13 junio 2011
01 junio 2011
El Amante Después De Todo/Leonard Cohen

Mueres exactamente con ese aspecto, en toda tu diarreica posesión de tu elevado rango.
Tu cieno bajo el sol, agente de la podredumbre en mi gran corazón marinero. Eres tú.
Es tu miserable juicio de mi asunto amoroso.
Una blanca mariposa parpadea como el final de una película doméstica, y me da palabras, y con ella puedo construir un mundo en el que tú puedas menearte, un mundo grande, complejo y verdadero, en el que resultó ser el amante después de todo, y tú resultas ser
tan sólo estúpida, pero perdonada en un granizo de semillas.
¿Cómo puedo ponerte a dormir? ¿Qué piedra tallada, qué inscripción podrían mantenerte yacente? Me destestas porque carezco de temple. Sobre tu fatiga alzamos el emblema de la victoria. lnhalamos profundamente la fragancia de tu rendición. Es exactamente mediodía. Yo soy la falsa voz del armisticio. ¿Quién espera tras tus ojos idiotas el golpe final?
EL AMANTE DESPUÉS DE TODO
Aunque eres capaz de ser más astuta que yo, no pienso volver a ti. Aunque la pureza de tu amor se vea reafirmada por el unánime temblor de todas y cada una de las plumas de las huestes celestiales, no tengo intención de volver al hacha de tu amor. Oh triunfante hombre
esposo y rey del lazo de los caballos sin corral, no pienso volver a ti, aunque me retuerza entre tus brazos y rinda ante tu voluntad la esencia total de mi polvorienta cáscara aquí en este capturado salón del sudor, jamás pienso regresar, juro por la desgarrada cortina de mi virginidad y el silencio espeso como la sangre entre las palabras sin puentes, que te mentiré por toda la eternidad; y que jamás seré de nuevo el receptáculo de tu necesidad.
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Leonard Cohen, justísimo ganador del Premio Príncipe de Asturias de las Letras.
13 mayo 2011
"El libro de barrio Acindar"/14 de mayo de 2011

Presentan el Libro sobre la historia de Barrio Acindar
El próximo sábado 14 de mayo a las 19hs, será presentado en el Auditorio del Museo de la Memoria -Córdoba esq. Moreno- el “Libro de Barrio Acindar”, publicación que reseña la historia de esta significativa barriada rosarina.
Esta publicación es fruto de un trabajo que demandó 3 años y articuló diferentes actores: estado local, vecinos del barrio, especialistas, estudiantes universitarios y terciarios. A través de la coordinación de los equipos técnicos del municipio -CMD Sudoeste y la Secretaría de Cultura- se convocó a voluntarios, con quienes se realizó la investigación y posterior edición de este material.
El enfoque de la historia oral temática junto con una perspectiva participativa en el proceso de implementación permitieron lograr un producto riguroso metodológicamente y abierto, perneado por las voces en primera persona de más 100 entrevistados: “Acá había una zona de quintas, de pastoreo, tenían vacas. Todavía quedan pinos de antes del barrio. No había ni pavimento ni medios de transporte, no había nada –cuenta un ex trabajador metalúrgico y antiguo vecino del barrio en la publicación-, hasta que en 1942 empezaron a construir la fábrica.”
El barrio era un pueblo dentro de la ciudad. Según los vecinos fue concebido como un pequeño espacio ideal, basado en la construcción de baja densidad, incorporando un elemento esencial y único en la historia de la construcción de la ciudad: “los centros de manzana” como espacios de uso y recreación público para sus habitantes.
Hoy 3 chimeneas permanecen en la retina de los habitantes, recordando aquel pasado, pero lejos están de solo agotarse allí. Desde 1942 en que se fundó la Acería en Rosario hasta la actualidad, Acindar muto absoluta y parcialmente como pocos barrios de nuestra ciudad.
Surgido en el marco del Presupuesto Participativo, el proyecto Historia, Identidad y Perspectiva que coordina el Centro Municipal de Distrito Sudoeste y la Secretaría de Cultura y Educación de la Municipalidad de Rosario, propone recuperar en El libro de Barrio Acindar toda esa compleja historia fabril y barrial a partir del aporte de sus propios protagonistas, los ex trabajadores de la planta siderúrgica y los antiguos y nuevos vecinos del barrio, uniendo sus diferentes voces e imágenes como las líneas de un mapa que puede servir para nuevas investigaciones o simplemente para comparar y enriquecer la memoria personal con la colectiva.
El camino emprendido -recorrido rigurosamente- condujo a la colecta de tanta información que se tornó casi una necesidad realizar una publicación gráfica completa, un libro que permitiera plasmar en su verdadera envergadura la maravillosa historia develada. Así, junto a la Editorial Municipal y el Programa Rosario Bicentenario se acometió la tarea de concretar esta publicación.
Voluntarios estudiantes terciarios, universitarios, profesionales, instituciones y vecinos en general colaboraron cotidianamente con la tarea, ya que con este proyecto la historia y la identidad de cada barrio son ubicadas en el centro de la escena, para ser investigadas y recuperadas, y para ser difundidas y revalorizadas: “…recuperar historias para el presente y el futuro, documentarlas y exponerlas como fuerza viva para las distintas generaciones…”.
Con este tipo de tareas se generan espacios de sociabilización, encuentro y reflexión donde la ciudad se revaloriza como hábitat, como forma y contenido de la Identidad. Desde julio de 2010 se comenzó a recorrer las calles de Barrio Plata, para continuar el camino iniciado con El Libro de Barrio Acindar.
Para conocer más sobre el proyecto que da origen al libro invitamos a recorrer el sitio www.barriosderosario.org.ar donde se encuentra parte de lo recabado.
Acindar, de jardines y fábricas
Cuando en 1942 se radicó Acindar en Rosario, la zona carecía de construcciones, siendo un gran predio donde cultivaban flores para la venta. Desde entonces, la zona conoció un vigoroso proceso de transformación económica, social y urbanística que atraviesa toda la segunda mitad del siglo XX y llega hasta la populosa actualidad.
El origen de esta peculiar construcción urbana puede encontrarse en el modelo urbano de la ciudad-jardín desarrollado en los albores del siglo XX en Europa. En la actualidad, uno de estos centros de manzana contiene la sede de la vecinal, que funciona desde 1965. El barrio ha cambiado su fisonomía y dinámica de antaño, ampliando y complejizandose desde todos los aspectos: edificios, casas de una y dos plantas, nuevos habitantes, y nuevas relaciones, todo eso desde finales de 1980.
Proyecto Historia, Identidad y Perspectivas
Fuente: Lagrima Luna/Pablo Shuster
07 mayo 2011
“Siempre hice poesía de izquierda”/Juana Bignozzi
30 abril 2011
Diarios de mi vejez/Ernesto Sabato

1911/2011
29 abril 2011
Alejandra

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Nombres y figuras
La hermosura de la infancia sombría, la tristeza imperdonable entre muñecas, estatuas, cosas mudas, favorables al doble monólogo entre yo y mi antro lujurioso, el tesoros de los piratas enterrado en mi primera persona del singular.
No se espera otra cosa que música y deja, deja que el sufrimiento que vibra en formas traidoras y demasiado bellas llegue al fondo de los fondos.
Hemos intentado hacernos perdonar lo que no hicimos, las ofensas fantásticas, las culpas fantasmas. Por bruma, por nadie, por sombras, hemos expiado.
Lo que quiero es honorara a la poseedora de mi sombra: la que sustrae de la nada nombres y figuras.
26 abril 2011
Gonzalo Rojas/La reniñez

A lo mejor debiera uno callarse. Pero no. Todavía no. Por lo menos todavía no. Estoy viviendo un reverdecimiento en el mejor sentido, una reniñez, una espontaneidad que casi no me explico. Es como si yo dejara que escribiera el lenguaje por mí. Parece descuido, y es el desvelo mayor. Estoy dejando que las aguas hablen, que suban las aguas, y que ellas mismas hablen.
Gonzalo Rojas
1917/2011
24 abril 2011
16 abril 2011
rodolfo walsh
09 abril 2011
El misterio de un poema de Borges

02 abril 2011
2 de abril

La Guerra de las Malvinas, guerra patria que por un rato unió a los argentinos pisadores y a los argentinos pisados, culmina con la victoria del ejército colonialista de Gran Bretaña.
No se han hecho ni un tajito los generales y coroneles argentinos que habían prometido derramar hasta la última gota de sangre. Quienes declararon la guerra no estuvieron en ella ni de visita. Para que la bandera argentina flameara en estos hielos, causa justa en manos injustas, los altos mandos enviaron al matadero a los muchachitos enganchados por el servicio militar obligatorio, que más murieron de frío que de bala.
-Memoria del fuego/1986-
24 marzo 2011
15 marzo 2011
Mafalda

* 1964. En el suplemento humorístico «Gregorio» de la revista Leoplán aparecen tres tiras de Mafalda.
* 29 de septiembre de 1964. La tira Mafalda comienza a publicarse (a razón de dos por semana) en la revista Primera Plana. Aparecen como personajes Mafalda y su papá.
* 6 de octubre de 1964. Aparece la mamá de Mafalda.
* 19 de enero de 1965. Aparece Felipe.
* 15 de marzo de 1965. Quino se traslada al diario El Mundo y Mafalda se apresta a comenzar el jardín de infantes.
* 29 de marzo de 1965. Aparece Manolito.
* 6 de junio de 1965. Aparece Susanita.
* Febrero de 1966. Aparece Miguelito.
* Agosto de 1967. La madre de Mafalda se entera de que está embarazada.
* 22 de diciembre de 1967. Cierra el diario El Mundo y Mafalda deja de aparecer por cinco meses.
* 21 de marzo de 1968. Nace Guille mientras la tira no se publicaba.
* 2 de junio de 1968. Mafalda vuelve a publicarse, esta vez en el semanario Siete Días Ilustrados y con cuatro tiras por semana.
* Fines de 1969. El papá de Mafalda se compra un Citroën 2CV (automóvil económico, típico de la clase media argentina en los años sesenta y setenta).
* 15 de Febrero de 1970. Aparece Libertad.
* 25 de junio de 1973: Aparece la última tira cómica de Mafalda.
* 1976: Quino realiza un afiche que ilustra los principios de la Declaración de los Derechos del Niño con los personajes de Mafalda.
* 23 de octubre de 2009: Después de 33 años, Mafalda reaparece por una sola vez en el diario italiano "La Repubblica" para criticar las declaraciones misóginas del primer ministro italiano Silvio Berlusconi
12 marzo 2011
David Viñas/Los dueños de la tierra

"Brun estiró las piernas, bostezó y volvió a sacudirse los borceguíes con la fusta: hacía más de una hora que esperaba allí sentado, y no sólo se había sacudido los borceguíes hasta que le dolieron las pantorrillas sino que también se había arrancado las costras de barro de las suelas. Hasta había tenido tiempo para castigar reflexivamente dos toscas que había elegido: una que parecía un cigarro "Avanti", con el mismo color y la misma forma, y otra que no era nada más que una bolita y que rodaba entre sus pies. De vez en cuando se marcaba un largo silencio después de esos "¡crann!" que retumbaban del otro lado de la loma donde se extendían los nidales de los patos shacks. Cada silencio no era un descanso donde él se pudiera tumbar sobre la espalda dejando que el sol le calentara la ropa. Él sabía que cada silencio era una pausa. Nada más. Más largo el silencio, mejor puntería, más certero el tiro. Apretar los dientes, no respirar y que el índice de las carabinas quedara sobre algún pecho. 0, no. Mejor sobre algún vientre. Porque matar era como violar a alguien. Algo bueno. Y hasta gustaba: había que correr, se podía gritar, se sudaba y después se sentía hambre. Y esa especie de polvareda temblorosa que con cada estampido se levantaba unos metros del suelo y se volvía a achatar sobre la loma, podía ser una manga de langostas. Es decir: una nube que se estremece por dentro y se desplaza oscureciéndose por partes, como una gigantesca madrépora"
07 marzo 2011
Oda al gato/Pablo Neruda

imperfectos,
largos de cola, tristes
de cabeza.
Poco a poco se fueron
componiendo,
haciéndose paisaje,
adquiriendo lunares, gracia, vuelo.
El gato,
sólo el gato
apareció completo
y orgulloso:
nació completamente terminado,
camina solo y sabe lo que quiere.
El hombre quiere ser pescado y pájaro,
la serpiente quisiera tener alas,
el perro es un león desorientado,
el ingeniero quiere ser poeta,
la mosca estudia para golondrina,
el poeta trata de imitar la mosca,
pero el gato
quiere ser sólo gato
y todo gato es gato
desde bigote a cola,
desde presentimiento a rata viva,
desde la noche hasta sus ojos de oro.
No hay unidad
como él,
no tienen
la luna ni la flor
tal contextura:
es una sola cosa
como el sol o el topacio,
y la elástica línea en su contorno
firme y sutil es como
la línea de la proa de una nave.
Sus ojos amarillos
dejaron una sola
ranura
para echar las monedas de la noche.
Oh pequeño
emperador sin orbe,
conquistador sin patria,
mínimo tigre de salón, nupcial
sultán del cielo
de las tejas eróticas,
el viento del amor
en la intemperie
reclamas
cuando pasas
y posas
cuatro pies delicados
en el suelo,
oliendo,
desconfiando
de todo lo terrestre,
porque todo
es inmundo
para el inmaculado pie del gato.
Oh fiera independiente
de la casa, arrogante
vestigio de la noche,
perezoso, gimnástico
y ajeno,
profundísimo gato,
policía secreta
de las habitaciones,
insignia
de un
desaparecido terciopelo,
seguramente no hay
enigma
en tu manera,
tal vez no eres misterio,
todo el mundo te sabe y perteneces
al habitante menos misterioso,
tal vez todos lo creen,
todos se creen dueños,
propietarios, tíos
de gatos, compañeros,
colegas,
discípulos o amigos
de su gato.
Yo no.
Yo no suscribo.
Yo no conozco al gato.
Todo lo sé, la vida y su archipiélago,
el mar y la ciudad incalculable,
la botánica,
el gineceo con sus extravíos,
el por y el menos de la matemática,
los embudos volcánicos del mundo,
la cáscara irreal del cocodrilo,
la bondad ignorada del bombero,
el atavismo azul del sacerdote,
pero no puedo descifrar un gato.
Mi razón resbaló en su indiferencia,
sus ojos tienen números de oro.
26 febrero 2011
Todos los veranos
Para todos, para mí mismo, la historia comienza el día que hizo volar en pedazos al Raquelita, en el 28. Era una chata de once metros con un motor Regal. El viejo tenía la maldita costumbre de mojar un papel retorcido en el carburador, luego quitaba el cable de una de las bujías, lo arrimaba al block y con la chispa encendía el papel y con el papel uno de esos cigarros que llevaba desparramados por los bolsillos. Recuerdo aquel olor pestilente y las grandes manchas marrones con dos y hasta tres aureolas en tonos más débiles donde tenía un bolsillo que había sido alcanzado por el agua. Esto sucedía bastante a me-nudo, de manera que en los viajes largos era común ver algunos cigarros secándose sobre el block. Echaban un humo más pa-recido al de una estopa empapada en gasoil que al de un auténtico cigarro.
Algunas veces el ruego se había contagiado al carburador pero mi padre no perdía la cabeza por eso. Sin dejar de encender el cigarro depositaba la otra mano sobre el carburador y ahoga-ba el fuego. Pero un día aquella mano llegó demasiado tarde. Poco a poco se había formado en la sentina un charquito de nafta que con el tiempo se extendió a todo lo largo del Raquelita. Eso, naturalmente, fue el fin. Con aquellos cigarros el viejo casi había perdido el olfato. Dos o tres veces, al inclinarse para buscar cualquier cosa, había entrevisto aquel brillo movedizo que se extendía cada vez más, pero como no estaba en condicio-nes de reparar en el olor de nada debió pensar o prefirió pensar, si es que pensó en algo, que el barco hacía un poco de agua.
Un día, pues, encendió el cigarro de acuerdo con sus procedimientos y fue como si encendiera el mundo entero de una punta a otra. Instintivamente, el viejo alargó una mano hacia el carburador pero ni el carburador, ni él estaban más allí dónde debían estar. Sin saber cómo, se encontró en medio del agua con el cigarro todavía en la boca. El Raquelita, por su parte, o lo que quedaba de él, aparecía a unos diez metros. Después de todo, nunca había lucido tan bien, ni tan espléndido aquel barco de por sí oscuro. Cada tabla brillaba como una barra de oro. Cuando voló el tanque suplementario, el viejo tuvo más bien un estremecimiento de júbilo, como si se tratara del día del juicio para un justo o algo por el estilo. Fue todo muy breve y muy solemne, según dijo.
Eso ocurrió cuando mi padre tenía cuarenta y cinco años, apenas uno después que apareció en las islas. El recuerdo de los de la costa y mi propio recuerdo arrancan de ahí. Nadie tuvo noticias del viejo hasta el 28 y la verdad es que con lo que hizo o deshizo desde entonces hasta su muerte, en el 37, hubo de sobra. (Y con todo, también a él, tan denso y macizo, tan único, se lo llevó el tiempo. ¿Quién recuerda ahora a mi padre?)
Antes del 28, según parece, estuvo transportando pólvora desde Pernambuco hasta Río Grande do Sul a bordo del Isla Madre de Dens, que voló también en su tiempo entre el faro Mostardas y Solidao, sin faro por aquel entonces. Pero éstas son meras conjeturas a través de brumosas y no expresas referencias porque el viejo hablaba poco y en un estilo complicado.
Después de lo del Raquelita compró uno de los botes sal-vavidas que habían pertenecido al Speranza, que se hundió en el Canal del Norte a la altura de Punta Colorada, en el 23. Era un casco tinglado de siete metros de eslora con dos tanques de aire. El viejo le colocó un Penta de 4 cilindros.
Por ese tiempo se instaló al fondo del Desaguadero, cerca de los bancos, en una casilla que armó con tablas de cajones de automóviles un poco apartada de la costa. Una zanja con la entrada disimulada por un sauce tumbado, que el viejo levan-taba o bajaba a voluntad con un aparejo, permitía arrimar el barquito hasta la misma casilla. Uno y otra estaban pintados con un color impreciso, entre el verde y el marrón, de manera que pasaban inadvertidos. Al viejo le reventaba un barco de ese color y toda la vida se pasó soñando con uno bien blanco. En realidad mi recuerdo parte de ahí. Lo demás es incierto y fragmentario y parece el recuerdo de otro. Ahora mismo, a pesar del tiempo, lo veo sentado en el piso de la pequeña galena que daba al frente con el sombrero rumbado sobre los ojos y los pies apoyados en la baranda. Casi toda la semana se la pasaba echado allí fumando aquellos cigarros apestosos, con una bo-tella de caña paraguaya al alcance de la mano.
—Hijo —solía decir con esa voz profunda que le salía desde adentro y medio cigarro entre los labios—, la verdad que Dios hizo seis días para descansar y el séptimo para trabajar, ya que no había más remedio. A veces el sexto y el séptimo, según como vengan las cosas. Pero estos mierdas de ingleses han dado vuelta todo el asunto...
19 febrero 2011
Jorge Luis Borges y Ernesto Sábato: Diálogos
Los Diálogos entre Jorge Luis Borges (Buenos Aires, agosto 24 de 1899-Ginebra, junio 14 de 1986) y Ernesto Sábato (Rojas, Provincia de Buenos Aires, junio 24 de 1911), “Compaginados por Orlando Barone”, aparecieron por primera vez en Argentina, en 1976, impresos por Emecé Editores. Para la reedición de 1996 pergeñada por la misma empresa, Orlando Barone incluyó un prólogo donde reseña las circunstancias que originaron, “en el atardecer del 7 de octubre de 1974”, un breve reencuentro entre Borges y Sábato, acogidos por un grupo de amigos que se hallaban en la librería La Ciudad, en Buenos Aires, departiendo “en el cálido clima de la presentación de un libro”.
Habían transcurrido 18 años desde la furibunda polémica suscitada en torno al folleto antiperonista de Ernesto Sábato: El otro rostro del peronismo. Carta abierta a Mario Amadeo (Imprenta López, 1956); es decir, desde que “el rencor político” los alejó. Sábato, en el afectuoso prólogo de Tango, discusión y clave (Losada, 1963), había recordado su redescubrimiento de Buenos Aires a través de los poemas de Borges, simbólicamente fumaba la pipa de la paz con él, y le rendía tributo al compartirle su libro. Anneliese von der Lippen, traductora alemana y amiga de Borges, no hacía mucho que le había leído a éste las fraternales palabras de Sábato. Así, en el reencuentro en la librería La Ciudad (situada casi al frente del edificio donde Borges vivía en el departamento B del sexto piso de Maipú 994), el ciego escritor le agradeció tales palabras.
Y dentro de la efervescencia de la charla propiciatoria en la que también incidió “un bello ejemplar de Don Quijote”, Orlando Barone tuvo la idea de convocarlos para “una serie de diálogos intensos y amplios que pudieran convertirse en libro”. Borges, días más tarde, aceptó allí mismo en la librería La Ciudad; y a Sábato, dice Barone, tuvo que convencerlo “en una mesa del bar El Dandy”.
Se acordó, como “regla de juego” propuesta por Borges, que “no se tocarían las cuestiones ‘peronismo-antiperonismo’ ni la actualidad política”. Sábato cedió, no sin observar que la política “suele entrar por la ventana o por una hendija cuando uno menos se lo espera”.
Dice Orlando Barone que “El encuentro se acordó así bajo una envoltura coloquial, de tertulia; coincidimos en que la charla se iría anudando sobre la marcha, espontáneamente, como suele suceder entre amigos donde puede hablarse de Dios, del amor, y enseguida contarse un chiste.”
Al inicio de los Diálogos, Borges tenía 75 años, Sábato 63 y Barone 35. Las reuniones, “de dos y tres horas”, se sucedieron durante siete sábados. De ahí que cada charla lleve como título la fecha del sábado en que se celebró: “14 de diciembre de 1974”, “21 de diciembre de 1974”, “11 de enero de 1975”, “15 de febrero de 1975”, “1º de marzo de 1975”, “8 de marzo de 1975” y “15 de marzo de 1975”. La segunda sesión se efectuó “en el bar de Maipú y Córdoba”. Las otras seis en el departamento de la pintora Reneé Noetinger, amiga de los protagonistas, ubicado en un edificio de la calle Maipú, cuyo piso daba exactamente al del sexto piso del edificio donde los Borges (el escritor y su madre) vivían, desde 1944, en el susodicho departamento B, y donde doña Leonor Acevedo de Borges, con casi 99 años, se hallaba en cama y casi paralítica, y cuya muerte ocurriría el 8 de julio de 1975.
12 febrero 2011
03 febrero 2011
Moralinas, por Juan Gelman

Es verdad que sobre todo “nigger”, que aparece 219 veces en Huckleberry Finn, es tal vez el peor insulto de la lengua inglesa y se asestaba –y todavía se asesta– a los afroamericanos y, por extensión, a un ser abyecto. No es menos cierto que Mark Twain reproduce el lenguaje y el ambiente de un pueblo de Mississippi de mediados del siglo XIX. Como él mismo dijo: “La diferencia entre una palabra casi justa y la palabra justa no es una pequeña cuestión; es como la diferencia entre una luciérnaga y la luz eléctrica”.
Hay otros ejemplos de grandes autores corregidos post mortem. La sobrina de Flaubert eliminó las malas palabras de las cartas de su tío antes de editarlas. Huelga decir que una correspondencia privada no es lo mismo que un texto literario, pero la señora pudo obviar fácilmente su sobresalto o rechazo no publicándola, en vez de tergiversar el carácter del autor de Madame Bovary. Ni hablar de lo que le hicieron a Nietzsche: su hermana Elisabeth convirtió en un libro “inédito” las notas que el filósofo había dejado inconclusas antes de su pasmo mental.
Ernest Hemingway afirmó que “toda la literatura estadounidense moderna procede de un libro de Mark Twain llamado Huckleberry Finn... Nada hubo antes. Nada tan bueno ha habido después”. Se comprende la irritación causada por los maquillajes del Dr. Gribben.
“El libro trata directamente del racismo y corregir los insultos racistas no lo mejora”, adujo el crítico Elon James White (www.salon.com, 4-1-11). Su colega Alexandra Peti se indignó: “La palabra (nigger) es horrible, pero indispensable en este libro. Quitarla sería como titular ‘2084’ la novela (de Orwell) 1984 porque ya no vivimos los tiempos del gobierno Reagan” (www.washingtonpost.com, 4-1-11).
En los ’80 del siglo XIX la Biblioteca Pública de Brooklyn había negado sus estanterías a Huckleberry Finn por “su ordinariez, falsedad y prácticas dañinas”. No corrió suerte mejor mucho después: en el decenio 1990-1999 la novela figuraba en el quinto lugar de la lista de los cien libros prohibidos o censurados establecida por la Asociación de Bibliotecas de EE.UU. Sex, de Madonna, ocupaba el decimooctavo (www.ala.org). En consecuencia, tampoco era acogido en la currícula de numerosos establecimientos de enseñanza. Se supone que el Dr. Gribben y la editorial NewSouth se basaron en razones de sensibilidad social, no de venta del libro, para corregir a Mark Twain.
La Dra. Sarah Churchwell, catedrática de Literatura y cultura estadounidenses de la Universidad británica East Anglia, presentó el problema desde el ángulo opuesto: la culpa del destierro de Huckleberry Finn de los programas escolares es de los educadores, no del lenguaje del libro. “No se puede decir ‘modificaré a Dickens para que sea compatible con mi método de enseñanza’. Los libros de Twain no sólo son documentos literarios, son documentos históricos, y esta expresión es totémica, pues codifica toda la violencia de la esclavitud.”
Es notorio que Mark Twain no fuera racista. Al revés. Apoyó a la naciente Asociación Nacional para el Progreso de la Gente de Color, la primera organización defensora de los derechos civiles de EE.UU. nacida en 1881, y al Instituto Tuskegee de Alabama, fundado para “perfeccionar la vida intelectual, moral y religiosa de los afroamericanos”. Juntó personalmente buena parte de los fondos que permitieron el establecimiento en Yale de la primera Facultad de Derecho para estudiantes de ese sector social explicando a los posibles donantes: “Hemos pisoteado la humanidad de estas personas y la vergüenza es nuestra, no de ellas, y debemos pagar por eso”. Así pensaba de los “nigger” Mark Twain.
El Instituto Tuskegee celebró sus bodas de plata en el Carnegie Hall y The New York Times publicó la crónica del acto al día siguiente, 23 de enero de 1906. Además del “populacho” –dice el diario– había mujeres, como la esposa de John D. Rockefeller, “resplandecientes de joyas”. Mark Twain copresidió la mesa y su discurso fue gracioso, pero también explicaba: “Todos decimos malas palabras, damas incluidas, pero el pecado no es la palabra, sino el espíritu de que está imbuida. Cuando una dama irritada dice ‘¡Oh!’, el espíritu del vocablo dice ‘maldición` y de esa manera será registrado”. Ni que hubiera previsto la existencia del Dr. Gribben y su voluntad de enmendarle la plana.
Fuente: Página 12
31 enero 2011
27 enero 2011
Matar al animal/Susana Villalba

Estás cayendo muy alto. Un desmoronamiento en la piel de la culebra, hay historias que te pesan sin haberlas vivido.
Estás lejos de tu casa que no es ésta.
Tratando de errar todo camino, llegar hasta un desierto donde escuchar tu corazón.
Y aún la luna te sostiene por un pelo. Estás flotando como si cayeras si el agua te soltara.
El fondo es infinito, no hay caída que detenga la caída.
Tiendo la mano pero estás cayendo en otro lado. Pero yo también estoy cayendo.
Tiendo mi corazón vacío de recuerdos y no es cierto que se pueda empezar como si nada hubiera sucedido. Como un animal mojado tiendo mi corazón al sol, llovió tanto que no sé dónde estás. Pasan maderas, gatos muertos, carteles como restos de un mundo que fingía estar en orden.
No hay arriba ni abajo, vas como un sonámbulo que al tropezar camina por el borde de un sueño. Soñé que el amor era sencillo, soñé que algo dejaba de moverse alguna vez por un minuto entero. Que había un sitio para cada cosa que levanta una casa, las llaves, la silla está quemándose otra vez, otra vez estaba distraída, como siempre.
Te ofrezco el corazón como un lugar donde pasar la noche.
Pero la nieve es una tentación, caer hasta que sea un manto el frío, hasta que no haya nada que perder.
También la nieve cambia, estás cayendo en la ilusión de redimir con cada paso el paso dado. Estás ante una puerta que golpea el viento.
Llegan los restos de un naufragio que el agua trae hasta mi casa. Estás a la deriva y yo como muy lejos te grito cuando el agua tira hacia adentro hay que hacerse a un costado de la corriente.
Te veo por momentos emerger y hasta te veo saludarme, como si fuera un juego de equilibrio.
Es tu manera de que algo quede fijo, yo, por ejemplo, en el sitio de la espera.
Te sumergís sabiendo en qué lugar está la playa como una madre de oros infinitos, como una leona en su mirada mansa pero atenta sostiene el universo.
No me creas si no te pido nada.
Estás cayendo y en silencio pedís que no te tenga en cuenta, sería un peso más.
Tiendo mi mano y toco agua. Me tiendo, estoy cansada, la canilla pierde, prometiste arreglarla pero hablabas de una casa imaginaria que siempre está cayendo en tu memoria.
Estoy cansada de palabras que no sirven para que me entiendas.
Estoy cansada de tus silencios, yo también estoy triste a veces, yo tampoco sé cómo salir.
Tiendo la mano para no caer pero estás detrás de un vidrio, no escucho qué gritás, a quién, el agua borra tus rasgos, no sé quién sos.
Pero tiendo la mano y te reconozco como un ciego, como un perro reconoce su casa por el olor, por el vacío que la circunda.
Porque tiendo la mano imantada encuentra tu mano, en la multitud me está buscando.
Me está buscando allí donde no estoy.
Me tiendo en la cama, hace frío, yo tampoco tengo dinero, la gata pregunta por vos, le digo en cualquier momento cae, en cualquier momento cae por acá.
Caés sobre mí como un gato cae sobre su sombra sin saber si es una víbora o el viento agita el pasto.
No sé si hay cascabeles en este país, no viví en el campo como vos, yo tampoco tengo todas las respuestas.
Voy por la casa tendiendo la mano, tocando cosas, pero las cosas no me agarran ni responde su quietud por qué todo se mueve.
Tiendo la mano hacia el teléfono. Estás cayendo como si quisieras dominar el vacío.
Como quien encuentra la cuerda de un funámbulo, a mitad de camino pregunta qué hago aquí.
O cómo hasta ahora no caí o qué mano me soltó de pronto.
Estamos sujetos a la realidad por un hilo delgado, me sorprende, una opinión común construye el mundo, me sorprende que exista todavía si no nos entendemos vos y yo.
Estoy cayendo otra vez en conjurar la ausencia con palabras.
Estoy cayendo en la trampa que me tiende tu fuga, me vuelvo un cazador de imágenes y no quiero perder toda esperanza.
Soy yo ¿te acordás? La que está cansada pero se levanta.
La gata también se levanta, me sigue a todas partes como en mi casa no sabés dónde ponerte.
Te ofrezco mi silla quemada, mi máquina de escribir.
Pero no hay dónde recibir.
En el corazón deshabitado nadie escucha, nadie escucha que estoy golpeando la puerta, dejame entrar, estás durmiendo en el suelo, estás soñando y creés que estás cayendo.
Dejame entrar, soy yo, la que tiene miedo de la ausencia.
Mi corazón también fue abandonado, yo también abandoné mi corazón alguna vez.
Dejame salir, estoy encerrada en una cita, y soy la que tiene miedo del encierro, ¿te acordás? Llaman las amigas pero estoy cayendo en la trampa de la espera, ya no sé qué quería yo.
Porque soy yo todavía, la que llega siempre a casa como después de un largo viaje y encuentra que la casa se mueve como un barco.
Pasó la tarde, agazapada en su silencio, como vos, la gata ve las cosas de otra forma.
Tiendo la mano hacia el reloj, ya no te espero, caigo en otra trampa.
Te espero en un lugar que no existe.
Soy yo la que no llega a comprender que se vacía lo lleno y viceversa.
Caés como el cangrejo en un caracol vacío.
Como cae un caballo celoso de su sombra, La luna estaba demasiado alta.
La ballena sueña con el hijo que pueda separar la tierra en dos cuando camina.
Tiendo la mano y sólo encuentro algas, minutos que se escurren lamentos del agua que es el alma del mundo.
Soy yo la que lleva un cartel de aquí se escucha y todo el que ha perdido el corazón, como si fuera un caracol que canta me lo tiende.
Menos vos. Lo que une a dos personas más tarde las separa.
No me imagines quieta en un lugar, no me imagines, soy yo.
No sé si estás cayendo o ascendiendo en un camino en el que es necesario despojarse.
Pero estás como arrancado del jardín de tu casa, trasplantado en mí.
Como si no tuvieras manos ni pies sino raíces.
Pero en el agua.
Soy yo, el fuego que no viste todavía.
Y nunca he visto un fuego sobre el agua.
Susana Villalba, Buenos Aires, Argentina, 1957
25 enero 2011
13 enero 2011
“Desventuras en el país Jardín de Infantes”/La nota que enfrentó a la censura en la dictadura

Si alguien quisiera recitar el clásico "Como amado en el amante / uno en otro residía..." por los medios de difusión del País-Jardín, el celador de turno se lo prohibiría, espantado de la palabra amante, mucho más en tan ambiguo sentido.
Imposible alegar que esos versos los escribió el insospechable San Juan de la Cruz y se refieren a Personas de la Santísima Trinidad. Primero, porque el celador no suele tener cara (ni ceca). Segundo, porque el celador no repara en contextos ni significados. Tercero, porque veta palabras a la bartola, conceptos al tuntún y autores porque están en capilla.
Atenuante: como el celador suele ser flexible con el material importado, quizás dejara pasar "por esa única vez" los sublimes versos porque son de un poeta español.
Agravante: en ese caso los vetaría sólo por ser poesía, cosa muy tranquilizadora.
El celador, a quien en adelante llamaremos censor para abreviar, suele mantenerse en el anonimato, salvo un famoso calificador de cine jubilado que alcanzó envidiable grado de notoriedad y adhesión popular.
El censor no exhibe documentos ni obras como exhibimos todos a cada paso. Suele ignorarse su currículum y en que necrópolis se doctoró. Sólo sabemos, por tradición oral, que fue capaz de incinerar La historia del cubismo o las Memorias de (Groucho) Marx. Que su cultura puede ser ancha y ajena como para recordar que Stendhal escribió dos novelas: El rojo y El negro, y que ambas son sospechosas es dato folklórico y nos resultaría temerario atribuírselo.
Tampoco sabemos, salvo excepciones, si trabaja a sueldo, por vocación, porque la vida lo engañó o por mandato de Satanás.
Lo que sí sabemos es que existe desde que tenemos uso de razón y ganas de usarla, y que de un modo u otro sobrevive a todos los gobiernos y renace siempre de sus cenizas, como el Gato Félix. Y que fueron ¡ay! efímeros los períodos en que se mantuvo entre paréntesis.
La mayoría de los autores somos moralistas. Queremos —debemos— denunciar para sanear, informar para corregir, saber para transmitir, analizar para optar. Y decirlo todo con nuestras palabras, que son las del diccionario. Y con nuestras ideas, que son por lo menos las del siglo XX y no las de Khomeini.
El productor-consumidor de cultura necesita saber qué pasa en el mundo, pero sólo accede a libros extranjeros preseleccionados, a un cine mutilado, a noticias veladas, a dramatizaciones mojigatas. Se suscribe entonces a revistas europeas (no son pornográficas pero quién va a probarlo: ¿no son obscenas las láminas de anatomía?) que significativamente el correo no distribuye.
Un autor tiene derecho a comunicarse por los medios de difusión, pero antes de ser convocado se lo busca en una lista como las que consultan las Aduanas, con delincuentes o "desaconsejables". Si tiene la suerte de no figurar entre los réprobos hablará ante un micrófono tan rodeado de testigos temerosos que se sentirá como una nena lumpen a la mesa de Martínez de Hoz: todos la vigilan para que no se vuelque encima la sémola ni pronuncie palabrotas. Y el oyente no sabe por qué su autor preferido tartamudea, vacila y vierte al fin conceptos de sémola chirle y sosa.
Hace tiempo que somos como niños y no podemos decir lo que pensamos o imaginamos. Cuando el censor desaparezca ¡porque alguna vez sucumbirá demolido por una autopista! estaremos decrépitos y sin saber ya qué decir. Habremos olvidado el cómo, el dónde y el cuándo y nos sentaremos en una plaza como la pareja de viejitos del dibujo de Quino que se preguntaban: "¿Nosotros qué éramos...?"
El ubicuo y diligente censor transforma uno de los más lúcidos centros culturales del mundo en un Jardín-de-Infantes fabricador de embelecos que sólo pueden abordar lo pueril, lo procaz, lo frívolo o lo histórico pasado por agua bendita. Ha convertido nuestro llamado ambiente cultural en un pestilente hervidero de sospechas, denuncias, intrigas, presunciones y anatemas. Es, en definitiva, un estafador de energías, un ladrón de nuestro derecho a la imaginación, que debería ser constitucional.
La autora firmante cree haber defendido siempre principios éticos y/o patrióticos en todos los medios en que incursionó. Creyó y cree en la protección de la infancia y por lo tanto en el robustecimiento del núcleo familiar. Pero la autora también y gracias a Dios no es ciega, aunque quieran vendarle los ojos a trompadas, y mira a su alrededor. Mira con amor la realidad de su país, por fea y sucia que parezca a veces, así como una madre ama a su crío con sus llantos, sus sonrisas y su caca (¿se podrá publicar esta palabra?). Y ve multitud de familias ilegalmente desarticuladas porque el divorcio no existe porque no se lo nombra, y viceversa. Ve también a mucha gente que se ama —o se mata y esclaviza, pero eso no importa al censor— fuera de vínculos legales o divinos.
Pero suele estarle vedado referirse a lo que ve sin idealizarlo. Si incursiona en la TV —da lo mismo que sea como espectador, autor o "invitado"— hablará del prêt-à-porter, la nostalgia, el cultivo de begonias. Contemplará a ejemplares enamorados que leen Anteojito en lugar de besarse. Asistirá a debates sobre temas urticantes como el tratamiento del pie de atleta, etcétera.
El público ha respondido a este escamoteo apagando los televisores. En este caso, el que calla —o apaga— no otorga. En otros casos tampoco: el que calla es porque está muerto, generalmente de miedo.
Cuando ya nos creíamos libres de brujos, nuestra cultura parece regida por un conjuro mágico no nombrar para que no exista. A ese orden pertenece la más famosa frase de los últimos tiempos: "La inflación ha muerto" (por lo tanto no existe). Como uno la ve muerta quizás pero cada vez más rozagante, da ganas de sugerirle cariñosamente a su autor, el doctor Zimmermann, que se limite a ser bello y callar.
Sí, la firmante se preocupó por la infancia, pero jamás pensó que iba a vivir en un País-Jardín-de-Infantes. Menos imaginó que ese país podría llegar a parecerse peligrosamente a la España de Franco, si seguimos apañando a sus celadores. Esa triste España donde había que someter a censura previa las letras de canciones, como sucede hoy aquí y nadie denuncia; donde el doblaje de las películas convertía a los amantes en hermanos, legalizando grotescamente el incesto.
Que las autoridades hayan librado una dura guerra contra la subversión y procuren mantener la paz social son hechos unánimemente reconocidos. No sería justo erigirnos a nuestra vez en censores de una tarea que sabernos intrincada y de la que somos beneficiarios. Pero eso ya no justifica que a los honrados sobrevivientes del caos se nos encierre en una escuela de monjas preconciliares, amenazados de caer en penitencia en cualquier momento y sin saber bien por qué.
Es verdad que no toda censura procede "de arriba" sino que, insisto, es un antiguo deporte de amanuenses intermedios. Pero el catonismo oficial favorece —como la humedad a los hongos— la proliferación de meritorios y culposos. Unos recortan y otros se achican. Y entre todos embalsamamos las mustias alas de cóndor de la República.
Nuestra historia —con sus cabezas en picas, sus eternos enconos y sus viejas o recientes guerras civiles— nos ha estigmatizado quizás con una propensión latente represiva-intervecinal que explota al menor estímulo y transforma la convivencia en un perpetuo intercambio de agravios y rencores.
No es ejemplo actual sino intemporal, digamos, el del taxista calvo que "fusilaría a los muchachos de pelo largo". El del culto librero que una vez, al pedirle un libro feminista, me reprochó: "Vamos, no va a ponerse a leer esas cosas..." ("Nena, eso no se toca.") O el del director de una sala que exigió a un distinguido coreógrafo que no incluyera "danza demasiado moderna ni con bailarinas muy desvestidas". ("Nene, eso no se hace.")
Quienes desempeñan la peliaguda misión de gobernarnos, así como desterraron —y agradecemos— aquellas metralletas que nos apuntaban por doquier en razón de bien atendibles medidas de seguridad, deberían aliviar ya la cuarentena que siguen aplicando sobre la madurez de un pueblo (¿se acuerdan del Mundial?) con el pretexto de que la libertad lo sumiría en el libertinaje, la insurrección armada o el marxismo frenético.
Y si de aplacar la violencia se trata, ¿por qué no se retacean las series de TV o se sanciona a los conductores que nos convierten en virtuales víctimas y asesinos?
Creo necesario aunque obvio advertir que en las democracias donde la libertad de expresión es absoluta la comunidad no es más viciosa ni la familia está más mutilada ni la juventud más corrompida que bajo los regímenes de exagerado paternalismo. Más bien todo lo contrario. Delito e irregularidad son desgraciadamente productos de nuestra época (y de otras) y se dan en casi todos los países excepto los comunistas. ¿Son ellos nuestro ideal?
Aun la pornografía —que personalmente detesto, en especial la clandestina y la española— y las expresiones llamadas de vanguardia, pasado un primer asalto de curiosidad, son naturalmente relegadas a un gueto: barrios, salas, círculos. Y allí va a buscarlas el adulto cuando tiene ganas, así como va a sintonizar debates sobre temas vigentes durante el horario de protección al menor.
Se supone que, en cuanto el censor desaparezca, los primeros en aprovechar del recreo serán los descomedidos de siempre, que reflotarán una grosera contra-cultura. Pero a la larga resultarían relegados siempre que una debida promoción (que hoy tampoco existe) de los honestos los lleve a ocupar las posiciones más evidentes.
El abuso puede ser controlable mediante una coherente reglamentación, pero es preferible mil veces correr los riesgos que entraña la libertad, por lo mucho de positivo que engendra, que asustamos a priori para ser pobres pero honrados, niños pero atrasados, que no es lo mismo que puros.
En cambio los tortuosos mecanismos que paralizan preventivamente la cultura sí contaminan y achatan a toda la familia social y no sólo le vedan el acceso a las grandes ideas sino que generan fracaso, reyertas e hipocresía... vicios poco recomendables para una familia.
En lugar de presentar certificados de buena conducta o temblar por si figuramos en alguna "lista" creo que deberíamos confesar gandhianamente: sí, somos veinticinco millones de sospechosos de querer pensar por nuestra cuenta, asumir la adultez y actualizamos creativamente, por peligroso que les parezca a bienintencionados guardianes.
Veinticinco millones, sí, porque los niños por fortuna no se salvan del pecado. Aunque se han prohibido libros infantiles, los pequeños monstruos siguen consumiendo historias con madrastras-harpías, brujas que comen niños, hombres que asesinan a siete esposas, padres que abandonan a sus hijos en el bosque, Alicias que viajan bajo tierra sin permiso de mamá. Entonces ellos, como nosotros, corren el riesgo de perder ese "sentido de familia" que se nos quiere inculcar escolarmente... y con interminables avisos de vinos.
Ésta no es una bravuconada, es el anhelo, la súplica de una ciudadana productora-consumidora de cultura. Es un ruego a quienes tienen el honor de gobernarnos (y a sus esposas, que quizás influyan en alguna decisión así como contribuyen al bienestar público con sus admirables tareas benéficas): déjennos crecer. Es la primera condición para preservar la paz, para no fundar otra vez un futuro de adolescentes dementes o estériles.
Como aquella pobre modista negra llamada Rosa Parks, encarcelada por haberse negado a cederle el asiento a un pasajero blanco en un autobús según la obligaba la ley, la autora declararía a quien la acusara de sediciosa: "No soy una revolucionaria, es que estaba muy cansada".
Pero Rosa Parks, en un país y una época (reciente) donde regían tales leyes en materia de "derechos humanos", era adulta y, ayudada por sus hermanos de raza, pudo apelar a otro ámbito de la justicia para derrotar a la larga la opresión y contribuir a desenmascarar al Ku Klux Klan.
Nosotros, pobres niños, a qué justicia apelaremos para desenmascarar a nuestros encapuchados y fascistas espontáneos, para desbaratar listas que vienen de arriba, de abajo y del medio, para derogar fantasmales reglamentos dictados quizás por ignorancia o exceso de celo de sacristanes más papistas que el Papa.
Sólo podemos expresar nuestra impotencia, nuestra santa furia, como los chicos: pataleando y llorando sin que nadie nos haga caso.
La autora "está muy cansada", no por los recortes que haya sufrido porque volverán a crecerle como el pelo y porque de ellos la compensa el infinito privilegio de integrar la honorable familia de sus compatriotas, sino por compartir el peso de la frustración generalizada. Porque es célula de todo un organismo social y no aislada partícula. Porque más que la imagen del país en el exterior le importa y duele el cuerpo de ese país por dentro.
Y porque no es una revolucionaria pero está muy cansada, no se exilia sino que se va a llorar sentada en el cordón de la vereda, con un único consuelo: el de los zonzos. Está rodeada de compañeritos de impecable delantal y conducta sobresaliente (salvo una que otra travesura). De coeficiente aceptable, pero persuadidos a conducirse como retardados y, pese a su corta edad, munidos de anticonceptivos mentales.
Todos tenemos el lápiz roto y una descomunal goma de borrar ya incrustada en el cerebro. Pataleamos y lloramos hasta formar un inmenso río de mocos que va a dar a la mar de lágrimas y sangre que supimos conseguir en esta castigadora tierra.
Julio Cortázar - Rayuela Cap. 7
Toco tu boca, con un dedo toco el borde de tu boca, voy dibujándola como si saliera de mi mano, como si por primera vez tu boca se entreabriera, y me basta cerrar los ojos para deshacerlo todo y recomenzar, hago nacer cada vez la boca que deseo la boca que mi mano elige y te dibuja en la cara, una boca elegida entre todas, con soberana libertad elegida por mi para dibujarla con mi mano en tu cara, y que por un azar que no busco comprender coincide exactamente con tu boca que sonríe por debajo de la que mi mano te dibuja...
...Me miras, de cerca me miras, cada vez mas de cerca y entonces jugamos al cíclope, nos miramos cada vez mas de cerca y los ojos se agrandan, se acercan entre sí, se superponen y los cíclopes se miran, respirando confundidos, las bocas se encuentran y luchan tibiamente, mordiéndose con los labios, apoyando apenas la lengua en los dientes, Jugando en sus recintos donde un aire pesado va y viene con un perfume viejo y un silencio. Entonces mis manos buscan hundirse en tu pelo, acariciar lentamente la profundidad de tu pelo mientras nos besamos como si tuviéramos la boca llena de flores o de peces, de movimientos vivos, de fragancia oscura. Y si nos mordemos el dolor es dulce, y si nos ahogamos en un breve y terrible absorber simultáneo del aliento, esa instantánea muerte es bella. Y hay una sola saliva y un solo sabor a fruta madura, y yo te siento temblar contra mi como una luna en el agua. (fragmento)
Alejandra Pizarnik - Piedra Fundamental
Sus ojos eran la entrada del templo, para mí, que soy errante, que amo y muero. Y hubiese cantado hasta hacerme una con la noche, hasta deshacerme desnuda en la entrada del tiempo.
Un canto que atravieso como un túnel.
Presencias inquietantes, gestos de figuras que se aparecen vivientes por obra de un lenguaje activo que las alude, signos que insinúan terrores insolubles.
Una vibración de los cimientos, un trepidar de los fundamentos, drenan y barrenan, y he sabido dónde se aposenta aquello tan otro que es yo, que espera que me calle para tomar posesión de mí y drenar y barrenar los cimientos, los fundamentos, aquello que me es adverso desde mí, conspira, toma posesión de mi terreno baldío, no, he de hacer algo, no, no he de hacer nada, algo en mí no se abandona a la cascada de cenizas que me arrasa dentro de mí con ella que es yo, conmigo que soy ella y que soy yo, indeciblemente distinta de ella.
En el silencio mismo (no en el mismo silencio) tragar noche, una noche inmensa inmersa en el sigilo de los pasos perdidos.
No puedo hablar para nada decir. Por eso nos perdemos, yo y el poema, en la tentativa inútil de transcribir relaciones ardientes.
¿A dónde la conduce esta escritura? A lo negro, a lo estéril, a lo fragmentado.
Las muñecas desventradas por mis antiguas manos de muñeca, la desilusión al encontrar pura estopa (pura estepa tu memoria): el padre, que tuvo que ser Tiresias, flota en el río. Pero tú, ¿por qué te dejaste asesinar escuchando cuentos de álamos nevados?
Yo quería que mis dedos de muñeca penetraran en las teclas. Yo no quería rozar, como una araña, el teclado. Yo quería hundirme, clavarme, fijarme, petrificarme. Yo quería entrar en el teclado para entrar adentro de la música para tener una patria. Pero la música se movía, se apresuraba. Sólo cuando un refrán reincidía, alentaba en mí la esperanza de que se estableciera algo parecido a una estación de trenes, quiero decir: un punto de partida firme y seguro; un lugar desde el cual partir, desde el lugar, hacia el lugar, en unión y fusión con el lugar. Pero el refrán era demasiado breve, de modo que yo no podía fundar una estación pues no contaba más que con un tren algo salido de los rieles que se contorsionaba y se distorsionaba. Entonces abandoné la música y sus traiciones porque la música estaba más arriba o más abajo, pero no en el centro, en el lugar de la fusión y del encuentro. (Tú que fuiste mi única patria ¿en dónde buscarte? Tal vez en este poema que voy escribiendo.)
Una noche en el circo recobré un lenguaje perdido en el momento que los jinetes con antorchas en la mano galopaban en ronda feroz sobre corceles negros. Ni en mis sueños de dicha existirá un coro de ángeles que suministre algo semejante a los sonidos calientes para mi corazón de los cascos contra las arenas. (Y me dijo: Escribe; porque estas palabras son fieles y verdaderas.)
(Es un hombre o una piedra o un árbol el que va a comenzar el canto...)
Y era un estremecimiento suavemente trepidante (lo digo para aleccionar a la que extravió en mí su musicalidad y trepida con más disonancia que un caballo azuzado por una antorcha en las arenas de un país extranjero).
Estaba abrazada al suelo, diciendo un nombre. Creí que me había muerto y que la muerte era decir un nombre sin cesar.
No es esto, tal vez, lo que quiero decir. Este decir y decirse no es grato. No puedo hablar con mi voz sino con mis voces. También este poema es posible que sea una trampa, un escenario más.
Cuando el barco alternó su ritmo y vaciló en el agua violenta, me erguí como la amazona que domina solamente con sus ojos azules al caballo que se encabrita (¿o fue con sus ojos azules?). El agua verde en mi cara, he de beber de ti hasta que la noche se abra. Nadie puede salvarme pues soy invisible aun para mí que me llamo con tu voz. ¿En dónde estoy? Estoy en un jardín.
Hay un jardín.
Las olas - Virginia Woolf
Virginia Woolf - Orlando
“Cuando los besos saben a alquitrán, cuando las almohadas son de hielo,
cuando el enfermo aprende a blasfemar,
cuando no salen trenes para el
cielo,
a la hora de maldecir,
a la hora de mentir.
Cuando marca sus
cartas el tahúr
y rompe el músico su partitura
y vuelve Nosferatu al
ataúd
y pasa el camión de la basura,
a la hora de crecer,
a la hora
de perder,
cuando ladran los perros del amanecer.”__
“En la posada del fracaso,
donde no hay consuelo ni ascensor,
el desamparo y la humedad
comparten colchón
y cuando, por la calle,
pasa la vida, como un huracán,
el hombre del traje gris
saca un sucio calendario del
bolsillo y grita
¿quién me ha robado el mes de abril?
¿pero cómo pudo sucederme a mí?
¿quién me ha robado el mes de abril?
Lo guardaba en el cajón
donde guardo el corazón.”__
“Cuando agoniza la fiesta
todas encuentran pareja
menos Lola
que se va, sin ser besada,
a dormirse como cada
noche sola
y una lágrima salada
con sabor a mermelada
de ternura
moja el suelo de su alcoba
donde un espejo le roba
la hermosura.
Nadie sabe cómo le queman en la boca
tantos besos que no ha dado,
tiene el corazón tan de par en par y tan oxidado.”__
“Algunas veces vivo, y otras veces
la vida se me va con lo que escribo,
algunas veces busco un adjetivo
inspirado y posesivo que te arañe el corazón.
luego arrojo mi mensaje,
se lo lleva de equipaje
una botella…, al mar de tu incomprensión.
No quiero hacerte chantaje,
sólo quiero regalarte una canción.”__
“Desnuda se sentía igual que un pez en el agua,
vestirla era peor que amortajarla,
inocente y perversa como un mundo sin dioses,
alegre y repartida como el pan de los pobres.
No quise retenerla, ¿de qué hubiera servido
deshacer las maletas del olvido?
Pero no sé qué diera por tenerla ahora mismo
mirando por encima de mi hombro lo que escribo.
Le di mis noches y mi pan, mi angustia, mi risa,
a cambio de sus besos y su prisa,
con ella descubrí que hay amores eternos
que duran lo que dura un corto invierno.”__
“No soporta el dolor, le divierte inventar
que vive lejos, en un raro país,
cuando viaja en sueños lo hace sin mí,
cada vez que se aburre de andar, da un salto mortal.
Cuando el sol fatigado se dedica a manchar
de rosa las macetas de mi balcón
juega conmigo al gato y al ratón,
si le pido “quédate un poco más”, se viste y se va.
Cuanto más le doy ella menos me da
Por eso a veces tengo dudas, ¿no será un tal Judas
el que le enseñó a besar?”