25 octubre 2011

Alfonsina Storni

Enaltecida para siempre en la canción “Alfonsina y el mar”, de Félix Luna y Ariel Ramírez, Alfonsina Storni fue una asombrosa mujer que estuvo dispuesta a todo, madre soltera y feminista, decidida vocera de los derechos de la mujer y promotora de la Sociedad Argentina de Escritores.

Esta escritora argentina nació en Suiza en 1892, en la región de habla italiana. Hija de Alfonso Storni y Paulina Martignoni vivió allí hasta el año 1901.Emigró con sus padres a la Argentina cuando era una niña. Su padre, que era depresivo y alcohólico, fallece en 1906. Vivió en la ciudad de Rosario por un tiempo, estudió Magisterio en la Escuela Normal y fue profesora de arte dramático. Comienza a publicar su obra en revistas como Caras y Caretas. Aunque hizo alguna incursión en el teatro, lo más conocido de su obra son sus magníficos libros de poemas.

Sufre su primera decepción amorosa por un hombre casado mayor que ella con el cual mantuvo una relación afectiva que concluyó con ella embarazada y sola. Alfonsina, se refugia en Buenos Aires y da a luz a Alejandro el 21 de Abril de 1912. Para ese entonces ella tenía 20 años.

Comenzó su carrera literaria en el año 1916 con La inquietud del rosal, que aglomera las sugestiones intimistas y sentimentales de un post-romanticismo. Este trabajo fue publicado con mucho esfuerzo debido a sus grandes dificultades económicas. Luego en el año 1918 publicó El dulce daño.

Dentro de este libro se encuentra un poema que estaba destinado a cambiar la manera machista de ver a las mujeres durante aquellos años. Se trata del memorable Tú me quieres blanca que habla de la injusta obligación que tenían las mujeres de permanecer puras, vírgenes, mientras los hombres socialmente no estaban obligados a hacerlo. Con su obra ella logrará contribuir a desenredar el rol de mujer a en esa época.

¨ El feminismo es el ejercicio del pensamiento de la mujer, en cualquier campo de la actividad ¨ expresó la escritora. Irremediablemente, su tercer libro llegará en el año 1919 y mas tarde en 1920 se publica Languidez. Sus cuatro primeros libros se caracterizan por ser más íntimos y personales que los que les seguirán. En 1920 obtuvo el Primer Premio Municipal de Poesía y el Segundo Premio Nacional de Literatura por Languidez.

Le crean una Cátedra en el Teatro Infantil Lavardén y allí se desempeña enseñando a niños en 1920. Después del Premio Nacional de 1922, el Ministro de Instrucción Pública establece una asignatura para ella en la Escuela Nacional de Lenguas Vivas en 1923. Su popularidad crece durante esos años y con esto su comportamiento neurótico se agrava.

El 20 de marzo de 1927 se estrenó una obra de teatro de su autoría titulada El amo del mundo, que generó grandes expectativas del público y de la crítica. El día del estreno asistió el entonces presidente Alvear con su esposa, Regina Pacini. Al día siguiente la crítica se ensañó con la obra, y a los tres días tuvo que bajar de cartel. La escritora se sintió muy entristecida por su fracaso, y trató de explicarlo cargándole la culpa al director y a los actores.

Después realizó viajes a Europa, en 1930 y 1934, con su amiga Blanca de la Vega, estos viajes estaba destinado a calmar sus nervios, pero también influenciaron en su obra. Los cambios, frutos de estos viajes, se evidenciaron su expuesta vida afectiva y su lucha por el papel de la mujer en la sociedad, además de tratar el tema de la sinceridad erótica. Tras la vuelta del último viaje se le descubre un tumor en el pecho; se lo extraer con éxito, pero la terapia de rayos es tan dolorosa que no la continua.

Publicó también los libros de poesía Ocre (1925), Mundo en siete pozos (1934) y Mascarilla y trebol (1938), y un libro de poemas en prosa, Poemas de amor (1926), además, una Antología Poética (1938) que contenía poesías inéditas.

Tuvo grandes y beneficiosas amistades en el ámbito literario. En 1919, conoce a Amado Nervo, quien durante su estancia en Argentina como embajador de su país, frecuenta las mismas reuniones que Alfonsina. Fue amiga de Federico García Lorca, a quien conoce en la Peña del café Tortoni. Asimismo, simpatiza con la chilena Gabriela Mistral, junto a quien participa en un evento organizado por el Ministerio de Instrucción Pública de Uruguay. Conoce también al escritor argentino uruguayo Horacio Quiroga, quien se convertirá luego en otro de sus trágicos amores.

En el año 1936, Horacio Quiroga que padecía Cáncer como Alfonsina Storni decide suicidarse con una dosis de cianuro. Alfonsina lo despide conmocionada en una poesía suya que sirve de adelanto a su también funesto final.

Morir como tú, Horacio, en tus cabales,
Y así como en tus cuentos, no está mal;
Un rayo a tiempo y se acabó la feria…
Allá dirán.
Más pudre el miedo, Horacio, que la muerte
Que a las espaldas va.
Bebiste bien, que luego sonreías…
Allá dirán.

En 1938, a los 46 años de edad se suicidó en la ciudad de Mar del Plata. El motivo del trágico desenlace de su vida es básicamente la impotencia ante el dolor producido por el cáncer. La mañana del 25 de octubre de 1938 dos obreros descubrieron el cadáver en la playa. Alfonsina Storni, estaba cansada y deseaba la muerte como una liberación de todas sus desdichas y sufrimientos. Escribe sus últimos versos en el poema Voy a dormir, y en una carta dirigida a su único hijo, Alejandro que para este entonces tenia 26 años.

Voy a dormir, nodriza mía, acuéstame.
Ponme una lámpara a la cabecera;
una constelación; la que te guste;
todas son buenas; bájala un poquito.

En cercanias del lugar donde se quito la vida la poetisa, se ha levantado un monumento a su recuerdo. Junto a la estatua estan escritos los versos de un poema que escribió en 1925: Dolor. Luego de su muerte se publicaron las Poesías completas, en 1968 y una colección de ensayos titulada Nosotras y la piel en 1998 En el año 1999 se editó una Antología Poética que contiene la obra más significativa de la escritora.

Fuente: librosgratis.org/las-poesias-de-alfonsina-storni.html

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”