31 agosto 2010

Elsa Osorio

Hasta no hace mucho tiempo era impensable que una telenovela tratara el tema de los desaparecidos. Como era una rareza que una novela tratara el robo de bebés durante la última dictadura militar. Tan raro era que hace ocho años Elsa Osorio no encontró una editorial que quisiera publicar su libro A veinte años, Luz, sobre una adolescente que busca su identidad. "Ese tema no está de moda", fue una de las respuestas que escuchó.

La novela salió en España y un año después, en el 99, en Buenos Aires. Pero apareció tan rápido como desapareció. "Problemas administrativos", le dijeron. Sin embargo, el libro siguió su propio camino: lleva vendidos 500.000 ejemplares en todo el mundo —fue traducida a 16 idiomas y editada en 23 países—, obtuvo el Premio Amnesty International y fue finalista del prestigioso premio Fémina, de Francia.

Ahora acaba de reeditarla la editorial Planeta en Argentina, justo cuando millones de espectadores siguen la tira Montecristo, la primera que cuenta en la televisión una historia de apropiación de chicos durante la Dictadura. También coincide con los nuevos juicios a los represores y con el hallazgo del nieto número 85 por parte de las Abuelas de Plaza de Mayo.

La novela cuenta, en clave de suspenso casi policial, la historia de Luz, una joven que descubre que no es hija biológica de quienes creía sus padres y todo su recorrido hasta descubrir que sus padres fueron militantes durante la dictadura militar. La historia invita a la lectura desde la primera página, tal vez porque empieza con un final feliz: el reencuentro de la hija con su padre.

Después de vivir 13 años en Madrid, Elsa Osorio (54) decidió hace unos meses armar la biblioteca en su casa nueva de Colegiales. Y dice que eso significa que vino para quedarse.

- ¿Por qué cree que se reedita su novela justo ahora?
- Creo que hay en la sociedad un cambio con respecto a la memoria, más allá de que en algunos momentos se pueda exagerar o frivolizar. Me parece que lo más importante que está pasando es que la memoria ha triunfado, por decirlo de alguna manera. La cuestión del robo de niños es algo que concierne a todo el mundo. Esta novela ha sido publicada en muchos países y me ha llamado la atención por qué le importa a un finlandés o a un japonés. Creo que porque tiene que ver con la identidad robada.

- ¿Le ayudó escribir la novela viviendo afuera?
- Mucho. La empecé a escribir en 1996, a 20 años del golpe. En ese momento no conocíamos que hubiera chicos que se buscaran a sí mismos. Cuando salió el libro en España, en el 98, coincidió con la primera chica, Paula Cortassa, que hizo su búsqueda. Era algo que estaba ahí, en la sociedad, que yo sentía. La sociedad oculta muchos secretos. Lo que me resultó más difícil fue meterme en el 76 porque me di cuenta de que el miedo había quedado intacto en alguna parte de mi cuerpo, pude sentirlo tal cual como si hubiera quedado ahí.

- La pregunta esencial de la protagonista es por qué nadie la buscó
- Sí. Lo que a mí se me ocurrió, no en el momento de escribirlo sino después, fue que quería era que la generación de nuestros hijos nos busque como generación. Tanta gente murió por esa frase elemental que figura en todo el libro, "por querer una sociedad más justa".

- A 30 años del Golpe estas historias están cada vez más presentes en las ficciones. ¿Desde ahí es menos doloroso enterarse de qué fue lo que pasó?
- Yo creo que ahora estas historias sí se pueden escuchar o saber que nos pertenecen a todos. Yo no le diría nunca a nadie por qué se entera recién ahora. No importa. Bienvenido si te enterás ahora. Creo que la ficción aparece más tarde y tiene un poder diferente del testimonio. En la ficción estamos en situaciones imaginarias, basadas en la realidad, lo curioso es que una cadena de mentiras, como es la ficción, puede producir en el lector un efecto de verdad porque te podés identificar con unos y con otros. Mis personajes pueden ser cualquiera y eso quizás inquiete o moleste más. Y reaccionan no por cuestiones ideológicas sino por razones humanas.

- Cuando lo escribió estaban por comenzar en España los juicios que inició Baltasar Garzón y ahora se reiniciaron los juicios a los represores acá.
- A mí me parece impresionante que ahora se haya dado una sentencia por genocidio. Creo que esto va a liberar a mucha gente que no habló por miedo y que todavía guarda secretos. Sin embargo, desaparece un testigo. Quien lo hizo produjo el efecto que buscaba. Solamente que ahora hay muchas voces que apoyan a la Justicia para que haga su camino y que no consiga el efecto que quieren unos pocos.

- ¿Por qué las mujeres son más buenas y las más malas de su novela?
- Creo que existen esos personajes. Hay algunas cosas que las pongo en personajes femeninos porque es fiel a la historia. Aquí, las madres, las abuelas, las mujeres fueron la resistencia. En ese sentido no es una cuestión feminista sino de fidelidad a la historia.

- ¿Por qué eligió una chica como protagonista?
- Porque a mí me parece que las mujeres somos más valientes.




Elsa Osorio nació en Buenos Aires en 1952. Es autora de los libros de cuentos “Ritos Privados” y “Reina mugre”, y de la biografía novelada “Beatriz Guido: Mentir la verdad”. Publicó el ensayo “Las malas lenguas” y las novelas “Cielo de Tango” y “A veinte años, Luz”, que fue editada en todo el mundo. La novela fue finalista del prestigioso Premio Fémina (Francia) y obtuvo el Premio Amnesty International.

30 agosto 2010

Día Internacional del Detenido Desaparecido


El 30 de agosto se conmemora el Día Internacional del Detenido Desaparecido, que fuera impulsado por primera vez en 1981 por la Federación Latinoamericana de Asociaciones de Familiares de Detenidos/Desaparecidos.
Esta conmemoración forma parte del fortalecimiento de la conciencia de repudio a las desapariciones forzadas, consideradas internacionalmente como delitos imprescriptibles. Seguimos recordando, porque los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetirla.

29 agosto 2010

El tango

¿Dónde estarán?, pregunta la elegía
de quienes ya no son, como si hubiera
una región en que el Ayer pudiera
ser el Hoy, el Aún y el Todavía.

¿Dónde estará (repito) el malevaje
que fundó, en polvorientos callejones
de tierra o en perdidas poblaciones,
la secta del cuchillo y del coraje?

¿Dónde estarán aquellos que pasaron,
dejando a la epopeya un episodio,
una fábula al tiempo, y que sin odio,
lucro o pasión de amor se acuchillaron?

Los busco en su leyenda, en la postrera
brasa que, a modo de una vaga rosa,
guarda algo de esa chusma valerosa
de los Corrales y de Balvanera.

¿Qué oscuros callejones o qué yermo
del otro mundo habitará la dura
sombra de aquel que era una sombra oscura,
Muraña, ese cuchillo de Palermo?

¿Y ese Iberra fatal (de quien los santos
se apiaden) que en un puente de la vía,
mató a su hermano el Ñato, que debía
más muertes que él, y así igualó los tantos?

Una mitología de puñales
lentamente se anula en el olvido;
una canción de gesta se ha perdido
en sórdidas noticias policiales.

Hay otra brasa, otra candente rosa
de la ceniza que los guarda enteros;
ahí están los soberbios cuchilleros
y el peso de la daga silenciosa.

Aunque la daga hostil o esa otra daga,
el tiempo, los perdieron en el fango,
hoy, más allá del tiempo y de la aciaga
muerte, esos muertos viven en el tango.

En la música están, en el cordaje
de la terca guitarra trabajosa,
que trama en la milonga venturosa
la fiesta y la inocencia del coraje.

Gira en el hueco la amarilla rueda
de caballos y leones, y oigo el eco
de esos tangos de Arolas y de Greco
que yo he visto bailar en la vereda,

en un instante que hoy emerge aislado,
sin antes ni después, contra el olvido,
y que tiene el sabor de lo perdido,
de lo perdido y lo recuperado.

En los acordes hay antiguas cosas:
el otro patio y la entrevista parra.
(Detrás de las paredes recelosas
el Sur guarda un puñal y una guitarra.)

Esa ráfaga, el tango, esa diablura,
los atareados años desafía;
hecho de polvo y tiempo, el hombre dura
menos que la liviana melodía,
que sólo es tiempo. El tango crea un turbio
pasado irreal que de algún modo es cierto,
un recuerdo imposible de haber muerto
peleando, en una esquina del suburbio.


26 agosto 2010

Julio Cortázar, 26 de agosto de 1914

...es la moral lo que lo ha llevado a luchar con la pluma, su única arma secreta, y es la moral lo que ha hecho de él un intelectual coherente: su pureza política está estrechamente ligada a su candor humano, y ambos a su genio literario. Julio Cortázar, hombre íntegro.

21 agosto 2010

No inventé un personaje, soy así/Rodolfo Enrique Fogwill

Autor de culto, admirado por algunos, temido por otros, ninguneado por el “mercado”, dispara contra todos: los escritores, la carrera de letras, y, por supuesto, no se olvida de sí mismo: “Para escribir hay que ser un gran mentiroso”, señala.

Los ojos desorbitados acentúan la maldad, o la locura, del poeta que escribió que se necesitan malos poetas. Hay que aguantarle la mirada a este señor delgado, vestido como un dark, aunque un tanto deportivo: zapatillas, pantalón, remera y campera negras. Fogwill representa el papel del eterno díscolo de la literatura argentina, devenido en autor de culto, el lenguaraz que ataca a los chicos “tontos” de la Facultad de Filosofía y Letras, a la que define como un “cotolengo”. Pero él desmiente su condición de buen actor, sacudiendo la cabeza. “No inventé un personaje, soy así”, dice. Y, parafraseando a Flaubert, agrega: “Madame Bovary soy yo”. La excusa de la entrevista con Página/12 es la salida de Ultimos movimientos, un notable libro de poemas publicado por Paradiso. “Lo empecé a escribir cuando me encontraron la aorta inferior tapada –confiesa el escritor–. Yo caminaba veinte metros y me agarraba un dolor que me paralizaba. Me querían cortar la pierna; pensé ‘ahora me muero’, ‘de esta no me salvo’, y me salieron estos poemas”. Aunque aún no se operó, decidió cuidarse con las comidas, fumar menos y seguir nadando y haciendo gimnasia. “Estoy escribiendo un ensayo sobre los diarios y los sueños –cuenta el escritor–. Tengo un cuaderno desde el año 72 en donde anoto todos mis sueños; son unas quinientas páginas apretadas, con muchas palabras en clave. Me está costando entenderme la letra porque es lo único que conservo manuscrito.”

–¿Qué importancia tienen los sueños para usted?

–Cuando empecé con el cuaderno llevaba siete años de análisis, pero me seguían sorprendiendo los sueños, y empecé a anotarlos en realidad porque tuve muchos sueños anticipatorios. Por ejemplo, a principios de los ’70 soñé que las madres de todos los que habían muerto formaban una organización; soñé con las Madres de Plaza de Mayo. Las madres, en mi sueño, iban a rodear la Facultad de Derecho y llevaban una gran valija que se transformaba en un banquito de lustrabotas. En el banquito había un yunque y con él picaban piedras como los picapedreros de Tierra del Fuego. De este tipo de sueños que se correspondieron después con la realidad tengo muchos.

–Quizás esto se perciba en alguno de sus libros, como en Los Pichiciegos.

–Sí, qué joder, yo anticipo el futuro. En 1980 nadie imaginaba que los radicales iban a ser gobierno y yo escribí un cuento sobre un personaje medio borracho que dice que los radicales van a volver. Lo mismo sucedió con la mitología posterior a la guerra de Malvinas en Los Pichiciegos.Aunque Fogwill escribió su primer poema a los ocho años cuando vivía en Bernal (titulado A Nuestra Señora de Fátima en la entronización de su imagen divina en la Iglesia de la Inmaculada Concepción de Quilmes), recién a los 38 publicó su primer libro de poesía. “Me di cuenta de que escribir era una de las mejores cosas que hacía”, asegura.

–Por lo visto hay que tener ego para ser escritor, ¿no?

–Si no tenés ego no estás vivo. ¿Hay que considerarse el mejor? No. Creo que nadie sabe lo que es el ego. ¿Existe el ego?... Son todas construcciones del lenguaje que no tienen nada que ver con la realidad de los procesos mentales.

–En uno de los poemas de Ultimos movimientos señala que se necesitan poetas malos. ¿A qué se refiere?

–Pensaba en el paradigma de la poesía cuando yo tomé el primer contacto con la literatura en el ’52: los que hoy nos parecen los grandes poetas argentinos, chilenos, brasileños y americanos serían considerados poetas malos, no poetas menores.–Porque escribían “mal”...–Gelman, Leónidas Lamborghini y Fogwill son los malos poetas de ese poema. Ninguno de nosotros podría haber pasado el examen básico de profesionalidad literaria en la Unión Soviética para ser considerado amigo de los soviéticos o de los chinos. Ni hubiésemos llegado nunca a la academia americana, británica, española o francesa.

–Pero, sin embargo, usted llegó a la academia.

–Con llegar a la academia me refiero a adquirir el status de poeta nacional. No sé si sigue existiendo en Francia, pero en España todavía conservan el status de pintor de corte: te nombran y te dan un sueldo de por vida, y hasta te hacen la ropa. Las boludas que están en la Facultad de Letras dan clases para chicos tontos; que escriban o den dos clases teóricas sobre Fogwill no es llegar a la academia. Porque Puán no es la academia... es lacamierda. Puán me parece un cotolengo...

–¿Para tanto? ¿Por qué ese rechazo?

–Lo digo con conocimiento de causa porque soy egresado de esa facultad, y trabajé en Puán durante siete años, en la fábrica de cigarrillos que estaba antes de la facultad. De ahí sí salían cosas buenas como cigarrillos (risas). Mi rechazo es estético: no censuro lo que hacen, censuro lo que se hacen. Se hacen pelota, son unos idiotas; quieren la ayudantía, la jefatura, la beca y después quieren ser vitalicios de la facultad, todos sin excepción. En las revistas de la facultad siempre hablan de Aira, Laiseca, Fogwill y se olvidan de los escritores que tienen la edad de ellos. Ahora empiezan a considerar a (Rafael) Pinedo porque lo empezamos a nombrar (Marcelo) Cohen y yo, y de todos modos lo van a tomar con sospecha.Fogwill no tiene quien le gane en su capacidad de intimidar o imponer respeto. Se calla, pero se queda pensando. No puede con su genio, algo le quedó en el tintero, algo que no dijo y pide salir de su boca para estimular la provocación. “Además, tienen guantes blancos, quieren estar bien con todo el mundo”, añade.

–¿Se considera un escritor realista?

–No, porque no creo en la realidad. Estoy con San Martín y el edicto que escribió en el campo de Córdoba, donde estaba convaleciente. Decía que a todo realista que usara mal las palabras con los peones de la estancia se lo condenaba a días de celda. La mayoría de los escritores son monárquicos porque todos quisieran tener un Reina Sofía, un Príncipe de Asturias, entrar en la Real Academia, exponer una tesis sobre no sé qué carajo...

–¿Por qué no cree en la realidad?

–Por razones epistemológicas que no son fáciles de transcribir en una entrevista grabada. La realidad es lo que a la gente le dicen que tiene que ver. Todo este asunto es por culpa de Kant (risas). En ese sentido soy kantiano: la realidad está compuesta de noúmenos que no son accesibles a nosotros.

–¿Cómo explica que en sus libros, que se acercan al realismo, haya historias que parecen verosímiles?

–Eso es por destreza mimética. Para escribir hay que ser un gran mentiroso. En mis libros hay un noventa y nueve por ciento de mentiras. Eso es la literatura, por suerte. Me siento muy frustrado porque para estar bien hay que tener la cabeza libre durante un día entero. Descubrí tiempos verbales que son solamente argentinos, los inventé yo. Se llama condicional imposible, como el pagariola. No existe en ningún idioma. Pero esos descubrimientos son producto de largas horas de ocio. El otro día mientras caminaba por el puente que cruza Figueroa Alcorta inventé un cubo que explicaba todo, ahora lo estoy escribiendo, pero me está costando un huevo reconstruirlo. Es un cubo con tres ejes que sirve para clasificar la literatura. Volví contentísimo a mi casa con mi cubo.

–¿Y cómo es ese cubo?

–La literatura argentina se extiende doscientos cincuenta kilómetros más allá de la costa, o sea llega a Montevideo, si no cagamos... porque tiene que entrar Mario Levrero y Felisberto Hernández, sin Felisberto no existimos. Y tiene que llegar a Córdoba para que estén (Juan) Filloy y (Silvio) Mattoni, y a Mendoza para que entre (Antonio) Di Benedetto.Fogwill reconoce a Osvaldo Lamborghini como uno de sus maestros. “Te cautivaba con su escritura; de golpe dos o tres señalamientos de él alcanzaban para transformar a nadie en un escritor. Era como esos psicoanalistas que con una sesión te cambian la vida”, compara el escritor.

–¿Psicoanalizarse le ayudó a escribir?–

No, fue una traba en la vida durante muchos años. Uno de mis analistas era un escritor frustrado (risas). Creo que se divertía conmigo, me imagino.“Yo no construyo las novelas, las escribo –advierte Fogwill–. De golpe se puede notar algún déficit de ingeniería, por ejemplo en Vivir afuera. Pero no me importa, si hubiera tenido un principio mínimo de construcción, cagaba esa novela.”

–¿La imperfección de la estructura hace que algunas obras resulten mejores?

–Sí, siempre creí que era un descubrimiento mío, y después lo leí en autores clásicos. En un libro de Levrero, El discurso vacío, hay un tipo que piensa que si corrige su letra podrá cambiar su personalidad. Y entonces empieza a llenar un cuaderno de textos bien escritos, con buena letra, y va sintiendo la mejora, aunque después se vuelve a derrumbar. A mí me interesa trabajar con el error.

–¿Qué es lo que hace que el error sea tan atractivo?

–Pienso en el tipo que se perdió en el bosque y decide tomar para cualquier lado. Siempre hay estrategias caprichosas que son mejores que el dudar. Por otra parte, el error en la estructura tiene dos procedencias: la incapacidad, que puede ser la más frecuente, o el fallido, o la cosa que salió torpe porque no te atreviste a pensarla del todo. La tolerancia del error y del capricho ayuda a escribir mejor. De la contemplación del error, surge “la verdad”.

–¿Qué tipo de verdad le interesa alcanzar cuando escribe?

–Cuando sea rico voy a ser filósofo, y recién entonces voy a escribir un libro sobre la verdad (risas). Cuando uno escribe busca la verdad de uno mismo. La verdad tiene un componente cognoscitivo en tanto persigue la concordancia entre la proposición y la cosa, pero ésa no me interesa tanto como la concordancia entre el comportamiento del que formula la proposición y el comportamiento que él considera lo debido. Y más aún: el comportamiento que él considera no debido, pero que reconoce incurrir. Esto vale para los fallos editoriales. Un escritor no debe comprometerse jamás con un fraude editorial, o ser jurado de un premio trucho.

–En sus obras hay una constante presencia del cuerpo y el sexo, algo que suele escasear en la literatura argentina.

–Los escritores son chicos reprimidos que no saben contar una relación sexual. Pero así como no saben eso, tampoco pueden contemplar la explotación capitalista. El único que puede hacer parar una pija en la literatura soy yo.

Rodolfo Enrique Fogwill/1941-2010

19 agosto 2010

Un ansiado regreso al Teatro Colón

Existen en la literatura musical obras fundacionales, por cuanto han sido capaces no sólo de compendiar el desarrollo conocido dentro de su género al momento de su creación, sino también de superarlo, creando un lenguaje con nuevas perspectivas para la evolución de la música. Entre esas obras cumbre se cuentan, por sólo nombrar unos ejemplos, El clave bien temperado, de Bach; los Estudios de Chopin; las óperas de Wagner; las 32 Sonatas para piano, y las nueve Sinfonías de Beethoven. La posibilidad de asistir a una ejecución completa de estos ciclos y de sumergirse en el prodigioso mundo de los grandes compositores reviste, para todo melómano, un valor incalculable. Varias de estas epopeyas se las debe el público argentino de los últimos años al genial Daniel Barenboim, músico que como pocos cultiva el generoso hábito de ofrecer lecturas integrales que suponen una titánica muestra de esfuerzo, talento y concentración.

En este fenomenal regreso al país -en el que celebra el 60° aniversario de su debut como pianista-, Barenboim ofrecerá once conciertos que prometen inscribirse entre los mejores recuerdos del Bicentenario. Antes de su arribo a Buenos Aires, y mientras cumple con una gira sudamericana a cargo de la Orquesta del Diván, Barenboim reconoce con alegría su ansiedad por llegar a la capital porteña, donde, en pocos días más, se reeditará el fervor del público en torno a sus actuaciones y un fenómeno de convocatoria que ya es un clásico de la agenda musical de la ciudad. En diálogo con LA NACION, el pianista y director ofrece a los lectores las claves para descifrar una de las más monumentales obras de arte de la humanidad: el ciclo integral de las nueve sinfonías de Beethoven.

-¿Cuál es la importancia de escuchar el ciclo integral de las sinfonías, apreciándolo como una obra maestra de dimensiones descomunales?

-En la medida de lo posible, y a razón de que el ciclo es muy importante en sí mismo, la manera ideal de escucharlo es seguirlo completo. En esa significación radica la idea de hacer las sinfonías en su orden cronológico. También podrían ejecutarse mezcladas, pero el sentido de hacerlas en ese orden es mantener el carácter de ciclo y apreciar el desarrollo de la evolución beethoveniana.

-¿Qué es lo más personal de la evolución de Beethoven en el formato sinfónico?

-Un rasgo es que para casi cada una de sus sinfonías Beethoven buscó un lenguaje propio. Esto se verá claramente, por ejemplo, en el concierto de la Quinta y la Sexta sinfonías. La idea que nos queda es que han sido compuestas en dos períodos diferentes. Muy pocos compositores han buscado un idioma, un dialecto musical para cada sinfonía.

-¿Cómo podría describirnos, desde lo más sobresaliente de esos dialectos, la evolución del género en Beethoven?

-Las sinfonías dramáticas son, en un cierto grado, la Segunda, pero mucho más la He roica (Tercera), la Séptima y la Novena. En cuanto a las sinfonías pares: la Segundaes una obra de transición entre el Haydn tardío y Beethoven. La Cuarta tiene una peculiaridad, que es el hecho de que empieza a romper reglas. En el desarrollo de la Cuartani siquiera se tiene una clara idea de en qué tonalidad está. Es una búsqueda que va del caos al orden. La Quinta (la Sinfonía del Destino ) es la más dramática. La Pastoral (Sexta) ya es otro mundo. Es el mundo panteístico, no en un sentido descriptivo de la naturaleza, aunque hay en el segundo movimiento una descripción del movimiento de un lago, sino más bien de las emociones que se despiertan en el ser humano frente a la naturaleza. Es una obra panteística en el sentido de la naturaleza como sentimiento religioso. Aunque se oigan los pajaritos y se vea el lago y otros tantos elementos descriptivos, es una obra viva. La Séptima es, como la denominó Wagner, una "apoteosis a la danza" [en referencia a la fuerza rítmica]. Es una obra muy dramática, vivaz y que realmente baila. La Octavaes una mezcla extraordinaria, cuyo primer movimiento parece una continuación del primer movimiento de la He roica. Tiene dos movimientos internos que parecen schubertianos. Y un final en el estilo tardío de Beethoven, donde se rompen todas las reglas, donde parece no buscarse la cohesión y hay un decidido acento en la ruptura. Y la Novena, que es tan enorme? No le alcanzó a Beethoven después de esos tres movimientos que son de lo más sublime, que necesitó agregar además el coro, los solistas y la palabra. La obra integral del ciclo completo es un monumento a la sinfonía.

-¿Cuál es el impacto que provocan esa transformación hasta la Novena y, con ella, la culminación del genio beethoveniano?

-Quien escucha el ciclo completo en su orden cronológico está frente al desarrollo más íntimo de los estilos beethovenianos. Llega a la Novena cuando parece no haber ninguna otra posibilidad. Es la idea de captar un organismo entero.
Pura tradición verdiana

-¿Qué valor simbólico tiene dirigir la postergada Aida del Centenario en un Colón recuperado y a cargo de músicos de La Scala de Milán?

-La Scala tiene una relación muy directa con Verdi y una tradición con la música de este compositor que pasa de generación en generación. No hay ningún otro teatro en el mundo, ningún otro grupo de instrumentistas ni cantantes, que tenga una relación tan íntima con las creaciones verdianas. El hecho de venir con ellos a Buenos Aires para dirigir Ai da y el Requiem es algo que me alegra profundamente. Ai da es una de las más típicas obras de Verdi, con sus grandes coros y arias. Al mismo tiempo, es importante el hecho de que fue un período en que Verdi atendió meticulosamente lo referido a la música egipcia. En su caso, ese elemento no es algo ornamental que el compositor utilizó para darle color a la música, sino un componente que forma parte fundamental de la obra.

-¿Qué es lo que más lo entusiasma de volver al país?

-¡Usted se puede imaginar muy bien lo que significa este viaje para mí!, puesto que para venir a la Argentina no puedo estar en el Festival de Salzburgo. Deseaba estar en Buenos Aires para celebrar los sesenta años de mi primer concierto, tanto como hace diez años, cuando celebré el cincuentenario de mi debut y dejé de ir a Bayreuth?. Volver a la Argentina es siempre algo importante para mí.
RUEDA DE PRENSA

Como no podía ser de otro modo, el primer encuentro grupal de Barenboim con la prensa generó muchísima expectativa, hecho que se evidenció en una sala de conferencias completamente colmada. El director respondió a casi todas las preguntas de modo cordial, pero también muy firme.

* Memoria emotiva. "A mí me sucede algo especial cada vez que vuelvo a Buenos Aires, me vienen recuerdos muy emotivos sobre mis padres, el colegio, mis maestras."

* Disfrute especial. "Dirigir en el Teatro Colón me da un placer muy sugerente, acaso por su magia, su historia, su belleza."

* Buscar la paz. "Hoy el hombre parece tener falta de pensamientos equilibrados, como por ejemplo en el hecho de que hable de la paz y no haya cambios drásticos para buscarla."

Un maestro al alcance de todos

* El sábado, a las 15, Barenboim ofrecerá un concierto con entrada libre y gratuita con su Orquesta West-Eastern Divan en el Obelisco, oportunidad en la que interpretarán la Obertura Leonore III y la Quinta sinfonía de Beethoven. El escenario estará ubicado en la Plaza de la República mirando hacia el Sur y al frente se colocarán cinco mil sillas; habrá también dos pantallas de grandes dimensiones para una mejor visualización del espectáculo. En 1999, Daniel Barenboim y el intelectual palestino Edward Said, fallecido en 2003, establecieron un taller para jóvenes músicos de Israel, Palestina y otros países árabes de Medio Oriente con el objetivo de promover la convivencia y el diálogo. La orquesta recibió su nombre de una colección de poemas de Goethe.

LOS ONCE CONCIERTOS

* Hoy, a las 20.30. West Eastern Divan Orchestra. Beethoven: Sinfonías 1 y 2 (Teatro Colón/Mozarteum Argentino).

* Mañana, a las 20.30. West Eastern Divan Orchestra. Beethoven: Sinfonías 3 y 4 (Teatro Colón/Mozarteum Argentino).

* Pasado mañana, a las 20.30. Concierto extraordinario. West Eastern Divan Orchestra con Elena Bashkirova (piano), como solista. Obras de cámara Beethoven y Schumann (Teatro Colón/Mozarteum Argentino).

* Sábado, a las 15. Concierto al aire libre en el Obelisco. Obertura Leonore III y la 5» Sinfonía de Beethoven. Gratis.

* Sábado, a las 20.30. West Eastern Divan Orchestra. Beethoven: Sinfonías 5 y 6 (Teatro Colón/Mozarteum Argentino).

* Domingo, a las 17. Con la West Eastern Divan Orchestra. Beethoven: Sinfonías 7 y 8 (Teatro Colón/Mozarteum Argentino).

* Martes 24, a las 13. Miembros de la West Eastern Divan Orchestra. Obras de Boulez, Schönberg y Berg (teatro Gran Rex/Mozarteum Mediodía). Entrada gratuita.

* Miércoles 25, a las 20.30. Con la West Eastern Divan Orchestra. Beethoven: Sinfonía 9 (Teatro Colón/Abono Bicentenario).

* Domingo 29, a las 17. Coro y Orquesta del Teatro Alla Scala de Milán. Aida, de Verdi, en versión de concierto. (Teatro Colón/Función extraordinaria).

* Lunes 30, a las 20.30. Coro y Orquesta del Teatro Alla Scala de Milán. Misa de Requiem, de Verdi (Teatro Colón/Abono Bicentenario).

* Martes 31, a las 20.30. Coro y Orquesta del Teatro Alla Scala de Milán. Aida, de Verdi, en versión de concierto (Teatro Colón/Función extraordinaria).

15 agosto 2010

Borges y el tango

El hombre de la esquina rosada

El arte literario se desarrolla normalmente en el ámbito bidimensional del papel y solo los verdaderos literatos consiguen trascender a una tercera dimensión tal y como el mensaje oculto, la visualización de la escena, etc.

Jorge Luis Borges, nuestro entrañable Borges, es uno de esos elegidos sobre los que se derramó el talento al que él agregó toda su capacidad de trabajo en sus siempre arduos escritos logrando, en cada uno de ellos una particularísima polidimensionalidad que va desde su recreación del idioma hasta el manejo de la ironía para evitar una respuesta enojosa a su modestia.
Sírvanos como ejemplo de lo dicho recordar su tan mentada aversión al tango del que solo se permitía rescatar los alegres y retozones de la guardia vieja (Villoldo, Ponzio, Greco, por más que él no los nombrara) y los versos de esa inefable poesía "Fundación mítica de Buenos Aires", en que describe su amor por Buenos Aires.

¿Quién puede amar tanto a esta ciudad si no la conoce a fondo?

¿Y quién puede conocerla a fondo sin advertir que sus adoquines, sus plazas, sus gentes y sus monumentos están empapados de los tangos que la describieron desde los finales del siglo XIX hasta nuestros días?

Tratemos entonces de desentrañar ese diáfano misterio que es el Borges que siempre se presta a tantas lecturas como lectores tenga. Y hagámoslo desde uno de sus más perfectos cuentos, aquel del que usurpamos el título para encabezar estas líneas: "Hombre de la esquina rosada".

Desde la perspectiva del género policial es todo un alarde literario dejarnos entrever al homicida desde el tercer párrafo "... Arriba de tres veces no lo traté, y esas en una misma noche..." pero ese detalle no nos alcanza para marcar la estatura del escritor: es simple muestra de "oficio".

Adrede hemos usado el vocablo "homicida" ya que el autor de la muerte no puede ser considerado "asesino": no tiene rencor, no lo motiva la pasión, simplemente cumple con su deber como verdugo, mata a quien mató a su ídolo. Mata a quién mató sus ilusiones, sus míseras esperanzas de ascenso social y, aunque simultáneamente demostró que podía ocupar el sitial de "guapo" que junto con la vida perdiera su referente, nos enseña que tampoco esa era su intención.

Vagamente nos recuerda aquel pasaje de "Silbando" donde se dice que casi anónimamente surge "un quejido y un grito mortal / y brillando entre la sombra / el relumbrón con que un facón / da su tajo fatal".

En orden a sus cualidades descriptivas, el escenario en que se desarrolla la acción merece párrafo aparte: una solitaria planicie que merced a la oscuridad nocturna alcanza ribetes espaciales, se extiende a partir del Arroyo Maldonado (hoy Avenida Juan B. Justo) en su cruce con Gaona.

Una solitaria y ominosa luz colorada denuncia la verdadera naturaleza del galpón donde se reunieron a milonguear los malandras de las proximidades y las chinas cuarteleras que descansaban los gajes de su oficio en los ranchos circundantes.

Acodado en el mostrador Rosendo Juárez, el señor del lugar, el resumen de todos los ideales y esperanzas que son capaces de imaginar aquellas almas, el modelo a imitar, bebe su caña con gesto taciturno; no es el presagio de una muerte que no imagina, es sencillamente el aura que les impide a los otros pedir detalles de sus mentas, y a él lo exime de darlas.

No hay alegría en la escena, no puede haberla; hay desesperanza, hay rutina, cualquier risa es grotesca cosa de "puro italianaje mirón", y hasta el baile es ensimismado aunque alerta porque la actitud es competitiva.

¿Dónde está, entonces, la alegría de ese tango picaresco que suena en nuestros oídos mientras leemos?

¿Qué nos sugiere al Borges que nos dice que el buen tango, era el tango sencillo, alegre y querendón y travieso de los inicios?

Por la inconmensurable noche-pampa se acerca un coche placero de altas ruedas coloradas. En él, otro conjunto de marionetas que responden a otro titiritero, se acercan al galpón en medio de risotadas alcohólicas y milongas punteadas en las cuerdas de alguna guitarra criolla.

Tampoco los trae la perspectiva de una noche de juerga: saben que es una misión letal, si se lo preguntaran dudarían de estar vivos rato después; pero se arraciman detrás de su jefe, único consciente del porqué de la expedición.

Ranas, perros y grillos completan la escena en que deberá desenvolverse la tragedia y esta da comienzo cuando Real, el otro, lanza el desafío sin nombrar al destinatario; sabe que el espíritu de cuerpo de los locales se encolumnará detrás del desafiado en cuanto éste se dé por aludido, pero también sabe que esa misma aceptación será la voz de alto que convertirá la sospechable batalla campal en un tango a dos cuchillos que cumplirán su ritual hasta la fatalidad.

Y ese es el tango amado por el irónico Borges: no es travieso, no es alegre, es trágico, es letal.

¿Cuantas veces el socarrón maestro nos mostró su admiración por el duelo a cuchillo, con todo el coraje que implica saber la muerte al alcance de la mano?

¿Cuantas veces Nicanor Paredes o Jacinto Chiclana?

¿No es esta una vez más?

El cuadro siguiente pareciera demostrar que no: Rosendo Juárez, El Pegador, declina el convite y decide perder todo su patrimonio de una sola vez: su fama, esa que ganó trabajosa o mentirosamente pero que le facilitaba todo, hasta la posesión de esa mujer que ya no es más suya desde que, por orgullo propio, le saca el cuchillo de entre las ropas y lo pone en sus manos, dispuesta a ser una cosa para su hombre siempre que éste sea el mejor ("Vayan abriendo cancha, señores, que la llevo dormida!..." dirá Real en su momento de triunfo, pero antes la Lujanera lo habrá convencido de su sumisión: "Dejalo a ése, que nos hizo creer que era un hombre").

El cuchillo, siempre el simbólico cuchillo, vuela a través de una ventana y uno espera la caída del telón pero tres actores continuarán una trama de tono dramático que concluye con Real muerto y profanado en el galpón que, a poco, recuperará el baile para que los picados compases del tango lleven a la autoridad a aceptar la inocencia de la escena.

¿En que tangos acunó Borges este relato?

Irrespetuosamente me permito suponer que algunos de estos que imaginaron mis oídos mientras leía "Tres amigos", cuyo relator añora a sus amigos que conformaban el "trío más mentado que pudo haber caminado" y nos agrede desde su añoranza diciéndonos que es imposible reeditar aquellos tiempos.

Hay en todo el relato de Borges un trasfondo de ámbito de pertenencia que, extrapolado a sus límites, parece murmurar la palabra "amistad". Y, además, se presiente en el relator la nostalgia por aquel otro tiempo.

"Culpas ajenas" donde Ponzio hiciera su descargo, recuerda ese mandato de amistad desde el cual se asumen recatadamente el rol que el amigo dejó vacante, ya sea con cuchillo o con silencio.

"El Tigre Millán", en la descripción de Francisco Real, el Corralero, morocho, alto, fornido, seguro de sí mismo.

"Como abrazado a un rencor": Real, al pedir que le ahorren la vergüenza de expirar ante la vista de los demás, está repitiendo el verso "...no ando en busca de un consuelo ni ando en busca de un perdón, no pretendo sacramentos ni palabras funebreras, me le entrego mansamente como me entregué al botón...".

Pero en ninguno de ellos puedo advertir visos de alegría que diferencien en esencia a los melódicamente humildes "Tangos de Saborido" mencionados en el relato, de los románticos compases de Cobián, los chopinianos arrebatos de Maderna, los querendones susurros de Troilo y las eruditas "fugas" tangueras de Piazzolla o Rovira.

Todo eso es el tango y su efecto en cada uno de nosotros está descripto a la perfección cuando Borges nos dice "El tango hacía su voluntá con nosotros y nos arriaba y nos perdía y nos ordenaba y nos volvía a encontrar".

Ante tamaña definición convengamos, señores, que Borges es Tango y no solo tango.

10 agosto 2010

Borges, el eterno

Diez años. Como si tratara de uno más de los mágicos laberintos por él trazados, este es el tiempo que la entrevista ha permanecido sin publicar. He decidido respetar su texto tal como un día lo escribí, y evitar correcciones que, seguramente, distorsionarían el sentimiento que me causó entonces.
Aún hoy, al releer sus palabras, escucho su voz gastada y descreo que ya no esté.
Como él a Buenos Aires, lo juzgo tan eterno, como el viento, como el aire.Sábado al mediodía. En un amplio living en penumbras, acomodado en un amplio sillón, la mirada perdida en un cielorraso invisible, se encuentra Jorge Luis Borges.

Desde hace un tiempo a esta parte, rehuye a las entrevistas. Fanny, su ama de llaves, responde por teléfono que no hay reportajes para nadie. En este caso, la perseverancia finalmente da sus frutos. La excepción obedece a que el propio escritor atendió el llamado telefónico y un bueno, venga para acá, hará posible que una hora después iniciemos este diálogo.

Entre ambos existe una relación surgida a raíz de una entrevista tres años atrás, a la que siguieron otros encuentros en los que, a pedido suyo, le he servido de algo así como una especie de libro oral a través de la lectura en voz alta, de fragmentos de obras diversas.

Una relación que dista de ser amistad, pero que él rápidamente ha puesto por encima del simple vínculo personaje-periodista, quizás gracias a las muchas caminatas compartidas por la Plaza San Martín, paseos en los que hemos abordado temas muy variados, desde Aristóteles y Platón hasta el lugar de nacimiento del segundo fundador de Buenos Aires, Juan de Garay (¿vizcaíno o burgalés?).

Debo confesar que además de admirarlo como escritor, no he podido evitar quedar fascinado con su habilidad para involucrarme en el laberinto de sus charlas. He llegado a pensar que cuando se le da la posibilidad oral, escribe en el aire y se divierte. Habla y la respiración de su palabra tiene el ritmo de la escritura. Sin duda, Borges es siempre Borges...

- Borges, ¿cómo escapar de lo obvio?
-Yo no sé si lo obvio es siempre un error..., lo obvio es algo cierto, el perogrullo es algo cierto.
- De acuerdo. Vayamos a lo obvio, de momento. ¿Qué espera de Borges?
- No sé. Mi destino sigue siendo un misterio. Estoy ciego, la mayoría de mis contemporáneos han muerto; soy un hombre tímido y desde el año 55 ya no puedo leer, tengo que recitar cosas que se me ocurren... ¡Yo no sé cómo no aprendí el sistema braille! Eso habría cambiado toda mi vida. Si yo pudiera lee, pudiera escribir..., pero ahora es demasiado tarde, ni siquiera tengo la sensibilidad suficiente en los dedos. ¡Si, hubiera cambiado toda mi vida...!
- Hoy es siempre todavía, al decir de Machado.
- Tal vez... Yo he pensado que cuando era chico, un día duraba una semana y ahora una semana dura un día. A medida que uno envejece pasa con más rapidez el tiempo.
- Toda su vida ha sido un rebelde, ¿por qué?
- Bueno, cuando era joven, sí. Me gustaba estar en desacuerdo. Ahora, no. Trato de estas de acuerdo. Chesterton dijo que se había pasado la vida comprobando que los otros tenían razón. A mí me ha pasado lo mismo.
- ¿Y de qué se arrepiente?
- Bueno, de muchas cosas...O no, para qué...Pero me hubiera gustado hacer otras cosas...
- ¿Como haberse enamorado de muchas mujeres...?
- No, no. Sólo de aquellas con quienes he soñado.
- ¿Un artista es siempre pasional?
- Con su obra, sí. Con todo lo demás, no siempre.
- ¿Qué representa para usted la Literatura?
- Tantas cosas... Cuando estoy solo, continuamente estoy tramando poemas, cuentos, fábulas, porque tengo que poblar mi soledad. Y a mi edad es fácil estar solo. Por ejemplo, yo nunca busco temas, dejo que los temas me busquen y yo los eludo, pero si el tema insiste, yo me resigno y escribo. Hay que dejar a los temas que elijan, pues cada tema sabe si quiere ser escrito en verso libre, en una forma clásica o en prosa. No pienso en la comunicación, yo escribo corrijo los borradores mentalmente, desde que no tengo vista, y finalmente los publico.
- ¿Qué haría si pudiera volver a ver?
- Bueno, yo volvería a leer algunos de los pocos libros que hay aquí; quizás saldría a la calle a reencontrarme con algún recuerdo de Buenos Aires. Miraría al espejo para ver que cara tengo. Aunque no, pienso que es una suerte para mí imaginarme con la cara que tuve a los 55 años.
- En su obra la cuestión acerca de la inmortalidad es una constante. ¿Por qué?
- Porque yo creo que la inmortalidad personal no es menos creíble que la muerte: «las dos cosas son increíbles! El hecho de que alguien perdure más allá de la terminación de su cuerpo parece rara, pero también lo es el hecho de que alguien desaparezca finalmente
- Aquello de que el hombre es la unión entre cuerpo y alma...
- Si, claro... Salvo que podamos imaginarnos sin cuerpo pero no sin alma: si yo pienso que lo soy, lo hago en mi conciencia pues yo en mi cuerpo no podrían pensarme sin cuerpo.
Cuando uno recita un poema, uno ya no es su cuerpo, siempre es su conciencia. Hay unos versos muy lindos de Machado, que dice así: ¿Y ha de morir contigo el mundo mago/ donde guarda el recuerdo?/... Los yunques y crisoles de tu alma/ trabajan para el polvo y para el viento. Es decir, cuando una persona muere, mueren muchísimas cosas por lo que parece raro que todo eso cese de golpe. Pero a su vez también la idea de que uno dure indefinidamente es rara. Ambas, me parece, son igualmente increíbles. A mí no me importaría durar más allá, pero a condición de no olvidar esta vida. Por eso, me pregunto si la identidad personal consiste precisamente en la posesión de ciertos recuerdos que nunca se olvidan.
- ¿Por ejemplo...?
- Los paseos por Ginebra...
- ¿Cuál es su mejor poesía?
- La que suelo preferir es El Golem, aunque también me gusta Límites
- ¿Y de sus cuentos?
- Uno que se llama Urrica. Bueno, en realidad es una pieza de teatro.
- ¿Quién ha sido el máximo escritor argentino?
- Almafuerte y también Sarmiento. Almafuerte nació en San Justo y me dicen que este pueblo ha cambiado mucho, que ahora es una zona industrial. Cuando yo lo conocí no era así, era un pueblo que parecía estar perdido en la llanura, tenía casas bajas, salas de ladrillo, calles de barro... ¡Qué lucha la de Almafuerte! Como no tenía título habilitante, cuando se daban cuenta que pese a ello daba clases, le cerraban la escuela y entonces tenía que mudarse a otro pueblo y abrir una nueva. Lo primero que hacía era abrir la sala de la casa pues cualquier chico pobre podía mudarse allí.
- ¿Le hubiera gustado tener hijos?
- Hace mucho tiempo que dejé de preguntármelo... Pero volviendo a Almafuerte, recuerdo que en una oportunidad había abierto una escuela al lado de un prostíbulo. Antes, cuando una persona llegaba a un barrio, los vecinos le mandaban golosinas. Luego, uno le devolvía otras golosinas y, ¡bueno!, se hacía amigo de la gente. Entonces, las prostitutas le regalaron una fuente de empanadas. A los dos días se presenta Almafuerte y dice: Les agradezco las empanadas, señoras putas. Eso no era para ofenderlas, claro está, sino por ser el oficio de ellas.
-Es indudable que era directo en su lenguaje, algo, me parece, no común en los poetas. ¿Qué es lo más importante en la poesía?
- Yo creo que en el verso, la cadencia y la imagen son más importantes que el sentido. Hasta puede no tener sentido y sin embargo, ser bueno. No creo que la idea sea el verso, pues uno puede concebir Y muera como un tigre el sol eterno, pero no creo que sea una idea comparar la agonía del tigre con la claridad del sol.
La función literal no hace al verso, por eso es imposible traducir un poema. Por ejemplo, un título lindísimo de Lugones es Los crepúsculos del jardín. Ahora, si Lugones hubiera puesto Las penumbras de la quinta o Las tardes de la granja, la idea hubiera sido la misma, pero no la imagen poética.
- La larga noche de la dictadura llega a su fin ¿De qué manera nos habrá marcado la falta de libertad?
- Bueno, yo no sé. En la Argentina casi todo es censurado... En los Estados Unidos, en cambio, no hay censura, tanto que usted paga la suma de una taquilla y puede ver en el escenario un coito. Claro que son hermosas muchachas y lindos muchachos, pero ¡es un espectáculo público! En España, con quien tenemos mayor similitud, ahora ocurre otro tanto aunque todo lo referido al sexo se hace y se dice de forma agresiva.
- Quizás se deba a un cambio muy abrupto...
- Sí, posiblemente sea así como usted dice, luego de la muerte del dictador Franco. Actualmente usted tiene en el diario ABC, una página entera dedicada a avisos de prostíbulos. Por ejemplo, hay uno que recuerdo: Enano cariñoso busca señor alto y moreno. Discreción, confianza, afecto. Diríjase a tal teléfono y pregunte por Paquito ¿Qué le parece? Entonces, hay hombres que se ofrecen a hombres, hombres que se ofrecen a mujeres; mujeres que se ofrecen a hombres, y mujeres que se ofrecen a mujeres. Lo único que tenemos que hacer es llamar a uno de los muchos teléfonos y preguntar por Lola, Clide o cualquier otra. Y ahora, en nuestro país, pasará algo de eso.
- ¿Cree que los argentinos hemos cambiado?
- Sí, por supuesto. Fíjese, por el año 1910, le estoy hablando de poca cosa, había una esperanza en la gente. Cuando Darío escribió su Oda argentina y Lugones su Odas seculares, todo ello correspondía a una gran esperanza. En cambio, actualmente están muy descorazonados todos. A pesar de todo, pienso que ahora tenemos derecho a la esperanza, mejor dicho, tenemos el deber de la esperanza. Basta con recordar los últimos años: hambre, persecución, torturas y desaparecidos, falta de trabajo, endeudamiento del Estado, opresión y hasta una guerra: ¡Esto es lo que han hecho los militares! Claro, si alguien se ha pasado la vida en los cuarteles, no hay ninguna razón para que sepa gobernar.
- Res publica y res militia.
- Justamente. Qué triste pensar que la única fuerza del gobierno, es la silenciosa desesperación de la gente. ¡Es una calamidad! ¡Ineptos! Quizás yo sea el único argentino que, en caso de que me nombraran dictador, estoy seguro que renuncio inmediatamente y vuelvo a mi casa a soñar en voz alta. Pero aquí parece que hemos perdido el sentido de lo ético y lo único que realmente interesa es especular con el dinero. Una vez me invitaron un grupo de libreros de la ciudad de Rosario a dictar una conferencia, entonces fui a dar una larga charla sobre el libro. Después comimos juntos y uno de estos señores me dijo: ¡Qué lástima que eligiera ese tema, Borges!. Pero, cómo, ¿No son libreros ustedes?, pregunté, a lo que respondió: Bueno, sí, somos libreros, pero lo que realmente nos interesa es la venta de cuadernos y lápices. Eso genera desesperanza y frustración en una sociedad.
-¿Anarquista o liberal?
- Anarquista, pues yo creo que lo mejor sería un país que no precisara de un gobierno. Quizás con el tiempo lleguemos a eso, por el momento, no. Por el momento, el gobierno es un mal necesario, pero lamentablemente en todas partes el Estado cada vez se torna más molesto. Cuando fuimos a Europa en el año 1914, viajamos sin pasaporte y uno pasaba de un país a otro como de una estación a otra. Claro, después de la Primera Guerra Mundial comenzó a desconfiarse... ¡Pero, ahora ! ¡Usted no puede salir a la calle sin la cédula o el pasaporte porque el Estado se mete en todo y hasta lo lleva detenido! ¡Es una barbaridad!.
- ¿A quién admira?
- Quizás admire a Aristóteles. A Platón, tal vez. Hay personas que admiran a los políticos. Yo, no; hay gente que admira a Napoleón, yo no. Si uno admira a Napoleón, también puede admirar a Hitler, y eso sería terrible.
- Nada más inhumano que la guerra de los conquistadores, ¿verdad?
- Así es. Alberdi dijo que la guerra es un crimen, y ahora creo que tenía razón: ¡Todas las guerras son un crimen! Pienso que si un gobierno decide una guerra, no le faltarán razones para justificarla, además, todos aquellos que se oponen son considerados traidores. Claro. Hay un supuesto axioma de derecho internacional que dice my country right or wrong, es decir, que tenga o no razón, es mi país. Pero, admitido esto, ¡ambos bandos tendrían razón en cualquier guerra!.
¡Julio César! Usted tiene un nombre de emperador, ¿se imagina haber sido Julio César?
- No, no. Sólo en brazos de Cleopatra...
- Yo en los de Beatriz, pero quién soy para codearme con el Dante. O con Virgilio. Antes se soñaba más, ahora, con tanta televisión... Lo que sucede es que cuando ocurre algo se lo anuncia inmediatamente y no se da tiempo a que se cree una leyenda al respecto. Yo, por ejemplo, alcancé a ver por televisión la llegada del hombre a la Luna. Esa inmediatez ayudó a que se formara parte de la noticia del día y se olvidara después con tantos nuevos Apolo. En cambio, hubiese sido distinto si se anunciara que el hombre había llegado a la Luna y después cada uno soñara cómo había ocurrido. Sin embargo, nos acosan con tantas noticias...
- La diferencia entre información y conocimiento...
- Exacto. Hay un verso de Eliot, que dice: Dónde está la sabiduría que hemos perdido en conocimiento./ Dónde el conocimiento que hemos perdido en conocer.
- Para concluir: ¿qué opinarán de Jorge Luis Borges dentro de cien años?
- ¡Espero que lo hayan olvidado!
- ¿Por qué?
- ¡Pero, claro! ¡Borges no es Cervantes!
- ¡Y usted es Borges!
- Bueno, desgraciadamente tengo ochenta y tantos años. ¿Qué otra cosa puedo hacer que no sea escribir y soñar...?

Punto final. El reportaje ha concluido con este interrogante del propio Borges. Ya en la calle se suceden en mí, ideas, impresiones, asombros... Penetrar el universo borgiano (un mundo pleno de refracciones, sueños, coincidencias, laberintos, cábalas y tigres) supone una experiencia inigualable que cuesta abandonar.
Pero lo que me ha llenado de angustia es no poder dejar de recordar aquel verso último de su poesía Límites, que con voz quebrada recitó al tiempo que me estrechaba la mano: Creo en el alba oír un atareado / rumor de multitudes que se alejan; / son los que me han querido y olvidado; / espacio y tiempo y Borges ya me dejan

08 agosto 2010

07 agosto 2010

Don Jorge Cepernic/por Osvaldo Bayer

Desde Bonn, Alemania

Se nos murió don Jorge. Ya han pasado dos semanas. Quise dejar pasar todos estos días antes de escribir esto. Leer todo lo que en estos días se escribió sobre él. Y entonces, sí, dedicarle estas páginas a quien lo mereció. Don Jorge Cepernic, gobernador de Santa Cruz en aquellos años cruciales donde se iba a definir el futuro de los que buscábamos otra Argentina. Don Jorge Cepernic, gobernador de Santa Cruz elegido por su pueblo. Pero gobernador por pocos meses. Una historia argentina.

Fue en el año 1970 que lo conocí.Viajé a Santa Cruz para iniciar la investigación de las huelgas rurales de los años 1920-22.

Los fusilamientos de los peones de campo por parte del Ejército argentino durante la presidencia de Yrigoyen eran un tema del cual no se hablaba.“De eso no se habla”, era la respuesta casi obligada ante la pregunta: “¿Qué pasó en estas tierras en aquellos años?”. A don Jorge me lo presentó el doctor Paradelo, hijo de quien había sido gobernador santacruceño en el año ’58. Me dijo: “Don Jorge Cepernic, santacruceño hasta la médula de los huesos, hombre del campo y la ciudad, él te va a relatar toda la verdad”.

Y fue así. Me recibió como a alguien que hubiera esperado muchos años. Se maravilló de que a uno de Buenos Aires le interesara revisar la historia patagónica. Y se puso a mi disposición. “Le voy a presentar a todos los que viven todavía de esa época”, me dijo. Y, con tiempo, me preparó un programa de viajes por el interior de la provincia. El mismo me iba a llevar en su autito Fiat 600. Y lo hizo. Anduvimos kilómetros y kilómetros en ese ratoncito con motor, saltando por esos caminos llovidos de piedras. Pero don Jorge no se inmutaba. Nos deteníamos ante las estancias y me contaba la historia de sus propietarios y cuáles habían sido sus comportamientos durante las huelgas rurales. Entrábamos y me presentaba desde el patrón hasta el último peón. Siempre había alguien que daba datos sobre sobrevivientes de aquellos hechos y dónde vivían.

Mientras viajábamos me relataba que él tenía seis años cuando se iniciaron las huelgas y que su padre –croata que llegó a los 18 años a la Patagonia– tenía un negocio de verduras y frutas, y que siempre ayudó a los perseguidos por la represión del Ejército. Y que él vio cuando trajeron –durante la primera huelga– a los caídos en El Cerrito, en un enfrentamiento con la policía, y los velaron en el local de la Sociedad Obrera. También así conoció a Antonio Soto, el líder del movimiento.

En ese viaje me di cuenta de la amplitud de ese hombre. Cómo comprendía el porqué de las huelgas y que lo que exigían era muy poco. Además, para él, siempre fue inexplicable la orden dada por el presidente Yrigoyen al teniente coronel Varela, con la pena de muerte por “subversión” a quien se resistiera a la orden de volver al trabajo.

“Yo conocí a esas peonadas, gente silenciosa y de trabajo. Aguantadora pero con fuerza para decir basta cuándo la explotación llegaba a no respetar la dignidad humana”, me decía don Jorge mientras guiaba su autito en esas distancias interminables.

A don Jorge lo saludaba todo el mundo. Un hombre de trabajo con su “campito”, como él llamaba a su estanzuela cerca del El Calafate, y su casa sencillamente patagónica de Río Gallegos.

Ese hombre, años después de nuestro encuentro, fue elegido gobernador de Santa Cruz en las elecciones de 1973 –aquellos comicios nacionales en que se consagró presidente a Cámpora– con amplia mayoría. Es que todo el mundo lo conocía a don Jorge: honrado, humilde, hombre de la tierra que siempre había vivido en su provincia, que salió a la protesta cuando vio injusticia en su sociedad y que hablaba de su paisaje, del que me dijo varias veces: “A esto hay que convertirlo en un paraíso real para la gente”. Don Jorge.

Mientras tanto habían salido ya mis dos primeros tomos sobre la huelga patagónica y los cineastas Olivera y Ayala, no bien los leyeron, decidieron filmar la verdad histórica de esa innoble injusticia que había ahogado en sangre la protesta de los desposeídos. Así nacieron los planes del film La Patagonia rebelde. Y aquí se inicia un capítulo que lo dice todo de una sociedad: el miedo de los funcionarios “responsables”, el mirar para otro lado y el ejercicio del poder para prohibir. “Se prohíbe” y se acabó. Como dijo meses después el mayor censor de la historia argentina, Manuel Paulino Tato. Hombre de misa diaria.

Pero vayamos al comienzo del drama. Gobernador, Don Jorge; presidente, Cámpora; interventor de la censura cinematográfica, Getino –el valiente de La hora de los hornos–. No hubo ningún problema. Getino aprobó el guión sin pestañear y viajamos a Santa Cruz para filmar en los lugares históricos.

El gobernador, don Jorge Cepernic, nos recibió con los brazos abiertos. El banco de la provincia nos dio un préstamo y el gobernador dio permiso de filmar en todo el territorio provincial y, justamente, en los lugares históricos. Más todavía, don Jorge nos puso a disposición a los cadetes de la escuela de policía para que hicieran de “extras” en el film representando el papel de los soldados.

Pero nada iba a ser fácil. Cuando miembros del Ejército se enteraron del proyecto, comenzaron a moverse. A través de informantes supieron que el final del film iba a ser la escena donde las prostitutas de San Julián rechazaron a los soldados fusiladores, después de la matanza de peones. Todo menos esa escena iban a permitir los militares.

Ya había renunciado Cámpora. Se había producido la presidencia de Lastiri –quien había procedido a prohibir mi primer libro, Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia. El ambiente venía mal. Pero asumió Perón.

En medio de la filmación, en una estancia cercana a Puerto Santa Cruz, un mediodía vemos aparecer un automóvil. De él baja el propio gobernador, don Jorge Cepernic. Me busca a mí, con quien era el único del grupo filmador que tenía amistad. Me lleva aparte y me dice: “Me acaban de llamar de Casa de Gobierno preguntándome quién dio permiso para filmar tu libro en el territorio de esta provincia”. Me miró largo, en silencio. Comprendí. Pero me dio esperanzas. Agregó: “Te pido que les digas a Olivera y a los actores que traten de filmar lo más rápido posible y terminar cuanto antes. Yo, mientras tanto, voy a ganar tiempo haciéndome el que no entiendo”. Don Jorge era así. Arriesgaba su cargo de gobernador por ser fiel a la verdad histórica.

No voy a olvidar más a ese gobernador caminando de nuevo hasta su auto para regresar a Río Gallegos, y me dije: “Un gobernador recorre kilómetros para avisar a un amigo de los peligros que hay. No me vino a decir: ‘Acábenla ya mismo con eso’. No, me dijo sólo que nos apurarámos”. La actitud de un verdadero Hijo del Pueblo.

La escena se iba a repetir. Cuando filmábamos, dos semanas después, cerca de Lago Argentino, en la estancia La Primavera, las últimas tomas de exteriores, el gobernador Cepernic se tomó el avión para venir y volver a decirnos que el problema se había agravado y que había mucha indignación entre los oficiales del Ejército. Pero en ningún momento nos pidió o exigió que nos fuéramos ya y que no lo comprometiéramos más.

Sí, el film pudo estrenarse con un éxito increíble, a salas llenas, después de meses enteros de no permitirse la exhibición. En ese ínterin muere Perón y el mismo día nuestro film obtiene el Oso de Plata del Festival de Berlín. Este último factor ayudó para que el film no fuera prohibido de inmediato. Comienza uno de los períodos más nefastos de nuestra vida política: el régimen de López Rega y sus Tres A. El gobierno de Jorge Cepernic es intervenido por la presidenta Isabel Perón y con la aprobación del Congreso de la Nación, y reemplazado por el funcionario Augusto Saffores, en el mismo momento en que Cepernic se proponía expropiar uno de los más grandes latifundios de esa provincia, de capitales británicos. Es que Cepernic nunca podía olvidar que Roca, justamente el genocida de los pueblos originarios, durante su segunda presidencia había otorgado –por la concesión Grünbein– 2.500.000 héctareas de Santa Cruz a 137 estancieros ingleses.

A don Jorge se le quitó la gobernación. Una de las medidas más injustas de nuestra historia política. Esa decisión se tomó también contra los gobernadores de otras cuatro provincias que se proponían cumplir con lo prometido en las elecciones.

Después, su fidelidad a sus ideales iba a ser pagada cara por don Jorge. La dictadura de la desaparición de personas lo hará detener y pasará más de cinco años de prisión en la cárcel militar de Magdalena. La humillación más absoluta. Cuando le preguntó al coronel jefe de la prisión por qué lo tenían tanto tiempo preso, le contestó el uniformado: “Porque usted permitió la filmación de La Patagonia rebelde en su provincia”. Pecado mortal. Denunciar la verdad de nuestra historia, en nuestro país, era ser subversivo contra el orden establecido.

Luego de casi seis años de cárcel, debió cumplir prisión domiciliaria en su casa de La Josefina”, su “campito”, como lo llamaba él. Allí continuó la humillación ya que allí convivían, para vigilarlo, cuatro policías por turno a los cuales la esposa de don Jorge –la inolvidable y eterna compañera de él, Sofía Vicic– debía cocinarles y servirles la comida. Hasta que don Jorge, en esos actos siempre frescos e insurgentes de él, se escapó por una ventana, fue a la comisaría más cercana y dijo: “Aquí me quedo, ni mi mujer ni mis hijos tienen que sufrir esta humillación en mi casa con esa guardia permanente”.

Cuando hace pocos meses filmamos mi regreso a los lugares donde cuarenta años antes había hecho la investigación de las huelgas patagónicas, grabamos mi última entrevista con don Jorge. Siempre el mismo. Con ganas de poder alguna vez cumplir con sus ideales de justicia social en su querida tierra patagónica. La nostalgia de todo lo vivido nos cubrió de emoción. Me despedí con el abrazo reconocido que se da a los hombres honrados, a los hombres de la generosidad.

La calle de Río Gallegos donde vivieron mis padres y nació mi hermano mayor se llama Roca, el nombre del genocida. Ojalá que alguna vez se llame Jorge Cepernic: un santacruceño de ley que sufrió todas las humillaciones y que quería hacer de toda esa tierra un ejemplo para un país justo, sin niños con hambre, sin villas miseria, sin violencias. Ojalá existan en el futuro hombres como él con el coraje civil de hacerlo. Se lo merece. Fue, lo repito, un verdadero Hijo del Pueblo.

05 agosto 2010

La noche de los bastones largos

El 29 de julio de 1966 la Policía Federal irrumpió en las principales facultades de la Universidad de Buenos Aires y desalojó por la fuerza a estudiantes y docentes. La dictadura militar, autotitulada “Revolución Argentina”, cumplía un mes en el poder y el general Juan Carlos Onganía era su presidente y su profeta. El operativo policial estuvo a cargo del general Mario Fonseca que contó con la colaboración del general Eduardo Señorans, titular de la Side.

Ese mismo día el régimen militar había puesto en vigencia el decreto ley 16.912 que intervenía las universidades, derogaba la autonomía y el tripartito y exigía que los rectores y decanos se subordinasen al Ministerio del Interior. Las autoridades universitarias disponían de 48 horas para acatar lo resuelto. Inmediatamente se convocó a los consejos directivos y los estudiantes se movilizaron para tomar las facultades en señal de protesta. Onganía no respetó el plazo de 48 horas y esa misma noche ordenó a la Policía Federal que hiciera su trabajo.

Como dijera con su dudoso sentido del humor el Bebe Roth: “Los policías se dieron el gusto de pegarle una buena marimba de palos a los estudiantes”. Según las crónicas de la época, Señorans y Fonseca se habían quedado con la sangre en el ojo. Un par de semanas antes, un acto público de las Fuerzas Armadas para rendirle homenaje al general Roca había sido interrumpido por los estudiantes, justamente de Exactas, quienes desde las ventanas de la facultad habían arrojado monedas de un peso contra los uniformados. Los muchachos se justificaron después diciendo que había sido un chiste, pero ya se sabe que el sentido de humor de los militares no suele coincidir con el de los estudiantes.

La jornada del 29 de julio se conoció como “La noche de los bastones largos”. Así tituló en tapa la revista Primera Plana. Se dice que el actual periodista de Clarín, Julio Algañaraz, tuvo la ocurrencia. La referencia histórica fue “La noche de San Bartolomé”, la masacre de protestantes en París en el siglo XVI, “La noche de los cuchillos largos”, la masacre ordenada por Hitler contra los “Montoneros” del partido nazi y, por supuesto, “La noche de los cristales rotos”, la orden de Goering de destrozar las vidrieras de los negocios judíos. Diez años después de “La noche de los bastones largos”, llegará “La noche de los lápices”, el secuestro y muerte de estudiantes secundarios en La Plata, pero esa ya es otra historia. O, mejor dicho, otra noche.

El centro del operativo policial fueron las facultades de Ciencias Exactas y de Filosofía y Letras, consideradas por los militares como verdaderos nidos de comunistas. Una exageración “macartista” que, como toda exageración, metió en la misma bolsa a todo el mundo. Las imágenes que quedaron grabadas en la historia y que recorrieron el mundo, registran las escenas en que estudiantes y profesores salen de la facultad de Exactas. Era de noche, hacía frío y las luces y sombras de la escena permiten registrar el contraste entre los jóvenes con las manos en alto y los policías apuntándolos con armas largas como una metáfora elocuente de la barbarie.

Las declaraciones de los participantes de aquellas memorables jornadas “académicas” coinciden en admitir que los policías repartieron garrotazos a diestra y siniestra. Según palabras de los protagonistas, armaron una suerte de pasillo y todos los que pasaron por allí recibieron garrotazos y patadas a granel. Del “agasajo” no fueron excluidas las autoridades docentes, en particular el decano de Exactas, Rolando García y el vicedecano, Manuel Sadosky, dos eminencias científicas que recibirán reconocimientos y distinciones en las universidades extranjeras como contrapartida de los palazos repartidos generosamente por los policías de su patria. Experiencia parecida vivirá la astrónoma Catherine de Cesarsky. Mientras en la Argentina la trataban como una delincuente, en Estados Unidos la nombraban presidente de la Unión Astronómica Mundial.

Ese viernes a la noche estaba dando clases en la facultad en su carácter de profesor “visitante” el científico norteamericano Warner Ambrose, matemático del MIT. Haciendo honor a un igualitario espíritu represivo que aconseja no discriminar a la hora del reparto de palos, los policías no se privaron de darle unos cuantos garrotazos. Ambrose estuvo detenido y cuando recuperó la libertad escribió una nota de antología en The New York Times, lo que motivó un pequeño incidente diplomático con la embajada, incidente que se resolvió rápido, porque el gobierno de Lyndon Johnson no ocultaba sus simpatías por el flamante régimen militar.

Como consecuencia de esta proeza represiva , más de 300 científicos argentinos, formados y capacitados con recursos nacionales, se fueron del país. Las renuncias de docentes superaron las 1.500 y hay quienes aseguran que fueron más de dos mil. En cualquiera de los casos, la sangría académica fue impresionante. Por supuesto, el rector designado por la dictadura, Luis Botet, no pensaba lo mismo. El día que asumió sus nuevas funciones no tuvo empacho en declarar que “la autoridad está por encima de la ciencia”. Más claro, echarle agua.

No concluyeron allí las hazañas castrenses. Los interventores desmantelaron de hecho el Instituto de Cálculo de Ciencias Exactas y el Instituto de Radiación Cósmica. Misión cumplida. Y como para disipar dudas respecto de su visión estratégica nacional, condenaron a muerte a la pobre “Clementina”. La singular ejecución no tuvo en su momento demasiada trascendencia, porque en la Argentina de 1966 nadie del gobierno iba a derramar una lágrima por una pobre y balbuceante computadora que recién empezaba a dar sus primeros pasos.

Lo cierto es que ese 29 de julio quedó registrado en la historia como uno de los actos de barbarie más brutal en un país que ya empezaba a acostumbrarse a brutalidades de este tipo. Han transcurrido casi cincuenta años de aquellas penosas jornadas, pero muchos de los problemas estructurales de la educación superior que padecemos los argentinos provienen de entonces.

Entre 1956 y 1966 la universidad reformista había vivido un tiempo de esplendor luego de la noche cultural del peronismo. Fueron los años de los rectorados de Risieri Frondizi e Hilario Fernández Long. También los años en los que se creó el Conicet y se fundó la editorial Eudeba, dirigida por el mítico Boris Spinakow, que publicó más de once millones de libros a precios accesibles.

La universidad pública se distinguía no sólo por la calidad de los profesionales que preparaba, sino por las instituciones científicas que fundaba y los proyectos de investigación que desarrollaba. La derecha militar acusó a esa experiencia como comunizante y atea, mientras la ultraizquierda y el populismo la impugnaban por “cientificista”, es decir, por ser una universidad que en nombre de la ciencia se desentendía de los problemas nacionales.

La noche de los bastones largos no sólo arrojó un prolongado cono de sombra en la educación, sino que fue el punto de partida que arrojó a la ilegalidad y a la violencia a toda una generación. Un mes y medio después, en las calles de Córdoba fue asesinado el estudiante Santiago Pampillón. Y luego correrán la misma suerte Cabral, Bello y Blanco. Lo sucedido de alguna manera era previsible. Después de los garrotazos llegaría la sangre. El debate sobre lo ocurrido y las opciones que un sector de la juventud eligió continúa, pero en todos los casos debe quedar claro que desde 1930 a la fecha, o si prefiere, desde 1955 ó 1966, la violencia y la ilegalidad tienen nombre y apellido. Y símbolos aleccionadores. “La noche de los bastones largos”, es uno de ellos.

Más de 300 científicos argentinos, formados y capacitados con recursos nacionales, se fueron del país. Y las renuncias de docentes superaron las 1.500.
La universidad pública se distinguía por la calidad de los profesionales que preparaba, las instituciones científicas que fundaba y las investigaciones que desarrollaba.

04 agosto 2010

Jorge Cepernic

Estaba viendo Tora Tora cuando la policía irrumpió en la sala para arrestarlo. Era el estreno más esperado de agosto de 1976 en el cine Lavalle. Lo trasladaron a la comisaría sin ninguna explicación y después hacia el penal de Magdalena donde estaría más de cinco años detenido junto a Lorenzo Miguel y Carlos Menem, entre otros. Don Jorge Cepernic estaba a disposición del Poder Ejecutivo, pero no entendía qué había hecho. Si él era un patriota, pensaba. Sus últimas decisiones habían tenido que ver con defender los intereses de una Santa Cruz desolada y olvidada por el gobierno nacional. Fue el primer gobernador constitucional de la provincia. Asumió el 25 de mayo de 1973 y apoyó a la tendencia peronista.
Alto, flaco, de ojos claros y mirada desafiante, Cepernic era un hombre firme, con la tozudez propia del campo y la galantería de un caballero. Su padre, Mateo, había llegado desde Croacia a fines del siglo XIX. Fue buscador de oro, almacenero y luego arrendó una estancia cercana a Río Gallegos. Testigo de las huelgas de peones en 1921, le contaba a su hijo, de siete años, por qué los trabajadores hacían esos actos. Por qué marchaban por el centro del pueblo cargando el ataúd de un peón fusilado. “Esa imagen quedó grabada en mi retina”, contaba Jorge.
En 1930 vio el primer avión que aterrizó en Río Gallegos, que piloteaba Antoine Saint Exupéry. A partir de ese día, fijó una meta que cumplió en la década del ’50: ser aviador. Casado con Sofía Vicic, también hija de croatas, maestra y artista plástica, tuvo dos hijos, Mónica, empleada judicial, y Marcelo, ex intendente de Río Gallegos.
En 1967, Osvaldo Bayer tocó su puerta. Era un periodista del diario Clarín y quería saber qué había pasado durante las huelgas patagónicas. Jorge no tardó en agarrar su Fiat 600 y llevarlo a recorrer las estancias, donde Bayer recolectó testimonios, pruebas y descubrió fosas con restos de peones. Todo ese material originó el libro La Patagonia rebelde . Mientras las visitas de Bayer se incrementaban, Cepernic, tras colaborar con la resistencia peronista, se transformaba en el único candidato justicialista. La fórmula la completaba el sindicalista petrolero Eulalio Encalada, que defendía los intereses del sector más conservador y desde la cámara legislativa impedía la aprobación de sus proyectos.
Algunos proyectos de ley eran innovadores y soberanos: la construcción de la represa hidráulica en el Río Santa Cruz o la expropiación de la Estancia El Cóndor, unas 650 mil hectáreas propiedad de la Corona Británica. “Un diario inglés titulo sobre mí ‘Un gran dictador’”, remarcó Cepernic en una entrevista.
La decisión de permitir filmar La Patagonia rebelde fue la gota que rebasó el vaso para la derecha peronista. La provincia fue intervenida inmediatamente por Isabel Perón y Jorge viajó a Buenos Aires, donde junto a Andrés Framini fundó el Partido Peronista Auténtico. Eran tiempos violentos. Don Jorge veía desaparecer a sus compañeros. Extrañaba la inmensidad y el cielo gris, que no volvió a ver hasta 1982. Una vez en el Penal de Magdalena Lorenzo Miguel le dijo: “Jorge, apurate con la comida que vamos a ver Tora Tora ”. Cepernic pensó que lo estaban cargando, pero era real. “¿Podés creer que pude ver el final de la película en el microcine del penal?”, decía entre carcajadas.
Llegada la democracia, Jorge acompañó a distintos candidatos peronistas, incluso a su hijo. Hasta el año pasado, acompañado de su bastón, participaba de todos los actos justicialistas. “Creo que soy inmortal”, dijo sonriendo unos meses antes de su muerte, el domingo pasado. El hombre de 95 años que había esquivado más de una vez la muerte, pero no la persecución ni el encierro, respondió que deseaba que sus cenizas recorrieran el Río Santa Cruz y reposaran debajo de un álamo de la estancia La Josefína, a 30 kilómetros de Calafate, como lo había deseado su mujer, Sofía, fallecida en mayo.
El viejo gobernador se apagó como los árboles: de pie.
20 de julio 2010

Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”