
Aparentemente Sabina está siguiendo un guión claro que le reporta éxitos sin descanso y que respeta con mucha más disciplina de la que parece: grabar un disco entre la primavera y el verano; hacer una pequeña gira en otoño-invierno; marcharse a Iberoamérica y regresar a España en el albor del verano para ir “in crescendo” mientras se marca a fuego la cita que más acerca los toros a la música, la de Las Ventas. A veces ha sido en septiembre, después de pisar otros recintos. Y esta vez la ha adelantado a junio, al comienzo del “tour” que le va a tener unos meses dando vueltas. Pero en todo caso, el esquema sonaba similar. Y si esta vez no lo va a ser y cabe más que nunca atender a los detalles, es porque Sabina, en esas entrevistas “pre-madrileñas” que concede al “Rolling Stone”, al “Hoy por Hoy” y a los suplementos de los viernes que glosan las actividades de la siguiente semana, se ha hinchado a decir que este concierto era su último paseíllo en Las Ventas y que lo que venga, pasará en lugares más íntimos.
La pregunta ahora es si cabe creer a un tipo que adora el mundo taurino y que por tanto es susceptible de cortarse la coleta sin alejar de su vera la goma del pelo con que hacerse otra. Y mucho más si se comprueba el estado de forma aparentemente formidable con que afronta este periplo. Es cierto, él mismo lo ha admitido, que Las Ventas le supone en sus días previos una encerrona en casa, mal humor, un cuidarse especialmente y cierto ataque de pánico. Se puede comprender que alguien que lo ha sufrido en varias ocasiones, decida que no lo quiere repetir. Pero en honor a esas musas a las que canta y ripia, sería profundamente injusto dejar pasar su estado de gracia.
El Concierto de Sabina en Las Ventas no sólo ha desvelado la emoción de canciones que no envejecen envueltas en la emotividad del anunciado epílogo. Es que ha sido un prodigio en los detalles, que desvelan muchos más ensayos y preparación de los que seguramente la imagen canalla de Sabina quiera admitir. Si el Maestro tiene pereza de repetir el bucle de grabar, tocar en España en invierno, viajar, vivir su ataque de pánico y volver a disfrutar en Las Ventas, tiene otras soluciones que matar la pulga a cañonazos. Sus músicos, sus muchos amigos y los cercanos seguro sabrán dárselas. Pero no puede irse ahora, no ya porque se haya hecho imprescindible, ni porque en el Metro a la vuelta se vea que su público es uno de los más heterogéneos. Y ni siquiera porque él ya sea un mito en vida, con lo difícil que es para los de Úbeda llegar a serlo. Es que Sabina ha encontrado el punto a su música. Y lo tiene todo en orden, depresión del pasado incluida, para forjarse en lo mejor. La angustia de Las Ventas le acosa y le desnuda: ante los retos más desafiantes, Sabina se supera. La solución no es dejar de atreverse a afrontarlos.
Imagino que a esta misma hora los críticos forjan palabras en las que leeremos cosas de todo color. Y tampoco se puede hacer demasiado caso a estas tan humildes, porque nacen desde la admiración profunda. Pero ciñámonos a hechos. Sabina es un tipo de 61 años capaz de aguantar casi 3 horas en un escenario sin perder el pulso. Con muchas canciones dignas de elevarse y que han encandilado a generaciones. Y sobre todo, es un músico a quien en ninguna faceta se le ve un solo síntoma de agotamiento. Hasta la voz, excusa más recurrente, la ha asociado a su figura. Por eso marcharse sería perder demasiado para el Olimpo. Huir sería comprensible siempre y cuando hubiera razones para hacerlo. Y quedarse en casa acabaría motivando un nuevo Praga al que tal vez en esta ocasión no pudiera unirse el hechizo de Benjamín Prado. Decir “adiós”´de golpe, sin que haya un sólido “argumentario”, haría brotar en el alma el chorro de una puñalada...
Así que Sabina está entero y su música también. Ayer fue presuntamente el epílogo en Las Ventas. Se hablará de ello y con suerte, no lo será y el título de este relato resultará erróneo y anacrónico. Ojalá. Bendito Amén.
Fuente: amingarro.spaces.live.com