
La carta emocionó a Chéjov. Entre su trabajo como médico y la permanente preocupación por su familia, sus pocas horas de ocio las dedicaba a escribir. "Todas las personas cercanas a mí siempre han menospreciado mi actividad de escritor y no han cesado de aconsejarme amistosamente que no cambiara mi ocupación actual por la de escritor. Tengo en Moscú cientos de conocidos, entre ellos dos docenas que escriben, y no puedo recordar ni a uno solo que haya visto en mí a un artista". Tenía 26 años. En los siguientes 18 demostraría el gran arista que era.
Su vida fue breve y a menudo difícil, pero creó una obra de enorme trascendencia. Su abuelo, Egor Mijáilovich Chéjov, era un siervo que en 1841, después de mucho trabajo, compró su libertad. Pagó 3.500 rublos por su liberación y la de sus cuatro hijos. Uno de ellos, Pavel, se hizo comerciante y en enero de 1860 fue padre de un niño al que bautizó como Antón Pavlovich, el que sería universalmente conocido como Chéjov. En apenas 44 años de vida, el nieto de aquel siervo se convertiría en uno de los dramaturgos más representados en el mundo y, con toda seguridad, en el cuentista más gravitante de la historia. Un maestro de la narración breve que influyó desde James Joyce a John Cheever.
A 150 años de su nacimiento, Chéjov es motivo de tributos en el mundo entero. En el Hampstead Theatre de Londres se realiza una semana de homenaje, Jubileo por Antón Chéjov. Paralelamente, se monta el espectáculo 100% Comedia, 100% Chéjov y para febrero se anuncian los montajes de La gaviota y Las tres hermanas. En Madrid acaba de estrenarse una versión de El jardín de los cerezos; en Cuba, La Feria del Libro de La Habana prepara un homenaje, y en Estados Unidos aparecen reediciones de sus libros. El epicentro de las celebraciones, en todo caso, será en junio, en el Festival Chéjov de Moscú, donde participará la obra chilena Neva, de Guillermo Calderón.
LA SUTILEZA Y LA IRONÍA
Chéjov fue el tercero de los cinco hijos de Pavel, un hombre católico y violento. Nació en Taganrog, al sur de Moscú. No tuvo una infancia feliz, pero se refugió en el juego y los cuentos. Le gustaba disfrazarse y pronto se enamoró del teatro. Desde joven se hizo cargo de su familia, luego de que su padre quebrara. Perseguido por las deudas, la familia se fue a Moscú. Chéjov se quedó en Taganrog, hasta terminar la secundaria. Hacía clases y enviaba dinero a su familia. Ganó una beca para estudiar Medicina en Moscú y comenzó a escribir cuentos para los diarios. La "pequeña prensa", ajena a la gran literatura rusa, se convirtió en el laboratorio del cuento para él.
En el siglo XIX, Rusia produjo verdaderos monstruos literarios: Pushkin, Gógol, Turgueniev, Dostoievski, Tolstói. Pero a diferencia de ellos, los personajes de Chéjov no son heroicos ni iluminados. Son criaturas comunes y corrientes: soldados, mujeres, funcionarios. Y a diferencia de aquellos tótems, Chéjov opta por el tono menor, la sutileza y la ironía. "Si un hombre no comprende las bromas, ponle cruz y raya", anotó.
Chéjov quería hacer un arte que reflejara la verdad de la vida. "Cada hombre vive su verdadera vida en secreto, bajo el manto de la noche", escribió en La dama del perrito. "Todo el sentido y todo el drama del hombre se encuentran en su interior y no en sus manifestaciones exteriores", decía. Aplicó esa idea a sus cuentos y al teatro. En sus obras, sus personajes suelen hablar trivialidades y, a través de ellas, se revela el drama.
Al principio la gente no lo comprendió. Ni siquiera Stanislavski, que montó La gaviota. Sólo al final, por la insistencia del director del Teatro Arte de Moscú, fue apreciado como dramaturgo. Aun así, después del estreno de Tío Vania, Tolstoi le dijo: "Tus obras de teatro son aún peores que las de Shakespeare".
Gran creador de aforismos, le dijo a su editor: "Déme una mujer que, como la Luna, no aparezca todos los días en mi cielo". Ella fue la actriz Olga Knipper, con la que mantuvo un matrimonio casi por correspondencia. Ya estaba gravemente enfermo. La tuberculosis había dañado irremediablemente sus pulmones. Olga estuvo con él en Badweiler, la noche de su muerte, el 15 de julio de 1904, como lo relataría, casi un siglo después, Raymond Carver en Tres rosas amarillas. En él incluye una declaración que define el arte de Chéjov: "Sigo sin tener posición política, religiosa o filosófica firme. Cambio todos los meses; por eso estoy obligado a atenerme a contar cómo mis héroes aman, se casan, hacen hijos, mueren y hablan".
Fuente: Andrés Gómez Bravo