01 julio 2014

EL SEGUNDO SEXO / SIMONE DE BEAUVOIR

El hombre no asume orgullosamente su sexualidad sino en tanto que es un modo de apropiación del Otro: y ese sueño de posesión solo desemboca en fracaso. En una auténtica posesión, lo otro es abolido como tal, es consumido y destruido: únicamente el sultán de Las mil y una noches tiene poder para cortar la cabeza a sus amantes tan pronto como el alba las expulsa de su lecho; la mujer sobrevive a los abrazos del hombre y por eso mismo se le escapa; tan pronto como él abre los brazos, su presa se convierte en una extraña; hela ahí toda nueva, intacta, dispuesta a ser poseída por un nuevo amante de una manera igualmente efímera. Uno de los sueños del varón consiste en «marcar» a la mujer de manera que permanezca suya para siempre; pero el más arrogante de ellos sabe muy bien que jamás le dejará más que recuerdos y que las imágenes más ardientes resultan frías al precio de una sensación. Toda una literatura ha denunciado este fracaso. Se objetiva en la mujer, a quien se dice inconstante y traidora, porque su cuerpo la consagra al hombre en general y no a un hombre singular. Su traición es más pérfida aún, puesto que es ella quien hace una presa del amante. Solamente un cuerpo puede tocar a otro cuerpo; el varón no se adueña de la carne codiciada más que convirtiéndose él mismo en carne; Eva le es dada a Adán para que cumpla en ella su trascendencia, y ella le arrastra a la noche de la inmanencia; al igual que la madre ha formado para el hijo esa ganga tenebrosa de la cual este quiere escapar, la amante cierra en torno al hombre esa arcilla opaca en el vértigo del placer. El hombre quería poseer, y hele ahí poseído. Olor, humedad, fatiga, fastidio, toda una literatura ha descrito esa lúgubre pasión de una conciencia que se hace carne. El deseo, que a menudo arropa a la repugnancia, vuelve a la repugnancia una vez satisfecho. Post coitum homo animal triste. «La carne es triste.» Y, sin embargo, el hombre ni siquiera ha encontrado en los brazos de la amante un apaciguamiento definitivo. Muy pronto renace el deseo, y, a menudo, no es solamente deseo de la mujer en general, sino de esa mujer. Entonces se reviste ella de un poder singularmente inquietante. Porque, en su propio cuerpo, el hombre no encuentra la necesidad sexual sino como una necesidad general análoga al hambre o la sed y cuyo objeto no es particular: así, pues, el vínculo que le une a ese cuerpo femenino singular ha sido forjado por el Otro. Es un lazo misterioso, como el vientre impuro y fértil en donde tiene sus raíces, una suerte de fuerza pasiva: es mágico. El vocabulario trasnochado, de los folletines en que la mujer es descrita como una hechicera que fascina al hombre y lo embruja, refleja el más antiguo, el más universal de los mitos. La mujer está destinada a la magia. La magia, decía Alain, es el espíritu que hay en las cosas; una acción es mágica cuando, en lugar de ser producida por un agente, emana de una pasividad; precisamente los hombres han mirado siempre a la mujer como la inmanencia de lo dado; si produce cosechas e hijos, no es por un acto de su voluntad; no es sujeto, trascendencia, potencia creadora; es un objeto cargado de fluidos. En las sociedades en que el hombre adora estos misterios, la mujer, a causa de esas virtudes, es asociada al culto y venerada como sacerdotisa; pero, cuando el hombre lucha por hacer triunfar la sociedad sobre la Naturaleza, la razón sobre la vida, la Sabida es la diferencia que distingue al sacerdote del mago: el primero domina y dirige las fuerzas que ha domeñado de acuerdo con los dioses y las leyes, para el bien de la comunidad, en nombre de todos sus miembros; el mago opera al margen de la sociedad, contra los dioses y las leyes, según sus propias pasiones. Ahora bien, la mujer no está plenamente integrada en el mundo de los hombres; en tanto que lo Otro, se opone a ellos; es natural que se sirva de las fuerzas que posee, no para extender a través de la comunidad de los hombres y en el futuro la influencia de la trascendencia, sino, estando separada, en oposición, para arrastrar a los varones a la soledad de la separación, a las tinieblas de la inmanencia. Es la sirena cuyos cantos precipitaban a los marinos contra los escollos; es Circe, que transformaba en bestias a sus amantes, la ondina que atrae al pescador al fondo de los estanques. El hombre, cautivo de sus encantos, ya no tiene voluntad, ni proyectos, ni porvenir; ya no es ciudadano, sino una carne esclava de sus deseos; está excluido de la comunidad, encerrado en el instante, zarandeado pasivamente entre la tortura y el placer; la maga perversa levanta la pasión contra el deber, el momento presente contra la unidad del tiempo, retiene al viajero lejos de su hogar, escancia el olvido. Al intentar apropiarse de lo Otro, es preciso que el hombre siga siendo él mismo; pero, ante el fracaso de la posesión imposible, trata de convertirse en eso otro con lo que no logra unirse; entonces se aliena, se pierde, bebe el filtro que le hace extraño para sí mismo, se sumerge en aguas huidizas y mortales. La Madre consagra su hijo a la muerte al darle vida; la amante arrastra al amante a renunciar a la vida y abandonarse a un sueño supremo. Este lazo que une al Amor y la Muerte ha sido patéticamente iluminado en la leyenda de Tristán, pero encierra una verdad más original. Nacido de la carne, el hombre se realiza en el amor como carne, y la carne está prometida a la tumba. En su virtud, se confirma la alianza entre la Mujer y la Muerte; la gran segadora es la figura inversa de la fecundidad que hace crecer las espigas. Pero también aparece como la pavorosa desposada cuyo esqueleto se revela bajo una tierna carne mentirosa.

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”