14 mayo 2010

“No conozco canciones de amor optimistas”

Si de un helado de aguardiente alguien puede sacar una canción y en ella hacer que una tanguita de serpiente suene a vestimenta de musa. Ese es Joaquín Sabina.

Así lo prueba y lo canta el español en Tiramisú de limón, punta de lanza del disco Vinagre y rosas. Quedó claro que el llamado Flaco de Úbeda seguía tan flaco como siempre, tan estilísticamente sorprendente con la palabra como hace 22 años atrás cuando era El hombre del traje gris, o hace 32 cuando ponía a circular su primer Inventario.
¿Truco o juego? ¡Lo que sea! Sabina consigue sacar frutos de los terrenos áridos, de eso lares donde el ego corre el riesgo de no salir victorioso: el desamor, la melancolía y la tristeza.
Cuando la pluma es buena y se tiene por costumbre ver más allá de la propia nariz , lo “mío” se vuelve “tuyo” y lo del “otro” se vuelve “nuestro”.
Eso pasó para el Vinagre y rosas, disco que ha puesto a girar a Sabina por toditas partes y eso incluye a Costa Rica, donde, a fuerza de presión y derecho al berreo, los fans obtuvieron dos fechas en lugar de solo una: 11 y 12 de mayo, en el Palacio de los Deportes.
Para suerte de Sabina, su amigo Benjamín Prado –un feroz escritor– tenía el corazón hecho polvo y, en el afán de alivianar las penas, ambos se marcharon a Praga (República Checa). Y desde esa musa cruel, que es el dolor, se asomaron las canciones.
Gracias a que el teléfono acorta distancias, Sabina habló de todo esto con Viva, desde España.
-Voy a hacer la pregunta tonta de la semana, digo “tonta” porque es una cuestión de sentido común: el vinagre es agrio y las rosas de aroma dulce. ¿Vinagre y rosas es el desamor y el amor encontrados en una misma línea?
Exactamente. Es una lucha de contrarios, una paradoja. Me gusta mucho trabajar con palabras que, aparentemente, se oponen pero que cuando se juntan, como los dos polos contrarios de la electricidad, producen una descarga.
-Pasaron cuatro años desde que hizo el disco Alivio de luto, ¿acaso estaba aburrido, acaso ocupaba detonante?
Estaba un poco fuera del momento de escribir canciones y lo que disparó esta nueva serie de canciones fue irme a Praga con un amigo, al que acababa de dejarlo su novia (se ríe). Un amigo muy querido y un muy buen escritor...
-Benjamín Prado.
Exacto. Y en esa ciudad tan melancólica, tan hermosa, tan íntima y donde absolutamente nadie nos conocía la pasamos muy bien, hicimos una celebración de la amistad y, luego, escribimos las canciones de este disco.
-Por eso, Praga es escenario de Cristales de bohemia.
Claro, porque es en Praga donde nacieron esas canciones.
-¿Fue divertido o, más bien, fue necesario escribir a cuatro manos con Benjamín Prado?
Primero fue divertido porque él estaba mal y yo estaba demasiado bien (se ríe). A él lo había dejado su novia y a mí, mi novia no me dejaba tener novia (suelta la carcajada). Si a mí no se me ocurren canciones, tengo otras cosas que hacer, no vivo atormentado por escribir canciones. Pero en ese momento, sí tenía ya la necesidad de escribir canciones y de tener canciones nuevas para cantar. Todo eso colaboró para que las hiciéramos.
-Por la gracia con que cuenta que a Benjamín lo había dejado su novia, me atrevo a preguntar: ¿Es el dolor, entonces, una buena fuente de inspiración, una musa cruel?
Son un poco ambas cosas. El dolor es cruel, pero las canciones nacen del dolor más que de la alegría. No conozco canciones de amor optimistas; eso no existe, eso sería un insulto para la pobre gente que solo tiene desamor.
“El desamor, la melancolía, la tristeza son jardines donde florecen mejor las canciones”.
-¿Siente que es cierto lo que dicen de que en este Vinagre y rosas hay un ligero paso de lo autobiográfico a tomar vidas prestadas?
En realidad, no son vidas prestadas. Cuando uno escribe canciones de desamor araña en su propia memoria, en su propia biografía y araña también en la memoria de la gente, puesto que si la gente no puede apropiárselas como suyas, las canciones no existen. Si hablamos de canciones de autobiografía, ahí esta Viudita de Cliquot.
-Además de la (canción) Crisis, ¿cuáles podrían ser para usted libros sin punto y final?
Pues seguramente el que llevo años escribiendo y nunca me he decidido publicar y que es una especie de caleidoscopio de cajón de sastre, de revoltijo caótico donde se mezcla mi memoria, mi vida actual y un montó n de historias . Es un gran libro y digo “gran” no porque sea muy bueno, sino porque es muy gordo. Alguna vez lo publicaré, si consigo acabarlo.
-A veces pienso que una parte de Chile quiere olvidar el golpe de Estado y hoy, 36 años después del mismo, en un hermoso homenaje que hace usted a Violeta Parra en Violetas para Violeta, recuerda este hecho: “pregúntales a los milicos qué hicieron en La Moneda”.
Yo, que amo a Chile, y eso se ve en la canción, sí creo que en Chile ha habido una especie de amnesia provocada para no remover el pasado y para que la gente no tenga muy presente lo que hicieron en La Moneda. Por eso hice la canción, para recordarles a los chilenos quién fue Salvador Allende y quiénes éramos los que amábamos ese proceso.
-En Costa Rica, miles de sus seguidores armaron un revuelo a través de Facebook para un segundo concierto suyo y lo lograron. ¿Al salirse los fans con la suya, Sabina se sale también con la suya?
Yo dije que sí hiciéramos un segundo concierto cuando me enteré de eso, pero no me salgo con la mía (se ríe). No me gusta cantar dos días seguidos, me gusta acabar de cantar e ir con los amigos a tomar unas copas. Para cantar al día siguiente, tengo que irme temprano a la cama y mantenerme mudo y sobrio (se ríe), pero creo que los costarricenses se lo merecían y yo también. Siempre que he actuado en Costa Rica, he sido bastante feliz, he hecho hasta canciones allí. Qué menos que uno se cuide un poco para darles gusto a los costarricenses.
-Hace ocho años conversamos para Dímelo en la calle y le pregunté si había logrado escribir la canción más hermosa del mundo...
Y te dije que no.
-Exactamente, y que la gracia era tratar de seguir escribiéndola...
(Se ríe) Pues la respuesta sigue siendo la misma.

entrevista/nacion.com

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Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”