07 mayo 2011

“Siempre hice poesía de izquierda”/Juana Bignozzi

Le gusta demoler mitos, uno a uno y de a poco, cada uno a su tiempo y con la sabiduría y la ironía que le fueron dando los años. Para deshacer esos mitos, primero hay que saber vivirlos, los heredados –padre panadero anarquista, que se pasó al Partido Comunista durante el peronismo–, y los construidos en los años ’60, lo que parece confesional en su obra jamás es una confesión estrechamente vinculada con su biografía. Nunca pensó que ella y la poesía se iban a cruzar alguna vez por el mismo camino. No fue la típica chica que a los seis años espantaba a la madre insistiéndole, con esos gritos exasperados por una revelación vocacional cuasi divina: “¡quiero ser poeta!” Y como no tiene habilidad para hacer casi nada, no sabe qué hubiera sido de su vida. ¿Oradora? “Quizá”, admite Juana Bignozzi. ¿Actriz? “No”, grita sacudiendo la cabeza. “Soy un tronco”, aclara. “En mi familia nunca se aceptó la idea del sacrificio. Me mandaron a la escuela primaria a la tarde porque consideraban que no era necesario que me levantara a las siete de la mañana como una desgraciada”, cuenta Bignozzi. Y queda claro que no es la típica poeta sacrificada y abrumada por las escasas visitas de esa extraña dama llamada inspiración. “Yo me divierto cuando escribo. Lo que no me sale, lo dejo y lo retomo en unos meses. Y si no puedo arreglarlo es porque no lo sé escribir y punto. Eso de la página en blanco es ajeno a mí. No vivo torturada por un verso, soy una poeta sin tragedia.” Bignozzi es considerada como “una de las voces más personales y profundas, más entrañables y cálidas de nuestra lengua”, según señala Jorge Lafforgue en el prólogo de La ley tu ley (Adriana Hidalgo), la obra reunida que incluye los poemarios Mujer de cierto orden (1967), Regreso a la patria (1989), Interior con poeta (1996) y La ley tu ley (2000). A punto de publicar La escalera de Aracoeli (ver aparte) y con varios libros terminados en busca de un editor (Las poetas visitan a Andrea del Sarto y Quién hubiera sido pintada, entre otros), Bignozzi repasa en la entrevista con Página/12 el desamparo en que la dejó el fracaso del Partido Comunista, el mito del “obrero blanco, consciente y lúcido”, propio de la izquierda no peronista, confiesa su terror al juvenilismo, a ser una poeta anacrónica, y revela detalles sobre su experiencia en los cursos de poesía que da en la cárcel de Ezeiza. “En mi franja de edad me debo haber quedado un poco sola, quizá por eso me llaman los periodistas para hacerme notas. Como Alejandra Pizarnik está muerta, soy la única poeta del ’60 viva. No me gusta que me llamen tanto, temo ser una figurita repetida”, subraya. “No soy una mujer silenciosa que busca el recogimiento que tanto dicen que necesitan los poetas. A mí me gusta mucho la vida social, pero estoy acostumbrada a tener menos compromisos.” –¿Le molesta un poco la etiqueta de “poeta del ’60”? –Para nada, porque corresponde a mi edad y a mi generación. Te puede incomodar, pero por suerte eso conmigo no pasa, cuando está dicho como representante de lo malo del ’60, de los tics de esa década, de las propuestas anquilosadas. Pero en ese sentido no soy una poeta del ’60. –Beatriz Sarlo señalaba, por Mujer de cierto orden, que ya en 1967 había una Juana Bignozzi completamente construida como poeta, ¿coincide con esta observación? –Creo que sí. Lo que adquirí después es la sabiduría que te da lo vivido, aunque estructuralmente ya estaban todos los temas que he ido desarrollando. Esos poemas, escritos por una muchacha que tenía 26 años, fueron reescritos por una mujer hasta llegar a la edad que tengo, casi 69. Aunque fui cambiando con la edad, siempre tuve mucho terror al juvenilismo y miedo a tomar lenguajes o estéticas que me interesan y que sigo, pero que son propias de otra edad. Si yo escribiera de esa manera, sería una mujer anacrónica. –En esos poemas de juventud la idea del fracaso de la revolución ya estaba presente, antes de que ocurriera. ¿Cómo vivió esa época? –Creía en la revolución y en mis compañeros. Pero ese fracaso que se percibe en Mujer de cierto orden no es el de la política; es el fracaso del Partido Comunista, que era mi sostén ideológico. Tener lucidez siempre te ayuda y yo vislumbraba que no iba a vivir ni hacer la revolución en la Argentina. Desgraciadamente eso que sentía se confirmó después. Quizás esos poemas reflejaban la soledad de una mujer que se ha quedado sin partido; nunca encontré nuevamente una estructura sólida que me permitiera integrarme. Y esa no militancia nunca la superé. No la supero hoy, incluso está en mis poemas recientes. Nunca hice poesía política, porque no tengo voz para eso, pero siempre hice una poesía ideológica de izquierda. Y por eso mi poesía se fue decantando tanto hacia lo ideológico porque la política me había dejado de lado. Era una excluida, no podía participar y tenía prejuicios que no podía superar para integrarme en el peronismo. Pero de las comunistas que conozco, yo soy la más peronizada. –¿Cómo es eso? –Siempre he tenido culpas y tentaciones (risas). Culpa por no poder adherir a esa tentación que es el peronismo. Tengo muy mala relación con la gente que dice “la gente como uno”. Hay un discurso, que era el de mi casa y que sigue siendo el discurso de cierta izquierda, “el del obrero blanco, consciente y lúcido”, que no me gusta para nada. Esa idea de que la inmigración europea blanca y de ojos claros trajo la ideología es cierta históricamente, pero no son los dueños del proletariado. No me siento fascinada por ese obrero blanco y de ojos claros. –¿Qué hubiera pasado en su casa si aparecía con un obrero morocho y peronista y les decía “les presento a mi novio”? –¡Qué problema!, nunca se me hubiera ocurrido (risas), no se me ocurre tampoco ahora en mi vida personal. En última instancia es un planteo teórico; finalmente soy la hija de un obrero blanco y de ojos claro y eso ya no se arregla, no es fácil. ENTREVISTA A LA POETA JUANA BIGNOZZI, MUJER DE CIERTO ORDEN/Silvina Friera/julio 2006

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Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7


Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...

...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)



Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental

No puedo hablar con mi voz sino con mis voces.

Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.

Un canto que atravieso como un túnel.

Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.

Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.

En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.

No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.

¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.

Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?

Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)

Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)

(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)

Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).

Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.

No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.

Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.

Hay un jardín.


Las olas - Virginia Woolf

El sol no había nacido todavía. Hubiera sido imposible distinguir el mar del cielo, excepto por los mil pliegues ligeros de las ondas que le hacían semejarse a una tela arrugada. Poco a poco, a medida que una palidez se extendía por el cielo, una franja sombría separó en el horizonte al cielo del mar, y la inmensa tela gris se rayó con grandes líneas que se movían debajo de su superficie, siguiéndose una a otra persiguiéndose en un ritmo sin fin. Al aproximarse a la orilla, cada una de ellas adquiría forma, se hinchaba y se rompía arrojando sobre la arena un delgado velo de blanca espuma. La ola se detenía para alzarse enseguida nuevamente, suspirando como una criatura dormida cuya respiración va y viene inconscientemente. Poco a poco, la franja oscura del horizonte se aclaró: se hubiera dicho un sedimento depositado en el fondo de una vieja botella, dejando al cristal su transparencia verde. En el fondo, el cielo también se hizo translúcido, cual si el sedimento blanco se hubiera desprendido lo cual si el brazo de una mujer tendida debajo del horizonte hubiera alzado una lámpara, y bandas blancas, amarillas y verdes se alargaron sobre el cielo, igual que las varillas de un abanico. Enseguida la mujer alzó más alto su lámpara y el aire pareció dividirse en fibras, desprenderse de la verde superficie en una palpitación ardiente de fibras amarillas y rojas, como los resplandores humeantes de un fuego de alegría. Poco a poco las fibras se fundieron en un solo fluido, en una sola incandescencia que levantó la pesada cobertura gris del cielo transformándola en un millón de átomos de un azul tierno. La superficie del mar fue adquiriendo gradualmente transparencia y yació ondulando y despidiendo destellos hasta que las franjas oscuras desaparecieron casi totalmente. El brazo que sostenía la lámpara se alzó todavía más, lentamente, se alzó más y más alto, hasta que una inmensa llama se hizo visible: un arco de fuego ardió en el borde del horizonte, y a su alrededor el mar ya no fue sino una sola extensión de oro. La luz golpeó sucesivamente los árboles del jardín iluminando una tras otra las hojas, que se tornaron transparentes. Un pájaro gorjeó muy alto; hubo una pausa: más abajo, otro pájaro repitió su gorjeo. El sol utilizó las paredes de la casa y se apoyó, como la punta de un abanico, sobre una persiana blanca; el dedo del sol marcó sombras azules en el arbusto junto a la ventana del dormitorio. La persiana se estremeció dulcemente. Pero todo en la casa continuó siendo vago e insustancial. Afuera, los pájaros cantaban sus vacías melodías. (fragmento) 1931

Virginia Woolf - Orlando

"Habiendo interrogado al hombre y al pájaro y a los insectos (porque los peces, cuentan los hombres que para oírlos hablar han vivido años su soledad de verdes cavernas, nunca, nunca lo dicen, y tal vez lo saben por eso mismo), habiendo interrogado a todos ellos sin volvernos más sabios, sino más viejos y más fríos -porque ¿no hemos, acaso, implorado el don de aprisionar en un libro algo tan raro y tan extraño, que uno estuviera listo a jurar que era el sentido de la vida?- fuerza es retroceder y decir directamente al lector que espera, todo trémulo, escuchar qué cosa es la vida: ¡ay! no lo sabemos. " (fragmento)

“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”

__

“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”

__

“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”

__

“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”

__

“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”

__

“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”