14 octubre 2011

Las fuentes de las nostalgias

Entrevista a Juan Carlos Onetti por Jorge Ruffinelli y Julio Jaimes

-¿Cuándo fueron los primeros viajes tuyos a Buenos Aires, los dos primeros intentos de radicación?
El primer intento fue en el año 1930, exactamente en el mes de marzo. El 6 de septiembre de ese mismo año vino el golpe de Uriburu aunque, claro, todo esto era una consecuencia de la caída de Wall Street del 20, ¿no?, que estaba coleteando acá. Me acuerdo que una de mis primeras sorpresas –y agradable sorpresa- cuando llegué a Buenos Aires fue ver que todavía quedaban pegados carteles de elecciones que decían: “Irigoyen, la gran esperanza argentina”, y el primer firmante era Jorge Luis Borges. Entonces me pareció muy lindo eso. Y después, bueno, llegó el 6 de septiembre, se fue Irigoyen a Martín García, y parece que el joven Borges cambió de idea y pensó que… José Evaristo Uriburu era la gran esperanza argentina.

-¿Es por entonces que empezás a escribir?
¿En ese momento?... Bueno, en realidad cuando yo empecé a escribir fue en el año 33. Digo, desde el punto de vista de la publicación, porque escribir, escribía desde siempre, para mí. Fue en el 33 cuando hubo un concurso en La Prensa, y premiaban diez cuentos con la suma entonces fabulosa de cuatrocientos pesos por cuento. Y ahí apareció mucha gente: algunos que ya estaban concluidos, otros que después desaparecieron, pero el único hombre que me acuerdo –aunque no de su nombre, tal vez tú lo sepas- es el autor de la letra del tango El zorro gris, que también mandó un cuento y ganó uno de los premios.

-¿Ese cuento se publicó?
Sí, claro, se publicaron todos, publicaron los diez premiados.

-¿Ya entonces eras un buen lector?
Sí, es un vicio de la infancia. Yo creo que en parte mi miopía responde a que yo me hacía la rabona, como se dice en Montevideo –hacerse la rata se dice en Buenos Aires- y me encerraba en el Museo Pedagógico que tenía una iluminación pésima, y me tragué todas las obras de Julio Verne. Todo. Me acuerdo que eran unos libracos de tapas rojas. Claro, mi familia creía que yo estaba en la escuela o en el liceo, no me acuerdo, en esa época. Después largué el liceo, sí, porque no pude nunca aprobar dibujo. Nunca: fracasé en todos los intentos que hice. Así por no saber dibujar no pude ser abogado, por ejemplo.

-Juan, ¿me podés decir de tu paso por la publicidad?
Mi paso por la publicidad fue muy divertido. Había un señor que tenía una agencia de publicidad en Montevideo y en Buenos Aires. Claro que la base principal estaba en Buenos Aires. Ahora bien, yo trabajaba en ese tiempo en una revista de publicidad que se llamaba Ímpetu..

-¿La dirigías incluso?
Sí, la hacía, la hacía totalmente, y era un trabajo muy cómodo porque la hacía cuando me daba la gana. Salía una vez, era una revista muy pequeña, yo traducía cosas para allí, hacía sesudos editoriales sobre…

-Nos importa que digas también algo sobre tu pasaje por el periodismo: las incursiones iniciales en la Argentina y después los años fundamentales de Marcha, en Montevideo

En la Argentina trabajé en una revista que no sé si existe todavía: se llamaba Vea y Lea. Allí era secretario de Redacción. Después trabajé en la mencionada Ímpetu, que era una revista de publicidad, donde, reitero, estaba muy cómodo, salía una vez por mes y todo el trabajo lo podía hacer en casa si me daba la gana. Más adelante vengo a Montevideo, trabajo en una agencia de automóviles, hasta que Quijano decide fundar Marcha. Y bueno Quijano era muy amigo de mi hermano –y mi hermano hasta creo que era adjunto a la cátedra de Estadística de Quijano-, y me ofreció la secretaría de Redacción de Marcha.

-¿Cómo fueron los primeros tiempos de Marcha? ¿Es cierto que trabajabas 28 horas por día?
Heroicos tiempos de Marcha… Bueno, sí, es algo así como una perífrasis decir 28 horas por día, pero en realidad yo seguía hasta el día siguiente, y casi todas las noches me iba a dormir a uno de esos lugares donde te alquilan una cama… Creo que pagaba un peso por noche… Y había también un sabotaje en la imprenta. Bueno, me acuerdo de que el primer número de Marcha lo terminé con las medias ensangrentadas totalmente, ya era la mañana del otro día y Marcha estaba en la calle. Recuerdo que volví a mi casa y andaba los canillitas gritando: ¡Marcha, Marcha!... Violenta carta del doctor Carlos Quijano contra Emilio Frugoni… Todo mentira, ¿no? Nadie sabía qué era en realidad Marcha ni siquiera nosotros que la estábamos haciendo. Aquello era un monstruo, no había rumbo alguno. Y, cierto, también recuerdo que el principal fallador era Despouey, a quien le había encargado una página sobre teatro y cine. Llegaba la madrugada, la una, las dos, las tres y Despouey no aparecía.
Entonces yo le decía a Quijano: “Se acabó, acá metemos cualquier otra cosa, no puede ser”… En ese momento aparecía Despouey, le recitaba un poema de Shakespeare a Quijano, Quijano lo reconocía, se abrazaban y chau, entonces había que seguirla, pagar además las horas extras de los linotipistas y publicar lo que traía Despouey, que siempre era muy bueno. Otras veces me encontraba con que el material simplemente no llegaba, y tuve que inventar cuentos con apellidos desconocidos, que posiblemente hoy fueran famosos si los mandara a un concurso de Marcha.

-¿Qué hay de cierto en aquello de que la primera versión de “El pozo” se te pierde en Buenos Aires?
Sí, la dejé en Buenos Aires.

-¿Y después la reescribiste totalmente?
Sí, la reescribí porque dos amigos –uno es Cunha Dotti y el otro José Pedro Díaz- habían comprado una máquina, yo no sé, creo que se llama Minerva, una máquina de imprimir, y querían hacer una editorial. Estaba Canel también en el asunto, y me preguntaron su no tenía algo para editar allí. Mentalmente rehice “El pozo”, y creo que no hay mucha diferencia entre la primera versión y la que di después. La publicaron con el famoso grabado de Picasso.

-¿Qué nos podés decir de tus amores literarios, Juan?
Ya lo dijeron ustedes: se trata de Céline y de Faulkner… Así que yo me limito a suscribir, rubricar…

-¿Qué es para vos el amor? ¿Cómo lo definirías?
Yo creo haberte dicho alguna vez que no sé el significado total de la pregunta, el significado profundo. ¿Qué es el amor? ¿A qué amor te referís? ¿Al amor físico? ¿A enamorarse de una mujer? ¿O de colecciones de porcelanas? ¿O de libros? ¿Qué es el amor?

-Sencillamente el amor entre un hombre y una mujer.
Eso es para mí, fundamentalmente, un problema de intento de integración. De que dos sean uno. Si se me entiende; si no, pregunte más… Es decir, intento imposible condenado al fracaso desde el principio.

-Porque se convertiría en un egoísmo de dos
Sí, pero además por la total imposibilidad de la comprensión absoluta. Eso no sucede nunca.

-¿Y qué es para vos la literatura?
¿Qué es para mí la literatura? Yo qué sé. Te diría lo mismo si preguntaras qué es para mí la lectura. Es un vicio. Ahora bien, yo no tengo la menor pretensión de cambiar el mundo, de modificarlo con lo que escribo. En realidad tengo que reiterar algo que ya dije varias veces y que es una anécdota de James Joyce. Una chica francesa consiguió una vez una entrevista con Joyce, y le preguntó: “¿Para quién escribe usted?”, James Joyce le dijo: “Ah, muy sencillo yo me siento en una punta del escritorio, en la otra punta está sentado el señor James Joyce, y entonces yo le escribo cartas”.

-¿Cómo se gestó “La vida breve”?
Me parece que la respuesta es imposible, porque la gestación de una novela no puede ser determinada en un tiempo, sino que se va fabricando dentro de uno, y cuando uno empieza a escribirla se vuelve a reproducir, y crece y aparecen otros personajes, aparecen otros argumentos, aparecen otros climas, aparecen otros tiempos. De modo que la pregunta “¿Cómo se gestó?” la contestaría “No sé”.

-En cambio, ¿puedes decir algo sobre la creación de Santa María a partir de “La vida breve”?
Santa María, sí, podría intentar explicar, sin estar seguro de decir la verdad, que surgió justamente cuando, por el gobierno peronista yo no podía venir a Montevideo. Entonces me busqué una ciudad imparcial, digamos, a la que bauticé Santa María y que tiene mucho de parecido –geográfico, físico- con la ciudad de Paraná, en Entre Ríos… No olvidemos también que Entre Ríos fue artiguista ¿no?, pertenecía a la Confederación de Artigas, junto con Corrientes y no recuerdo con qué otras provincias que contábamos en aquel tiempo.

-¿Alguna vez dibujaste Santa María?
No… Una vez mi hijo hizo un mapa hipotético de Santa María, que me ayudó para mover los personajes para no equivocarme, para no repetir las calles… Después perdí el mapa y siguió Santa María de cualquier manera.

-¿Quién es Larsen? ¿Cuántos son?
Y… Larsen son varios tipos. Es el resumen de varias personas que he conocido. El primer Larsen que conocí –y ahora si se pierde tiempo lo voy a lamentar…- yo tendría veintiún años y trabajaba en esa empresa que fabricaba silos para las cooperativas agrarias, lo llamaré Ramonsiño porque era el nombre que le dábamos. Y él tenía dos mujeres en los prostíbulos. En aquel tiempo –no me acuerdo cuál era el barrio de los prostíbulos bonaerenses, pero había, sí, en el límite de la Capital Federal, varias zonas de prostíbulos-, este hombre era muy joven, tenía veinte años.

-¿Los otros modelos de Larsen tenían relación con los prostíbulos?
Hubo otro modelo. Hay modelos que me salteo, pero un modelo que me importa es, por ejemplo, el último Larsen que conocí, y que estaba siempre en una zona no exactamente de prostíbulos sino de eso que llaman Dancing, en ese momento se ubicaban en la calle Rincón y 25 de Mayo, ahora están en el puerto, ¿verdad? Bien. Entonces un día yo estaba en la mesa de uno de esos boliches y un tipo abre la puerta y le pregunta al mozo o al patrón: “Che, ¿vino Junta”, “No, todavía no vino”. Yo me quedé cavilando con el hombre. “Junta”, entonces hablé con el mozo, le dije: “Qué nombre raro… ¿quién es Junta? No, me contestó, le llamaban Junta porque le dicen Juntacadáveres. Ahora el hombre está en decadencia y sólo consigue monstruos, mujeres ya pasadas de edad o de gordura o de flacura”.

-¿Qué dirías sobre la llamada “literatura comprometida”?
Contra los que están comprometidos de verdad, sinceramente, y hacen buena literatura, no tengo nada que decir. Me parece muy bien. Pero después, que se le dé el visto bueno a toda clase de literatura, de regular para abajo, por el solo hecho de estar comprometida, eso me parece absurdo. La literatura es una arte y hay que ser un artista para hacer buena literatura.

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Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”