens en castellano y a Julio Verne. He leído historietas de una revista llamada Pif-Paf y en Billiken; también las historietas del suplemento infantil en color del diario Crítica.

Además recibía oralmente de mis padres mucho cuento en verso. La cultura familiar, en mi casa, era de mucha lectura pero no de tipo académico. No había universitarios en la familia, pero sí se tenía afición por la buena lectura.

¿Cuáles fueron sus lecturas de adolescencia?

Mi lectura principal era poesía, las rimas de Bécquer, Núñez de Arce, Juan Ramón Jiménez; he leído mucha poesía española del Siglo de Oro. También a Rubén Darío, Pablo Neruda. Leía libros y antologías mientras cursaba la carrera de Bellas Artes.

¿Cómo surge en usted, que primero se dedica a la poesía para adultos, la idea de destinar una nueva etapa de su producción a los niños?

No sé, ahí hay una reconstrucción de una herencia principalmente en inglés, reconstrucción en español de las Nursery Rhymes, que me las han contado de chica y luego leí y aprecié muchísimo de grande, principalmente eso. Y después la inspiración en la poesía popular hispanoamericana, donde hay muchos juegos, mucha sencillez, mucho disparate. Esas fueron las dos fuentes.

¿En qué etapa de su vida lee esa poesía popular?

En la juventud. Consulté en Europa el Diccionario de Oxford de las Nursery Rhymes que era muy completo y anotado. Leí los cancioneros de Carrizo y algunas recopilaciones folklóricas españolas con letras y música populares.

De la literatura infantil que Ud. conoció anterior a Tutú Marambá, ¿qué autores eran los clásicos mas difundidos aquí en Argentina?

En mi infancia lo que más circulaba era Constancio C. Vigil. A mí me gustaron algunos cuentos de él pero creo que los rechacé después muy rápidamente por la parte didáctica y moralista. Era un autor muy popular, muy en circulación. Después no recuerdo en mi infancia autores específicamente para chicos, sino cuentos clásicos. Aprecié mucho a José Sebastián Tallon, también parcialmente a otros escritores como Horacio Quiroga y Fryda Schultz de Mantovani, tuvieron algunas obras para chicos muy rescatables.

¿Qué novedad considera Ud. que presentaron sus poemas respecto de esa producción literaria anterior?

Creo que la novedad fue que no tenían ningún carácter docente ni moralista ni eran aplicadas al programa escolar. Era un concepto revolucionario el pensar que la versificación no tenía porqué tener un contenido didáctico. En 1964 era un concepto novedoso.

(Aquí la autora se sonríe recordando su ponencia en las Jornadas Pedagógicas de la Organización Mundial de Enseñanza en 1964 titulada: La poesía en la primera infancia. Los conceptos expresados en dicho trabajo tienen aún vigencia:

"Pensemos que nuestros niños, desprovistos de abuelas tradicionales o nodrizas memoriosas, lo primero que oyen y aprenden son los jingles publicitarios. De lo que se deduce que una de las actuales nodrizas del niño es la televisión, y que de ella absorbe las más precarias formas de versificación, música y atropello de la sintaxis. Una seudopoesía destinada no a despertar sus sentimientos y su imaginación, sino a moldearlo como consumidor ciego de un orden social que hace y hará todo lo posible por estupidizarlo.

"Solicitado por los jingles o los malos versos didácticos, el niño no tiene más camino que el que le abran con segura mano sus maestras del Jardín de Infantes." (1)

(...)

(El acto de escribir para los niños) "Significa en definitiva 'reconstruir', recoger piezas dispersas de un gran rompecabezas. Reconstruir o reinventar una tradición rota o fragmentada. Reconstruir datos dispersos de la propia infancia. Reconstruir la infancia de los niños actuales, amenazados en su inocencia por toda una sociedad insensible. Reconstruir de alguna manera la relación a menudo defectuosa entre padres e hijos: un verso, una canción pueden ser lazos de reunión. La poesía es en definitiva reconstrucción y reconciliación, es el elemento más importante que tenemos para no hacer de nuestros niños ni robots ni muñecos conformistas, sino para ayudarlos a ser lo que deben ser: auténticos seres humanos."(2)

Hoy se habla de un "boom" de la literatura infantil y juvenil. ¿Cómo ve este fenómeno en la Argentina, este movimiento editorial que hay? ¿Está al tanto de lo que se ha producido para chicos en los últimos años? ¿Por qué carriles está transitando?

No estoy al tanto de todo, mi opinión va a ser un poco frívola, un poco "light" como son todas las opiniones en nuestro país. Conozco parcialmente y aprecio algunos autores como Graciela Montes, Laura Devetach, Elsa Bornemann, Ema Wolf, Gustavo Roldán y Ricardo Mariño.

La escritura fue un fenómeno de la democracia, donde apareció mucha literatura infantil que estaba guardada y que decidieron publicar. A mí me parece bueno, porque cuanto mayor sea la producción vamos a tener más posibilidad de que haya obras de calidad.

Notas

(1) Walsh, María Elena. La poesía en la primera infancia, en su libro Desventuras en el País-Jardín-de- Infantes. Buenos Aires, Sudamericana, 1993, p.119.

(2) Ibid., p. 127.

09 enero 2012

El fin de semana

La cuestión previa: sería esa recurrente sensación del mal uso, quizá del desgaste, de las propias facultades; la necesidad de readquirir algunos hábitos y horarios; luego algunas percepciones; finalmente, la aptitud para expresarlas. Desde este ángulo, nuevamente en cero, como a los veinte, a los treinta años, cunado me asombraba la distancia entre lo sque era capaz de percibir y lo que alcanzaba a decir. Por supuesto, no estoy en cero. He ganado muchas cosas, he perdido unas pocas.

Lo que nos rodea lo percibimos como un amontonamiento genial de estupidez y codicia mezcladas. Debemos hacer un catálogo, con la tenacidad de Huxley, de Orwell.

Poder hacer a un lado todo eso que odiamos, y sacudirnos la impotencia que nos provoda ese odio. Es como si la insignificancia, la venalidad, la traición, la cueldad formaran una montaña tan impresionante que la sola idea de desgastarla, corroerla, minarla resultara ridícula.

Amontonemos todos los diarios, lo que dicen los diarios desde que uno se levanta -la mentira irrisoria, la calumnia pagada, la estupidez elevada a virtud, el heroísmo o el sacrificio detractado, el cambio descripto como el demonio, la ususrpación defendida, el crimen ocultado, la prepotencia pasada por alto. [...]

Rodolfo Walsh (fragmento), 1972.
En Ese hombre y otros papeles personales
Ed. Seix Barral, 1996, pp. 194-195

01 enero 2012

Polvo enamorado/Quevedo y el Barroco español en la poética de Joaquín Sabina

Jorge Luis Borges dijo de Francisco de Quevedo que “es menos un hombre que una dilatada y compleja literatura” (Borges, 2002: 44). De Joaquín Sabina (Úbeda, Jaén, 1949) podríamos afirmar que es a la vez un hombre y una literatura dilatados y complejos. Su vida no es menos importante que su obra, más allá de la autorreferencialidad en todo momento presente en las letras de sus canciones. Lo mismo, a pesar del juicio borgesiano, habrá ocurrido seguramente con Quevedo y sus poemas. Pero no por ello caeremos en biografismos ya superados. Ocurre que lo que caracteriza a Sabina es su pertenencia a la era posmoderna de los medios de difusión masiva y de la reproductibilidad técnica de la obra de arte, al decir de Walter Benjamín, lo que a partir de su exhibición pública pone a su persona en un mismo plano de exposición -si no mayor- que el de su cancionero.

Al respecto, Marcela Romano apunta, bajo el sugestivo título de “¿La enunciación en persona?”, que “[a]l modelo de productor individual, discretamente implícito en la escritura, sucede otro fuertemente explícito, presente, quien, simultáneamente con el texto, exhibe la voz, el cuerpo, los gestos, la vestimenta” (Romano, 1994a: 65), al que la estudiosa denomina “sujeto espectacular”. Esa exhibición de la persona, la cual nosotros consideramos que aun excede su rol de artista y se entrelaza con el autor empírico, se verifica en el hecho de que los tres libros editados sobre Sabina son biografías o compilaciones de anécdotas (cf. Miguel, 1996; Menéndez Flores, 2001; Cardillo, 2003), aunque en ellos aún podemos rescatar referencias a su obra. Sin embargo, la exposición del artista posmoderno va mucho más allá y llega hasta los programas de televisión y de radio, los sitios de Internet, las revistas de “interés general” y la prensa del corazón, es decir, el sistema de producción y consumo del llamado mundo del espectáculo.1

En el plano estrictamente artístico, como asimismo señala Romano, cuando nos hallamos ante poesía originalmente escrita que ha sido musicalizada (el caso paradigmático es el de Joan Manuel Serrat y su interpretación de los poemas de Antonio Machado y Miguel Hernández), “importa menos el poeta que el cantante que la divulga” (65) a través de “una nueva reorganización que va desde la concurrencia y la confusión autorales, hasta el reemplazo y desaparición del autor primero” (65).2 Pero también puede ocurrir lo contrario. Por ejemplo, en la versión de Serrat de “Cantares”, no hay división explícita entre los versos que han sido tomados de Machado y los que en este caso agrega el cantautor catalán, lo que, según hemos cotejado con oyentes de la canción, produce en muchos de los casos el efecto de creencia de que toda la letra le pertenece al poeta sevillano. Aun así, paradójicamente, el oyente de un disco o de un recital está escuchando (y, en el segundo caso, también viendo) a Serrat, no a Machado. Para identificar a éste, es necesaria una enciclopedia -en el sentido que le otorga al término Umberto Eco-, una competencia, en la cual es prerrequisito que el oyente sepa que en el repertorio de Serrat hay poemas musicalizados de Machado o bien conozca previamente sus textos y los identifique entre el resto de las canciones.
Joaquín Sabina se emancipa inmediatamente después de la edición de su primer disco (Inventario, 1978) de la musicalización de poesía y lo que precisamente lo caracteriza es, salvo en muy contados casos de coautoría o de interpretación de canciones de otros autores, la preeminencia de sus letras, tanto en el sentido de que éstas son dominantes absolutas en su cancionero como en el de que posee una intervención limitada en su musicalización.3 En este sentido, el poeta Luis García Montero define: “Joaquín Sabina es cantante y poeta. Por ajustar más: no un cantante metido a poeta, sino un poeta metido a cantante” (García Montero, 2001: 8). Por ello, y para comenzar a establecer sus relaciones con la serie de la literatura española, resulta especialmente interesante dar cuenta de que el único texto de esta serie que Sabina musicaliza (como hemos dicho, en su álbum debut) es un texto medieval, el “Romance de la gentil dama y el rústico pastor”.

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”