28 septiembre 2011

El grito de los marginados, Charles Bukowski

La entrevista a Charles Bukowski que se reproduce a continuación, fue realizada por el novelista chileno Poli Délano durante un encuentro que mantuvo con el escritor de los suburbios de Los Ángeles. La misma fue publicada por la revista Crisis (Número 50) en Enero de 1987. La descomposición social, manifestada por el cuentista y poeta a través de un estilo marcadamente despojado y anticonvencional, es quizás el rasgo distintivo de su poética de la perversión. La posibilidad de recuperar la entrevista en la que queda expuesta la personalidad de Bukowski – escéptico hasta el hueso, se leerá en el copete escrito en su publicación original -, permite que el siguiente material sea acompañado por tres poemas seleccionados, como no podría ser de otro modo, arbitrariamente.

“Me gustan los hombres desesperados, hombres con los dientes rotos y los destinos rotos. También me gustan las mujeres viles, las perras borrachas, con las medias caídas y arrugadas y las caras pringosas de maquillaje barato. Me gustan más los pervertidos que los santos. Me encuentro bien entre marginados porque soy un marginado. No me gustan las leyes, ni morales, religiones o reglas. No me gusta ser modelado por la sociedad”.

Así se autodefine Charles Bukowski, el escritor de los bajos fondos de Los Ángeles, norteamericano nacido en Alemania en 1920, uno de los mejores cuentistas de cualquier época y de los más fecundos autores contemporáneos, comparado a veces con Hemingway por el rigor de su estilo y su narración directa y desalambicada (ese estilo “casual” con que a ratos parece inclusive superar al maestro), y con Celine y Henry Miller por sus preferencias temáticas.

Rudo, cochino, tierno, despiadado, humano, denunciante, sexual, violento, no figura sin embargo entre los best-sellers de la narrativa de hoy, y es explicable: su literatura duele, nada tiene de complaciente, le dice a mucha gente cosas duras que ésta no quiere oír, prefiere olvidar o prodigarles una olímpica verónica. Sus personajes son reventados física y moralmente: prostitutas baratas en tiempo de descuento, borrachos sin remedio, jugadores delirantes y de suerte pésima, violadores de niñitas inocentes, delincuentes despiadados, tipos todos que sirven para trazar un gran fresco de la descomposición moral de un mundo donde los valores andan volando bajo, por las alcantarillas. “La suya es la voz de los sin trabajo, mujer ni domicilio- sugiere Juan Carlos Kreimer-, de los que se pagan un cuarto por varias noches en una pensión de décima y lo usan para dormir de día las resacas que se agarran de noche”. Por su parte, Carlos Olivares, cuentista chileno de los sesenta y bukowskiano fanático, dice que se trata de un “escritos- droga: si se lee una vez se adquiere el vicio de perseguir sus libros”. Sin embargo, soy más bien de la opinión de que se trata de un escritor que genera reacciones extremas: o gusta a morir, o produce verdaderas náuseas. Hace algún tiempo, antes de conocer a Bukowski personalmente, cuando acababa de descubrirlo y lo incursionaba por primera vez, se me ocurrió empezar a leerle en voz alta uno de los cuentos de La maquina de follar a una escritora que me visitaba en Cuernavaca en México, donde viví algunos años. Antes de dos páginas, mi amiga se levantó, me dijo con cierta indignación que no siguiera y se dirigió al baño, a vomitar. Así es. Sus editores lo presentan como alguien que abandonó durante diez años la literatura para dedicarse exclusivamente a beber. También sostienen que Celine o Miller son dulces monaguillos comparados con Bukowski.
Llegué a casa de los Bukowski en San Pedro (el puerto de Los Angeles) con el poeta David Valjalo, amigo común que había concertado la cita. Eran cerca de las nueve de la noche y nos abrió la linda Linda Lee, su compañera, siglos más jóvenes, risueña, jovial y aficionada a las comidas naturistas. Le entregué las botellas de vino que llevaba y al entrar en el living de la casa, entraba también, desde otro lado, Bukowski, delgado, greñudo, con la camisa afuera, cordial, con algunas copas ya en su haber. Venía de su cuarto de trabajo, una especie de antioasis; dentro de una casa bien tenida, perfectamente clase media, limpia y ordenada, un cuarto donde el escritor reproduce su hábitat de toda la vida: el desorden, puchos apagados y tarros de cerveza vacíos por todo el suelo. “Necesito trabajar en un ambiente así”, asegura Bukowski. “Me estimula”. Pronto nos pusimos manos a la obra con el vino, y la conversación se fue por muchas rutas, perdió a ratos su norte, quedaron cabos sueltos, ideas inconclusas, pero de algún modo las preguntas y las respuestas están ahí. Después de todo, fueron las tres botellas que yo llevé y tres más, y la noche se prolongó hasta la madrugada. En un momento pregunté si a un cuento “Los asesinos” lo había titulado así por un cuento homónimo de Hemingway. Dijo que sí, que por supuesto, aunque consideraba que el suyo era superior al del viejo Ernest. No lo dijo con pedantería, sino más bien con una sonrisa, como si él mismo no creyera lo que estaba diciendo. Y es posible, mirando bien las cosas, que tenga razón: que su texto sea más doloroso, más intenso y hasta más perfecto que aquel magistral relato de los gangsters que van en busca de un boxeador sueco al que tienen que mandar a mejor mundo. Pensando en los autores a quienes alude para bien o para mal en varios cuentos – “G.B. Shaw no me produce más que bostezos… el Hemingway joven era bueno… Gingsberg a veces” – le pregunto por sus lecturas del momento, que autores le gustan, de cuáles abomina. La verdad – contesta- es que hace treinta años que no leo nada.

La respuesta es sorprendente, aunque no inverosímil, si pensamos que Bukowski escribe como un desaforado y bebe todos los días hasta que el alcohol ocupe el escenario central de la cabeza. Cuando deja la pluma, no hay lugar ya para la lectura. Sin embargo, podría tratarse también de una respuesta un tanto publicitaria, porque la verdad es que en cuentos y novelas menciona a escritores y tiene ideas muy definidas acerca de ellos: “Dejando a un lado a Dreiser, Thomas Wolfe es el peor escritor norteamericano, Burroughs es terriblemente aburrido, Faulkner una nulidad. Saroyan sería bueno si no fuera tan optimista.”

-¿Por qué siendo tan bueno – le pregunto sin ironía- tus libros no salen de las editoriales marginales como Black Sparrow o City Lights?

-No me gustan las ediciones millonarias. Pueden dar mucho dinero y uno corre el riesgo de volverse rico. Detesto a los ricos. Y me mantengo leal a Black Sparrow. Cuando yo andaba muerto de hambre, ellos me pagaron cien dólares por una serie de relatos y además los publicaron.

En la conversación, Bukowski va respondiendo preguntas, expresando ideas, manifestando su visión del mundo y de las cosas más íntimas y cotidianas. Lo que dice lo hemos leído y releído en sus cuentos y novelas, antes o después de esta noche cordial; es decir, hay una comunión estrecha y dinámica entre lo que este autor escribe y lo que la vida le va deparando en cada esquina.

-Te han acusado de machista – le digo.

La respuesta que me da podría ser la misma que da el “gran poeta” de su cuento a su joven entrevistador, cuando le pregunta qué piensa sobre la liberación femenina: “en cuanto ellas se dispongan a lavar el auto, a empujar el arado, a perseguir a los dos tipos que acaban de asaltar la tienda de licores o a limpiar alcantarillas, en cuanto a ellas se dispongan a que les vuelen las tetas de un balazo en el ejército, yo estaré listo para quedarme en casa y lavar los platos y aburrirme recogiendo hilachas de la alfombra”.

En su novela Mujeres (tema en el que ha investigado mucho, según me pone en la dedicatoria), el protagonista, Henry Chinaski (autobiográfico, apodado Hank y personaje de otros cuentos y novelas del autor) está sentado, solo, bebiendo en un bar. Llega una dama que se presenta como profesora de literatura, acompañada de una de sus alumnas. Le piden al escritor que le responda algunas preguntas para la clase. La primera de ellas indaga sobre quién es su escritor favorito. Chinaski menciona a John Fante (el propio Bukowski me dijo que Fante era su mayor influencia), autor de Pregúntale al polvo. ¿La razón? “Emoción total. Un hombre muy valiente”. ¿Quién le sigue a Fante? Insiste la profesora. Celine, dice Chinaski. ¿Razones? “Lew sacaron las entrañas y pudo reír y los hizo reír a ellos además. Un hombre muy valiente”. ¿Cree Ud. en la valentía? “Me gusta verla en cualquier parte”, dice el escritor, “en los animales, en las aves, en los reptiles, en los humanos. ¿Razones? “Me hace sentir bien. Es asunto de estilo frente a ninguna oportunidad”. La frase desde luego recuerda el concepto hemingwayano de “gracia bajo la presión” que acaso ha sido mejor traducido como “elegancia en el sufrimiento”. La siguiente pregunta de la maestra cae por su propio peso. ¿Hemingway? “No”, dice Chinaski a secas ¿Razones? “Muy torvo, demasiado serio. Buen escritor, frases magníficas. Pero la vida para él siempre fue una guerra total. Nunca se soltaba, no bailaba nunca.” La maestra y su alumna guardaron sus cuadernos y se esfumaron. Chinaski se lamenta de no haber alcanzado a decirles que sus verdaderas influencias eran Gable, Cagney, Bogart y Errol Flynn. En otro momento de la misma novela, Henry Chinaski se halla en casa de Sara (que por algunos rasgos y situaciones parece corresponder a Linda Lee) cuando llega un joven de barba negra y pelo largo que se presenta como poeta y le pregunta cómo logra un autor publicar sus obras. Se produce el siguiente diálogo, de absoluta elocuencia:

-Se le entrega a los editores.
-Pero yo soy desconocido.
-Todos empezamos desconocidos.
-Doy tres lecturas por semana. Y como soy actor, leo muy bien. Me imagino que si leyera más mis propias cosas, alguien podría querer publicarlas.
-No es imposible.
-El problema es que cuando leo no aparece nadie.
-No sé que decirle.
-Voy a editar mi propio libro,
-Así lo hizo Whitman.
-¿Quiere leer algunos de mis poemas?
-Por ningún motivo.
-¿Por qué no?
-Sólo quiero beber.

Sin comentarios. Mujeres es una novela deliciosa en la que el protagonista narra su vida erótica a partir de los cincuenta años, con un realismo bastante crudo que a ratos podría confundirse con la pornografía. Ágil, divertido, despiadado, va entregando paso a paso una verdadera galería de personajes femeninos que atentan un poco violentamente contra los postulados feministas. “Me acusan mucho por mis personajes favoritos”, me dijo Bukowski aquella noche. “Si pinto a una mujer que es basura, las feministas se me echan encima, mientras que si pinto un hombre que es basura, no me dicen nada”. Injusticia sexual, si se quiere.

Si abrimos cualquiera de las ediciones recientes en Bukowski y leemos las listas de sus obras, no podemos dejar de lanzar una exclamación de sorpresa:¡alrededor de cuarenta títulos! Y eso que empezó a publicar después de los cincuenta años. Cientos de cuentos (reunidos en español bajo los títulos de La máquina de follar, Se busca una mujer, Erecciones, eyaculaciones, exhibiciones y Escritos de un viejo indecente, varias novelas (Factótum, Cartero, Mujeres y La senda del perdedor), y un sin fin de poemas que han recorrido buena parte de las universidades norteamericanas en los recitales que Bukowski suele dar por el pago de quinientos dólares. Que sepamos, sólo un volumen de su poesía ha aparecido en traducción al español, Soy de la orilla de un vaso que corta, soy sangre, publicado en México. Sus poemas se parecen a sus cuentos; son de clara tendencia narrativa. Comentándolos, el escritor uruguayo Saúl Ibargoyen señaló: “Al igual que en sus relatos, Bukowski atrapa seres marginados, distorsionados, alienados, confusos, declinantes. Quizá por extraña solidaridad o por una ternura inconfesable; o simplemente porque su desgarrada historia de penuria, desempleo, ánimos de escritor tardío, de alcohólico destructivo y de mujeriego fatalista, lo puso en el único rumbo que podía elegir. Aún así, esta poética contiene una fuerza dramática, una intensidad vital y un propósito inclaudicable que obligan a estudiarla con detención y desprejuicio. Tal vez los poetas “puros” que tanto abundan todavía por estos mundos de mero papel, queden horrorizados. Bukowski, sencillamente, se reirá de todos. Nosotros también”.

Maestro indiscutible del cuento, Bukowski ha dado también un campanazo fuerte en la novela, con uno de sus libros más recientes, La senda del perdedor, que muestra una diferencia básica con casi todo el resto de su obra narrativa: se aleja del obsesivo tema sexual que lo persigue para centrarse autobiográficamente en la vida de un niño Chinaski-Bukowski – hijo de un padre brutal, mediocre y violento que lo azota con una correa de cuero- que avanza a través de una adolescencia dura y desolada de la época de la Depresión hasta los primeros años de la juventud. La mirada del autor es oblicuamente compasiva y le otorga una alta dosis de humanidad al personaje, verdadero sobreviviente que vive y se desvive aplicando el ya citado lema hemingwayano de “elegancia en el sufrimiento”. La misma mirada compasiva que enfoca a toda la corte de seres marginales que pueblan su obra y que se pasan la vida jugando a perdedor. Conociendo la infancia y la adolescencia de Henri Chinaski, entendemos mejor las raíces de la violencia bukowskiana que tanto ha incomodado a los sectores más burgueses y puritanos del público lector, que se niegan a ver más allá de sus narices y escudriñar un poco en la basura. Dice Stephen Kessler que Bukowski escribe con un sentido de la verdad típico de quién no tiene nada que perder, y que “el ataque moralista- filosófico de Henry Miller contra las convenciones sociales y literarias, parece trascendentalmente ingenuo frente a la mirada que desde más abajo del bien y el mal ejerce Bukowski”. Sin embargo, apuntamos para terminar, que entre la angustia, el escepticismo que sobrepasa lo cínico, la amargura de residir en un mundo que al parecer no tuviera soluciones, Bukowski es capaz de sacar la sonrisa, cierta dosis de generosidad humana que hace que, después de todo, no se pierdan las esperanzas.

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Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”